Terremotos

Creemos que lo controlamos todo; pero desde que asoma un asteroide o tiembla la tierra nos volvemos otro vez igual de mortales y de vulnerables

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Zona del volcán de Enmedio, donde se localizó el terremoto./ Archivo
Zona del volcán de Enmedio, donde se localizó el terremoto./ Archivo

La palabra terremoto estaba unida a aquellas catástrofes que salían en las películas pero que quedaban lejos. Recuerdo ver Terremoto, con Charlton Heston y Ava Gardner, como veíamos El coloso en llamas, Aeropuerto, El Enjambre o Tiburón. Fue una época en la que se empeñaron en meternos miedo en el cine, y en volvernos melodramáticos en las series con Marco, Heidi y compañía. Uno cuando es niño no se da cuenta de todo lo que se queda en el subconsciente, de los miedos infundados y  de los dramas temidos; pero era solo eso, cine, televisión, ficción lejana que no acontecía cerca de casa. 

En aquellos años setenta sí sonaba a todas horas la palabra Teneguía, y por eso las erupciones volcánicas sí forman parte de nuestros miedos atávicos, y de los que están unidos a la oralidad, al recuerdo de los mayores y a los testimonios de quienes te contaban cómo era la lava o ese rugido interminable que, ya con los medios de comunicación de estos tiempos, escuchamos durante meses en la última erupción de La Palma. Y es verdad que las erupciones van unidas a temblores de la tierra, y también que ese temblor forma parte de la epidermis del planeta, como forman parte de nosotros en los escalofríos, en las emociones o en las fiebres. Todo tiembla siempre aunque creamos que está quieto, sobre todo nuestra propia vida, tan proteica, acelerada y mudable como cualquier paisaje de la naturaleza. Pero esta vez la palabra terremoto ha sonado cerca de casa y además muchas veces. 

Todos te dicen que nos tranquilicemos, que no sucede nada extraño en una tierra volcánica y en un lugar en el que las capas tectónicas se mueven como saurios sin que nos demos cuenta, como mismo gira la tierra todo el rato sin que nosotros estemos dando vueltas. Estos últimos temblores, sobre todo el más fuerte, tuvo lugar delante de las costas de mi pueblo, y eso sí que cambia la perspectiva, justo frente a San Felipe y Roque Prieto. Guía tiene poca costa, y era casi desconocida hasta que ha empezado a aparecer en todas las noticias. Lo primero que yo hice cuando leí la palabra terremoto fue llamar a mi madre para ver si estaba bien y si lo había sentido. Como mucha otra gente de la zona, no se había enterado de nada, y de hecho se enteró de que había habido un terremoto cuando yo se lo dije. Hace años sí recuerdo un par de temblores que se sintieron en todo el Noroeste, pero no recuerdo una infancia de terremotos, si acaso se veían OVNIS a todas horas: no temblaba la tierra, por tanto ese argumento que repiten de que ha sido siempre algo habitual en la zona no me lo creo, porque viví muchos años allí, y además era un niño de calle, barranco y playa, y nunca sentí un terremoto. 

El único terremoto que recuerdo en Guía tuvo lugar en el cine Hespérides, viendo la película de Charlton Heston. Los amigos comentábamos luego lo que pasaría si temblara la tierra. Entonces sí es verdad que todos anhelábamos un terremoto sin daños personales con epicentro en el colegio, y que además no afectara más que a ese lugar del que solo queríamos salir para correr detrás de un balón o para subirnos a los árboles. Es cierto que entonces, como dicen los mayores, no teníamos los medios que tenemos hoy en día. Lo miden y lo captan todo, y siempre aparece eso de que es lo más de lo más de la historia de la humanidad o del siglo, sin especificar que antes no se medía nada y que solo constaba lo que se sentía, o lo que  se sentía y alguien se tomaba la molestia de anotarlo en alguna parte. Ya digo que no recuerdo a mis abuelas hablar de terremotos, ni sentí nunca que se movieran las sillas de mi casa. Ahora se habla de enjambre sísmico y se sitúa en ese volcán, entre el Teide y el Pico de La Atalaya, que parece que saldrá en cualquier momento de las aguas como un Moisés volcánico o como un Noé perdido en el tiempo con su arca bíblica que no recuerdo nunca que fuera Atlántica. Me preocupan los palos de ciego de quienes nos tendrían que estar contando con más rigor científico lo que está pasando con esos movimientos que hicieron temblar las palmeras y las higueras de mi infancia. Seguro que los pájaros y los cangrejos ya saben lo que sucede, o lo intuyen con su sapiencia milenaria. Nosotros creemos que lo controlamos todo; pero desde que asoma un asteroide o tiembla la tierra nos volvemos otra vez igual de mortales y de vulnerables. Quizá esos temblores sean mensajes que nos envía el planeta para ver si de una vez nos ponemos de acuerdo y dejamos de incordiarnos y de incordiarlo; aunque luego, justo al lado de las noticias de esos temblores, están las mismas enredinas humanas, cada día más cansinas, más marrulleras y más mentecatas. Los terremotos también los creamos nosotros a diario.