Tenerife siempre se ha caracterizado por sus contrastes de mar y montaña, pero también por sus propios contrastes entre la costa del sur y la del norte. Diferencias que, más allá de las playas de arena blanca o arena negra, se perciben en el perfil costero, siendo la costa norte mucho más rocosa y volcánica -y una de las más bonitas de España-.
Concretamente, lo hacemos en el municipio de San Juan de la Rambla, en el Charco de la Laja, un rincón de la Isla que quizá es algo menos conocido que gran parte del resto de la misma, sobre todo para el visitante turista. Si vas a pasar el día, tienes la obligación de darte un ‘chuso’ en este pequeño paraíso volcánico.
Autor: S.Anatolkin pic.twitter.com/VTQHpjUX5K— Yo amo Canarias (@yoamocanarias) 13 de junio de 2017
De aguas transparentes y tranquilas, el charco, si aún no lo conoces, puede ser uno de tus descubrimientos. Un escondite que, además de para darse un baño, sirve para refugiarse de malos pensamientos, descanso, reflexión y, por qué no, para prepararse los exámenes entre chapuzón y chapuzón.
Creado a partir de las caprichosas formas de lava que han ido dejando las erupciones volcánicas de nuestra tierra de fuego, al Charco de la Laja se accede, bien bajando unas escaleras que forman un recorrido hasta su descenso final desde una pequeña zona de aparcamientos, o bien atravesando un sendero que discurre frente a la costa. ¡Ojo!, aunque el oleaje es tranquilo, hay que mantener siempre la precaución porque puede cambiar en cualquier momento.
Una vez en el charco, puedes acomodarte en una pequeña explanada preparada para colocar la toalla o si lo prefieres, puedes colocarte sobre alguna de las rocas que rodean este paisaje natural de la costa norte de Tenerife.
Si vas a pasar el día, puede ser recomendable que lleves tus propios alimentos y bebidas, por aquello de no tener que subir el recorrido de vuelta si hay intención de regresar a darse un baño. Eso sí, si llevas tus utensilios, alimentos y bebidas NO TE OLVIDES DE RECOGER TODO.
El Charco de la Laja es un lugar que hay que ir a conocer, con el riesgo de que puede ser adictivo y convertirte en vecino y compañero de algún que otro cangrejo que siempre toma el sol en las cálidas rocas de este paisaje volcánico.