De la Bella se la dejó suave (la pelota), como un caramelo, en la frontal del área. Y Pedri, pese a vestir el cuerpo de un niño, soltó un señor derechazo —como si su cuádriceps lo hubiera esculpido Miguel Ángel— que reventó la red. El balón raspó el palo y la estirada de Mariño quedó en una simple anécdota. La jugada acabó en gol, en un golazo. Fue el 1-0 de un partido que no tuvo más historia. Ese tanto sirvió para que la Unión Deportiva Las Palmas se embolsara la victoria contra el Sporting de Gijón —y poco más— en una temporada insípida, pero ese misma diana puso en otra dimensión a su autor. Fue la primera que llevaba su firma en el fútbol profesional y delimitó una frontera: la noche de ese día, el 19 de septiembre de 2019, el fútbol dejó de ser aquel juego de la infancia que coronaba horas y horas de carreras, balonazos, flores destrozadas y confesiones de anhelos por cumplir en la plaza de la iglesia de Tegueste para convertirse en un evangelio.
“Estoy orgulloso de ti”, le susurró después de ese gol su hermano. Aquello no fue un comentario más; aquellas fueron las palabras de su compañero de juegos y sueños de toda la vida. Porque nadie entiende la figura de Pedro González López ( Tenerife; 25 noviembre de 2002) sin tener a su lado la de Fernando. Con él correteó de niño detrás de la pelota en inagotables rebumbios en Bajamar que sólo finalizaban tras la llamada de la madre de ambos, Rosario, para el baño y cenar croquetas —lo único que al pequeño Pedri le gustaba tanto como el fútbol—; con él reventó a balonazos cristales y lámparas dentro del comedor de la Tasca Fernando —negocio familiar en Tegueste—; con él rompió todos los farolillos de su calle para disgusto de su abuela Candelaria —que un día salió detrás de ellos bajo la amenaza de picarles la pelota con un cuchillo—, con él se apuntó al primer equipo federado —la Unión Deportiva Tegueste—; con él fantaseó más de una vez vestir la camiseta del FC Barcelona para alcanzar la gloria en el Camp Nou —su abuelo Antonio, además de dirigir el equipo de lucha canaria del pueblo, era presidente de una peña del club azulgrana—; y con él en la Ciudad Condal hace realidad el sueño de ser futbolista del Barça.
Real Madrid y CD Tenerife
Por eso, después de aquel primer gol en acto de servicio para la UD Las Palmas hace cinco años ya, el orgullo de su hermano Fernando llenó a Pedri de ganas de querer más y de hacerlo mejor para y por los suyos. Tenía, entonces, sólo 16 años. “Sin una familia, el hombre, solo en el mundo, tiembla de frío” escribió un día el novelista francés André Maurois sin saber que esas palabras, años después, servirían para acompañar a un futbolista de Tenerife que nació con un don que nunca —ni siquiera cuando era un renacuajo que levantaba un par de palmos del suelo— le permitió pasar desapercibido en un campo. Interpreta el juego con rapidez —como los buenos ajedrecistas siempre va un par de pasos por delante—, controla con una pierna y se va del rival con la otra —y viceversa—, es solidario, le pega bien con los dos pies y tiene gol. Un lujo.
Nada de eso, ninguna de todas esas características, pasó desapercibido para el Real Madrid, que lo citó para una prueba en Valdebebas. El frío de la época en la capital de España provocó que Pedri, en aquellos días a examen por el club blanco, no carburara. Fue enviado de nuevo a casa para, en parte, alivio de su padre, que había heredado del abuelo Antonio la presidencia de la Peña Barcelonista de Tenerife-Tegueste. Aquel amago con el Madrid no fue el único momento en el que a Pedri la vida le llevó por caminos raros —por la esquina más perdida de los mapas—. Cuando era jugador de categoría cadete, el CD Tenerife tocó a su puerta para que se incorpora a su disciplina. Él, sin embargo, eligió la amistad antes que una oportunidad con el conjunto representativo de su isla: muchos de sus amigos le habían seguido tras su fichaje por el Juventud Laguna y él no los dejó tirados.
UD Las Palmas y Barça
Pedri pudo ser del CD Tenerife y del Real Madrid, pero ha jugado para la UD Las Palmas y el FC Barcelona. Al equipo amarillo llegó ya como jugador juvenil pese al disgusto de Rosario, que el día que su hijo se fue en barco rumbo a Gran Canaria sintió como si le hubieran arrancado un trozo de sus entrañas. En la Casa Amarilla, bajo custodia de Tonono y Roberto Arocha, tuvo tiempo de echar de menos las croquetas, las papas rellenas, la ensaladilla y el puchero de los viernes de la Tasca Fernando, pero encontró otra familia para alivio de su madre. Allí, por primera vez en su vida, se preparó el desayuno y colaboró con las tareas comunes del hogar. Según apuntan los que convivieron con él, nunca perdió su esencia: después de debutar con el primer equipo de la Unión Deportiva —tras ser llamado por Pepe Mel bajo recomendación de Ángel López— siempre fue el mismo tipo tranquilo y cercano. Ni la fama ni el éxito le cambiaron. Y allí permaneció hasta que se incorporó al FC Barcelona.
Con 21 años no hace nada fuera de lo común entre la gente de su edad: juega a la Play Station y al teq-ball —una mezcla entre fútbol y pin pon— con su hermano, ve capítulos de La que se avecina, escucha a Bad Bunny, Quevedo o Pepe Benavente, sigue los directos de Ibai Llanos y sueña con que llegue el verano para bajar con sus amigos de toda la vida a las piscinas naturales de Bajamar o al Faro de Punta del Hidalgo. Lo normal, salvo que en su palmarés ya brillan un título de campeón de Liga, otro de Copa del Rey, una medalla olímpica de plata (Tokio 2020), una participación en un Mundial y dos en Eurocopas. Porque a pesar de que esta temporada, para él y para el Barça, ha sido una pesadilla, este sábado Pedri será titular con España en el debut de la selección en la Euro 2024 contra Croacia. De romper farolilos en Tegueste a brillar bajo los destellos del Olímpico de Berlín.