“Vamos, Carmen, coge el ramito flores que yo llevo el cubo con agua y el paño”. Dos hermanas se organizan en el cementerio de San Lázaro el día antes de Todos los Santos. La edad les acompaña en los pasos, van agarradas de los brazos y caminan hasta la tumba de sus abuelos. Ese es el itinerario, primero los abuelos, después los padres y poco a poco los demás seres queridos. Un ramito para cada uno, que no le falte a ninguno.
Como Carmen y su hermana, otras personas recorren el camposanto, cubo para arriba, cubo para abajo, con los brazos llenos de flores, todas de colores, aunque ya no sea primavera y la hora haya cambiado. Las flores están caras, pero a una le da pena no tenerle nada a sus familiares, aunque sea un detallito, para que la tumba luzca y se sientan cuidados. Eso es lo importante para Rosario, que llena su cubo azul de agua.
Un ramito flores para la tumba
La mayoría de las flores que decoran las tumbas están recién cambiadas. Hay quienes ya se han pasado por el cementerio a continuar la tradición y hacer la visita que toca por fecha. Muchas personas hacen cola en los puestos de fuera a la espera para comprar un ramo. Y también están aquellos, que ya irán el mismo día, que es cuando toca de verdad, sin adelantarse, aunque el aparcamiento se llene y caminar por la necrópolis no sea muy distinto a pasear por Triana con toda la gente.
La importancia del detalle es el cariño del acto, poner las tumbas bonitas y hablar un pisco con quienes ya se fueron, hace tiempo o no tanto, pero se les echa de menos. Un rezado y contar un poco qué tal todo porque los hijos han crecido, han nacido nietos y otros familiares también se han ido.
Quienes cuidan la tradición
Aún así, aunque las costumbres parezcan mantenerse, son las personas más mayores quienes se encargan de ello, que cargan con más años a la espalda y las tradiciones les fueron más inculcadas porque “mis padres me cuidaron en vida, ahora me toca a mí tenerles detalles y espero que lo hagan cuando yo me muera”, señala Rosario.
Ella intenta venir siempre todos los años. El anterior no pudo porque la pilló enferma, pero esta señalada fecha no se le pasa. Sabe que si ella no va, ninguna otra persona de la familia se acercará. Así se ha ido dando en general, la visita al cementerio ya no está entre los planes ni responsabilidades ni en las mentes de las generaciones más jóvenes.
"No es lo que era"
José Fernández lo ha visto con el paso de los años con sus propios ojos. El puesto de flores que regenta desde hace 30 años, Flores de Fergar, lleva fuera de San Lázaro desde que este abrió. Todos los días acude a su puesto de trabajo y resalta que por las fechas, pues claro que la afluencia de personas aumenta, pero “no es lo que era”. Antes “venía muchísima más gente y aunque siguen viniendo, son sobre todo personas mayores”.
En estos días su competencia aumenta. El Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria permite que otras floristerías pongan sus puestos temporales a las puertas del cementerio. Les quitan público, aún así asume que ellos tampoco podrían afrontarlo todo solos. A pesar de ello, “antes incluso se ponían 80 puestos de flores, pero ahora quedamos unos pocos”. Las ventas aumentan a finales de octubre e inicios de noviembre, a pesar de ello, “la diferencia es importante” con los años anteriores cuando la tradición estaba más arraigada.
El futuro de la costumbre
El movimiento de estos días está todo en los cementerios, como el de San Lázaro en la capital grancanaria. Las floristerías de la ciudad han quedado un poco en el olvido y los encargos que reciben son de sus clientes habituales, que optan por un arreglo más elaborado. Los anturios, los crisantemos y claveles se compran a las puertas de los camposantos.
Fernández cree que además de que se van perdiendo las tradiciones de cierta forma, “ahora se incinera mucha gente”, por lo que “la costumbre de venir a poner flores a las tumbas ha ido disminuyendo”. Y con el tiempo, quizás, se termine perdiendo, cuando a quienes van al cementerio ya les toque que les visiten y no visitar con flores.