La pesadilla de alquilar piso siendo estudiante: habitaciones a 500 euros y "solo para peninsulares"

Carlota busca piso en La Laguna y Marta en Las Palmas de Gran Canaria. Las dos se han encontrado con una panorama desalentador para encontrar una habitación asequible

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Una persona mira los carteles de pisos en alquiler y venta de una inmobiliaria en Canarias / EFE
Una persona mira los carteles de pisos en alquiler y venta de una inmobiliaria en Canarias / EFE

Ser estudiante universitario y tener que buscar un piso o una habitación ya no es solo una misión imposible, se ha convertido en una absoluta pesadilla. Enfrentarse a los distintos precios de los alquileres puestos en el mercado ya es un reto, pero lo peor viene con las contestaciones, negativas y condiciones por parte de las inmobiliarias y caseros/as. 

Carlota busca piso en La Laguna y Marta en Las Palmas de Gran Canaria. Da igual cuál de las dos ciudades sea el campo de búsqueda, la odisea está asegurada en ambas. Con el inicio del curso académico a la vuelta de la esquina, las dificultades para encontrar un piso de alquiler o una habitación para compartir se han intensificado y la desesperación con ella al ver anuncios de habitaciones de hasta 500 euros y recibir un no acompañado de “solo aceptamos peninsulares”. 

Altos precios, mobiliario en mal estado y condiciones inusuales

Carlota va a estudiar un máster en la Universidad de La Laguna (ULL) y comenzó a buscar alojamiento desde principios de julio. Por la experiencia de sus amistades en años anteriores, lo que sabía era que compartir piso no era muy caro, como “ciento y pico euros por habitación” y esperaba encontrar algo asequible, pero no fue así. Se encontró con un panorama desalentador con precios por habitación que oscilan entre los 300 y 400 euros, incluso alcanzando los 500 y 600 euros. "He visto habitaciones por 200 o 275 euros, pero se alquilan tan rápido que no llego ni a contactar con los dueños", explica.

Las condiciones que imponen los arrendadores también son un obstáculo. A menudo se exige un mes de fianza, el pago del mes en curso y, en algunos casos, hasta los gastos de la inmobiliaria, a pesar de que esto es ilegal, cuenta la universitaria. Además, los estudiantes se enfrentan a restricciones como no poder fumar, tener mascotas, o incluso recibir visitas. "Hay pisos en los que a lo mejor la hija del casero vive allí y pone normas absurdas, como no poder estar en el salón si su hija está en casa", añade Carlota.

No obstante, uno de los casos más fuertes que se ha encontrado es el de una arrendadora que solo aceptaba alquilar a estudiantes peninsulares, no permitiendo a jóvenes canarios. La casera le contó a Carlota que lo prefería porque “los peninsulares se marchan en vacaciones y puentes, y así ella aprovechaba y cerraba el piso durante esos días”. Más allá de llevar el derecho de admisión hasta un punto límite, todas estas circunstancias hacen pensar a Carlota que “la gente trata los pisos, sobre todo cuando son para compartir, como si fueran residencias” con precios desorbitados por habitación y buscando cerrar en vacaciones.

Otro problema grave es la precariedad de los pisos. Muchos de ellos parecen que no se renuevan desde la “posguerra” y el mobiliario se encuentra en tan mal estado que resulta inservible. Eso le pasó a Carlota en un piso de los que visitó durante su búsqueda. "Me pedían 400 euros por una habitación en un piso que se caía a pedazos. Es increíble cómo los caseros intentan aprovecharse de nosotros", comenta indignada.

Malas contestaciones

Marta estudia en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y también se ha visto con dificultades. En su caso, ella ya se encontraba alquilada; sin embargo, en junio, pleno mes de exámenes, su casero les informó a ella y a sus compañeros que necesitaba el piso, obligándolos a buscar un nuevo lugar en tiempo récord. 

"Era un estrés añadido al de los exámenes. Empezamos a buscar por Idealista y Fotocasa, pero los caseros ponían muchas pegas porque éramos estudiantes", recuerda. Una de las peores contestaciones que se llevó fue por parte de un contacto en Idealista. La persona le preguntó por su profesión e ingresos mensuales. Al contestarle que era estudiante y sus ingresos familiares junto a su madre, la respuesta que recibió fue tajante: “No me interesa absolutamente nada de ti, así que nada más que hablar”. 

Después de un mes de búsqueda y de considerar incluso la opción de separarse y alquilar habitaciones por separado, lograron llegar a un acuerdo con su casero, aunque a costa de un aumento significativo en el alquiler.

Aceptar cualquier cosa

Tanto a Carlota como a Marta les sorprende la situación a la que se ha llegado. Las dos coinciden sorprendidas y frustradas en el pésimo trato y la desconfianza que se muestra hacia los estudiantes cuando “son los que te van a pagar sí o sí porque necesitan la casa para poder estudiar la carrera y no creo que se arriesguen a perderla”, señala Marta. "Es especialmente frustrante que esto ocurra en una ciudad universitaria como La Laguna. Los caseros saben que los estudiantes no tienen más remedio que alquilar, así que suben los precios sin importarles las condiciones", concluye Carlota.

Ambas historias reflejan un problema estructural que afecta a las zonas universitarias de Canarias. Los altos precios y las pésimas condiciones de los pisos se han vuelto la norma, y muchos estudiantes se ven obligados a aceptar cualquier oferta, por abusiva que sea, para poder asistir a la universidad.