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Sociedad

Los regresos de los magos y de los mortales

No hay fun, fun en la cuesta de enero, y los Reyes Magos ya caminan solos y en silencio, lejos de todas las miradas

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Los regresos de los magos y de los mortales. / FARRUQO

La llegada triunfal siempre saca a las multitudes a las calles, pero nadie habla nunca del regreso, ni de la soledad de los idolatrados y de los triunfantes. Se venera al héroe y se olvida al mendigo, aunque el mendigo fuera héroe antes del fracaso. También nosotros, cuando nos miramos al espejo de nuestros recuerdos, tendemos a condenar al que no le salieron bien las cosas en el pasado y nos quedamos con el que sacaba sobresalientes en alguna asignatura del colegio o con el que disfrutó de los mejores trabajos o tuvo la suerte de ser amado.

El otro, el que realmente hizo el camino que nos llevó al éxito vital aprendiendo desde la resiliencia o apretando los dientes antes los grandes desafíos, se suele apagar para siempre del magín de nuestra memoria tan mediatizada por lo que nos han ido contando en todas las películas o en aquellas fábulas en las siempre ganaban los virtuosos y los guapos, que luego se convertían en príncipes azulados o en reinas rutilantes. Nunca se mitificaba al sapo que resistió en la charca o a la mujer que no tiró la toalla limpiando y sufriendo vejaciones antes de que alguien viniera a conocer el número del zapato que calzaba.

Estos días de enero, cuando era niño, me preguntaba que por dónde partirían los Reyes Magos en su camino de regreso. Hoy fui a buscar información y no encontré nada en los libros sagrados. Solo dicen que regresaron por un camino diferente para que Herodes no los encontrara, pero ni hablan del camino, ni de la duración del viaje, ni de la alegría de sus hijos o sus nietos al verlos volver a casa sanos y salvos. La estrella que los guio sigue brillando en el cielo, pero entiendo que ellos atravesarían los caminos de vuelta buscando otras rutas trazadas en el firmamento.

En el camino que les trajo de Persia, de La India y de Arabia se cuenta que recorrieron unos dos mil kilómetros en 33 días, el mismo guarismo que luego marcaría la vida del niño que acababa de nacer. Se indica que fue un viaje muy duro que se pudo realizar gracias a la resistencia de los camellos y a todas las alforjas y los pajes que llevaron. Incluso se habla de que un cuarto rey, llamado Artabán, se perdió para siempre en el desierto. Lo que queda de ese viaje es mirra, oro e incienso, y la luz majestuosa con la que todos los niños los pudimos ver cuando los tuvimos cerca. Así me veo yo en las fotos del Parque de San Telmo que comparto con los que vivieron en Gran Canaria en los años sesenta y setenta del siglo pasado.

Ese rey mago nuestro desapareció para siempre. No sé cuándo dejó de venir. Nunca fue noticia habiendo sido quizá más importante que Germán y Tonono para los niños que ahora somos hombres y solo lo recordamos cuando volvemos a vernos con nuestros pantalones de peto y con aquella cara de susto que se nos ponía pensando que era un santo como los que salían en las procesiones por las calles. Ese rey, y los que hace unos días casi no pueden salir por las calles de Las Palmas de Gran Canaria, se entienden que son los mismos aunque sean diferentes.

Lo que hubiera sido realmente lamentable es que después de tanto caminar por el desierto y de lograr llegar al destino durante cientos de años, el desastre de una ciudad que va a la deriva casi no los dejara recoger las cartas de unos niños que estuvieron esperando una hora a que salieran porque no había policías municipales que coordinaran el tráfico. Menos mal que la magia logró que aparecieran y que alegraran la mirada de la chiquillería grancanaria.

Pero luego, cuando dejaron de sonar las sirenas y los helicópteros, o en ese 7 de enero siempre tan triste porque se atisban el colegio o las horas de trabajo, ya no sabemos nada más de ellos, de sus penurias en el desierto de vuelta, del peso que llevan sus camellos y de lo que van pensando por esos caminos tan largos que darían para varias sagas de Tolkien o de Salgari. Algo parecido sucede con mucha gente que uno se tropieza por la calle. Me pregunto dónde estará la bonhomía del cinco de enero cuando te los tropezabas por Triana y te daban un abrazo o te daban las felicidades solo por pasar delante de ellos. Uno se sentía feliz viendo la alegría de sus semejantes. Parecía como si el mundo, por fin, hubiera cambiado el semblante y se llenara de esperanza en lugar de llenarse  de guerras, corruptelas y sátrapas. No fue así.

El camino de regreso no importaba y nos han vuelto a dejar donde estábamos el 20 de diciembre. No hay fun, fun en la cuesta de enero, y los Reyes Magos ya caminan solos y en silencio, lejos de todas las miradas. Solo volverán a ser importantes cuando regresen con oro en las alforjas. Uno de los que me abrazó el 5 de enero se hizo el loco y cambió de acera cuando lo fui a saludar ayer. Ya no iba con un vaso de plástico  repleto de cerveza.