El viaje que las bacterias hacen en los microplásticos que se desplazan por el mar ha abierto la vía a una preocupante situación en las playas de las Islas. Un estudio publicado por la Universidad de La Laguna y encabezado por la investigadora Cintia Hernández Sanchez ha encontrado una alta contaminación microbiana en siete playas analizadas de Tenerife, especialmente en aquellas cerradas y ubicadas cerca de la descarga de aguas residuales, un hecho que abre la puerta a la proliferación de enfermedades si se tiene contacto con estos microplásticos.
El estudio se llama Colonización bacteriana de microplásticos en las playas de una isla oceánica, Tenerife, Islas Canarias y analiza la llegada de los pequeños plásticos que viajan por las corrientes marinas y alrededor de los cuales se forman biopelículas que son colonizadas por microorganismos. Entre estos microorganismos hay algunos que son patógenos, es decir, que pueden causar alguna infección. En estos se centra el estudio que concluye que los microplásticos en las siete playas analizadas están especialmente contaminados por la bacteria Vibrio alginolyticus y por bacterias fecales.
Un nuevo riesgo
“Es un riesgo más al que el humano está exponiéndose debido a que estamos emitiendo una gran cantidad de plásticos al medio”, explica para Atlántico Hoy la investigadora principal del estudio. La investigación se enmarca dentro del programa Implamac que examina la llegada de microplásticos a las costas de la Macaronesia y se centra en las playas tinerfeñas Almáciga, Las Teresitas, La Viuda, El Socorro, Playa Grande, Punta del Bocinegro y Puertito de Adeje, donde se recogieron un total de 687 fragmentos y 139 perdigones de la primera línea de marea.
Los resultados del estudio revelan que en las muestras de los fragmentos se encontró la bacteria Vibrio (que están en ambientes marinos), mientras que en 85,7% de los microplásticos estaban presentes las bacterias Coliformes fecales y Enterococos intestinales, en el 71,4% se encontró Staphylococcus aureus (estafilococos) y en el 57,1% la bacteria Escherichia coli (E.coli). Por su parte, en los “pellets” estudiados, -que son fragmentos de plásticos inferiores a 5 milímetros-, el 57,1% de las bacterias correspondió a Coliformes fecales y Staphylococcus aureus, el 42,8% a Enterococos intestinales y Vibrio y 28,5% a E. coli.
Más infecciones
Los resultados dan pie a una preocupante situación. Tal y como explica Hernández Sanchez, si una persona inmunodeprimida o alguien con una herida abierta se está bañando en una playa y tiene contacto con estos microplásticos contaminados está más expuesta a enfermar. “Hay cepas Escherichia que son enterohemorrágicas que podrían generar diarreas sanguinolentas”, explica. A esto se suma que “en el caso de los vibrios (que se suelen transmitir por vía oral), los que encontramos se transmiten por una vía abierta y podría entrar y colonizar una herida”, añade.
Por el momento, es muy complicado correlacionar las infecciones que se hayan podido dar en la isla con una causa de contaminación por bacterias en microplásticos. Principalmente porque quien tiene una infección lo suele tratar en el centro médico y no en un hospital, y además “lo último que vas a pensar es que estabas jugando en la playa, tocaste microplásticos y luego te echaste las manos a la boca. No es tan fácil determinar y señalar”, valora.
Necesidad de más estudios
Eso sí, en la conclusión del estudio ya indican que “son necesarios más estudios para evaluar el riesgo real para la salud de la población que supone la presencia de microorganismos en los microplásticos que llegan a las playas, estudiando el movimiento, introducción, establecimiento y propagación de microorganismos patógenos emergentes adheridos a estos materiales en una nueva área geográfica”. Una necesidad que se debe a que “se puede generar un problema” para la salud y todavía faltan estudios.
Desde los años 70 se vienen estudiando los pequeños fragmentos de plásticos que navegan a la deriva en los océanos. “El plástico en sí permite la formación de un biofilm que se va llenando de nutrientes que va encontrando y en el que se pueden adherir microorganismos”, explica la investigadora. De esta forma, los microorganismos colonizan los microplásticos, aunque esto no implica que estén en fase infectiva, aclara Hernández, porque todavía tendría que tener contacto con los humanos. “Al humano tendría que entrar, colonizar e infectar. Pero obviamente es un riesgo. Si ha conseguido colonizar, tenemos un nuevo foco, es decir, un riesgo que podría desarrollarse en un peligro”, avisa.
Mayor supervivencia
Ese biofilm que se crea alrededor del plástico además hace que los microorganismos sobrevivan aún más tiempo en el agua. “Mientras que un microorganismo como Escherichia coli o enterococos no pueden vivir durante largos periodos de tiempo en un medio salino, si entra dentro del biofilm sí les va a permitir vivir durante más tiempo”, asegura la investigadora.
Esto aumenta la dispersión de las bacterias ya que las corrientes transportan los fragmentos de plásticos por los océanos. “Estos microplásticos pueden venir de lugares muy lejanos. Un ejemplo es la playa Arenas Blancas en la isla de El Hierro, que es un punto negro al llegan miles de pellets, que no se fabrican ni en El Hierro ni en Canarias”, explica.
Un largo viaje
Estos plásticos llegan de diferentes partes del mundo y no necesariamente son actuales. Entre las muestras que han encontrado hay bridas de Canadá de 1983, por ejemplo. Los largos periodos de tiempo que los microplásticos están en el mar también influyen en la cantidad de bacterias que albergan. Al estar más tiempo sometidos a la fotooxidación o la degradación atmosférica más rugoso se vuelve. “Cuanto más rugosidad hay más posibilidad hay de que entren microorganismos y colonicen la superficie. Los microplásticos que presentaban una mayor rugosidad presentaban más microorganismos”, destaca la investigadora.
Más allá de este estudio, Hernández y el grupo de investigación de la Universidad de La Laguna han analizado la presencia de microplásticos en erizos de mar o en holoturias, entre otros. “Con el proyecto Implamac hemos estudiado distintos peces en toda la Macaronesia y en una gran cantidad de los peces estudiados había presencia de microplásticos”, comenta.
“Todavía no hemos interrelacionado cuáles son los efectos que pudieran estar produciendo, pero sí tenemos que repensar nuestra forma de gestionar los residuos, porque obviamente nosotros podemos diferenciar entre lo que es un plástico de lo que no pero la mayoría de los animales no pueden o no saben. Es un tema que tenemos que seguir estudiando”, resalta la investigadora.