Hace 30 años, el 28 de agosto de 1994, dos jóvenes saharauis llegaron a las costas de Fuerteventura. Eran las primeras personas que recorrían los casi 100 kilómetros que separan el continente africano de la isla majorera en un pequeño barco de pescadores. Fue en ese momento cuando se ‘inició’ la Ruta Canaria, que tras estas tres décadas se ha convertido en una de las rutas migratorias más peligrosas.
El total de personas que llegaron aquel año en patera fueron 10, un número que iría aumentando con el paso del tiempo hasta ser casi 230.000 personas las que han accedido a Europa a través de las diferentes travesías marítimas que conforman la Ruta Canaria en estos 30 años. Aunque el número ha crecido en estos años y se han producido situaciones como la Crisis de los Cayucos en 2006 o el colapso de Arguineguín en 2020, poco ha cambiado. Juan Carlos Lorenzo, coordinador de CEAR en Canarias, expone que en este tiempo “hemos aprendido poco” y “no hemos sabido gestionar las realidades migratorias más allá de tratarlas como una emergencia”.
De unos pocos a muchos
La ruta marítima de las Islas es una parte de todo el entramado de migración, señala Lorenzo. Aquella embarcación que llegó a Fuerteventura hace tres décadas fue un “asombro” en un primer momento y supuso “un contexto al que no estábamos acostumbrados”. En 1994 llegaron 10 personas en total; en 1995, fueron 29, y en 1996, otras 27. “Eran pocas personas y no generaba tensión, sino más bien era anecdótico”, indica el coordinador de CEAR.
A partir de 1999, todo comenzó a cambiar y el número se fue multiplicando. Ese año arribaron a las costas del Archipiélago 2.165 personas. “Nos hizo ver una realidad que estaba a nuestras espaldas mostrando la desigualdad entre África Occidental y Canarias”, subraya Lorenzo.
También mujeres y niños
Los fenómenos migratorios han sido motivados a lo largo de estos años por múltiples situaciones que atraviesan al continente africano, como los conflictos bélicos o la inestabilidad en el Sahel. Y ese aumento ha traído consigo cambios. Las primeras embarcaciones llegaban a la provincia de Las Palmas, cuenta Lorenzo, hasta que en 2006 Santa Cruz de Tenerife “pasa de ser una mera observadora” a también acoger a las personas que arribaban a las islas.
Asimismo, “la tradicional patera fue complementada con la aparición de los grandes cayucos y de las lanchas y neumáticas”. Y los perfiles poblacionales también cambiaron. En 2006, la mayoría eran personas de origen subsaharianos, mientras que en los últimos años “han aparecido en el contexto migratorio personas de Mali, Senegal, Gambia, Guinea, Marruecos y Mauritania”. Además, “la mujer ha asumido progresivamente un papel protagonista en su propio proceso migratorio”, al igual que se ha producido una mayor intensidad en la llegada de niños y niñas.
Tratarlo como si fuera una emergencia
El sistema de atención también se ha ido modificando durante estos 30 años y se “ha ganado profesionalidad”. Por ejemplo, “en la época más intensa, el estado español y la Unión Europea comenzaron a actuar. Se pone de manifiesto la acción del Frontex y los planes África, que pretenden la cooperación a cambio del control de los flujos migratorios”, expone Lorenzo.
Sin embargo, “hemos aprendido muy poco” y se sigue gestionando la realidad migratoria como si fuera “una emergencia”, apunta Lorenzo, pues sigue siendo a través de una “respuesta reactiva” al “construir reiteradamente desde cero”. A pesar del paso del tiempo y de que se trate de “una ruta estable y estructural, con mayor o menor intensidad dependiendo del periodo”, se ha basado todo en “políticas migratorias con una visión de la emergencia”, es decir, “una mirada corta” que ha dado lugar a una cuestión “fluctuante” sin llegar a construir un sistema de atención humanitaria con fuerza.
El cambio necesario
El futuro que parece deparar a los flujos migratorios de la Ruta Canaria es desalentador al mostrar una tendencia de que seguirán llegando más y más personas en busca de una vida mejor. ¿Qué mejoras se pueden implantar para tornar la situación de estos últimos 30 años?
El coordinador de CEAR en las Islas subraya la necesidad de superar la visión de la migración como una emergencia y desarrollar una política estructurada que aborde la realidad migratoria con una perspectiva estratégica. Además, recalca que las políticas de cooperación deben ir más allá del control de flujos migratorios, buscando un efecto transformador sostenible en el tiempo, en lugar de ser meramente coercitivas o provisionales.
"Debemos avanzar con voluntad política para ir más allá de lo inmediato y trabajar en procesos de convivencia intercultural e inclusión social", afirma Lorenzo, que añade la importancia de que las personas migrantes participen bienestar social como parte de la ciudadanía, lo que implica garantizar su acceso a derechos políticos y procesos de regularización.
Recalca así lo fundamental que es fomentar vías legales y seguras para migrar como modificar la política de visados, ahora inaccesible y restrictiva para los países africanos, lo que empuja a muchos a optar por rutas marítimas peligrosas como única opción para alcanzar un lugar seguro. "Es frustrante que la única vía para encontrar refugio sea jugarse la vida en el mar. Refleja una profunda desigualdad", concluye.