‘El niño es desinquieto’ o ‘está en las nubes’ pueden ser algunas de las frases que se escuchan en referencia a niños y niñas más activos o distraídos de lo que puede considerarse habitual. En algunos casos, las actitudes que se perciben en los más pequeños pueden tratarse de síntomas que conduzcan a un diagnóstico de trastornos de déficit de atención o hiperactividad, lo conocido como TDAH.
Un informe de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) señala que en 2022 se diagnosticaron un millón de niños más con TDAH que en 2016. Este aumento también se ha percibido en Canarias, donde la prevalencia de infantes con este trastorno se sitúa en un 5%, según indica el psiquiatra infantil y adolescente, Pedro Javier Rodríguez Hernández. Según el experto, esto se debe a múltiples factores, entre los que destaca la genética, el entorno y la supervivencia de bebés prematuros.
Distraído y desinquieto
Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, se tienen en cuenta ciertos criterios para evaluar la posible presencia de este trastorno en los más pequeños, como que a menudo el niño o niña tenga dificultad para organizarse, pierda cosas, se distraiga fácilmente con estímulos externos, parezca no escuchar cuando se le habla, presente inquietud con sus manos o pies o se revuelve en el asiento, habla excesivamente, corre o salta mucho en situaciones “inapropiadas”, muestra impaciencia, entre otros puntos.
El déficit de atención comienza a evidenciarse entre los 5-7 años, mientras que la hiperactividad e impulsividad se identifica a partir de los 3 años. La existencia de estos síntomas da lugar a tres subtipos posibles: TDAH subtipo inatento, TDAH subtipo hiperactivo e impulsivo y TDAH subtipo combinado. Además, en más del 70% de los pacientes con este trastorno sufren otros como trastornos de ansiedad, estado de ánimo o de aprendizaje, apunta un estudio realizado por Rodríguez.
Factores que influyen en el TDAH
Pero, ¿por qué se puede llegar a producir este trastorno y a qué se debe el aumento de diagnósticos? Rodríguez indica que, más allá de estar más preparados para detectar y diagnosticar esta patología que hace unas décadas, se trata de un trastorno multifactorial, es decir, son muchos los factores que en la sociedad occidental actual inciden en el incremento de la probabilidad de que un niño tenga TDAH.
La genética es uno de los principales factores, resalta el especialista. El TDAH tiene una “alta heredabilidad” y “existe un 70% de riesgo que el niño presente este trastorno si en su familia hay alguien que también tenga esta sintomatología”. Asimismo, la edad media de la maternidad y paternidad ha aumentado y puede afectar, ya que “no son iguales los genes de alguien de 20 años que alguien de 40, por lo que la probabilidad de que haya algún cambio genético se incrementa”.
Los entornos contextuales influyen también, comprendiendo en este sentido el uso de pantallas a temprana edad, pues “la utilización de pantallas por debajo de los tres años afecta al neurodesarrollo”, comenta Rodríguez, que añade de ejemplo el cambio rápido de pantalla en los dibujos animados o los videojuegos donde las recompensas son rápidas y no permite el desarrollo de la paciencia, aumentando la impulsividad. A esto se puede sumar, incluye el experto, los contaminantes y la alimentación.
Por último, el aumento de la supervivencia de los grandes prematuros - bebés que nacen con menos de un kilo - o de los casos de meningitis neonatal es otro de los factores que destaca Rodríguez, debido a que estas situaciones o determinadas enfermedades perinatales influyen también en el neurodesarrollo de niños y niñas, lo que conduce a trastornos como TDAH y TEA. El médico puntualiza que las tasas de prematuridad se sitúan “por encima del 15%”.
Paliar los síntomas
Este “combo explosivo” lleva al desarrollo de esta afección que, junto a la dislexia, es uno de los “mayores causantes del retraso escolar”, destaca el psiquiatra infantojuvenil. Es por ello que el tratamiento “interviene en todas las áreas”, desde el farmacológico hasta el psicológico y psicopedagógico. Se adapta así, por ejemplo en el ámbito escolar, los métodos de aprendizaje y evaluación a las características sintomatológicas del niño o adolescente, como darle más tiempo durante un examen o tenerle sentado cerca del profesorado para que se distraiga menos, relata el especialista.
“En principio, el TDAH es para toda la vida”, asegura el psiquiatra; no obstante, añade que “con las medidas que adoptamos y cuanto más precoz se detecte mejor, se pueden matizar los síntomas para afrontar mejor las dificultades que se puedan presentar en el día a día”.
A pesar de este aumento de los casos de TDAH en la infancia, Rodríguez manifiesta que sigue estando “infradiagnosticado” y es “importante” la detección de este trastorno, sobre todo en cuanto a su influencia en el retraso escolar. Además, concluye destacando el incremento “tan grande” de patología psiquiátrica juvenil, tratándose de enfermedades que “no podemos olvidar”, como los trastornos de comportamiento alimentario, depresión en adolescentes, intentos de suicidios, etc.