Las consignas no hacían más que comenzar en la capitalina plaza de Weyler de Santa Cruz, arengadas por el sonido emanado de unos bucios con esa extraña capacidad innata de trasladarnos a un pasado que nunca conocimos pero anhelamos. A través de las palabras de nuestros padres, de las historias de nuestros antecesores.
Relatos que cobraban vida en la imagen de aquel abuelo que, con sus inflexiones y sus arranques de pasión o melancolía, inoculaban imperceptiblemente una conciencia de pueblo, ya vivieses en El Pinar, El Fraile o Betancuria. De lo que significa, en cualquier caso, ser canario.
Cantatas a los menceyes desventurados, profecías de desfalco de tierras y riquezas, hazañas heroicas contra atacantes malvados, lamentos por la bisoñez en las oportunidades perdidas y promesas, sobre todo promesas. Todo cabe en la creación de una identidad canaria que sin embargo vive silente, siempre a la espera de una oportunidad para salir a demostrar que el pueblo unido jamás será vencido.
A luchar
Las consignas no hacían más que comenzar al ritmo percutor de los tambores cuando una mujer, puño en alto, espoleó con un mensaje (¡A luchar!) a una niña de no más de ocho años que portaba una pancarta en contra de la venta de Canarias. A ojo de buen cubero más de tres décadas les separaban. Algo más de treinta años en los que, otra vez a suma rápida, se puede hablar de no más de una decena de grandes manifestaciones en el Archipiélago, desde aquel 20 de abril del 90.
Si se excluyen huelgas generales y el No a la OTAN, opción de la que Canarias fue primera espada, el resto ha estado casi exclusivamente motivado por la cuestión medioambiental, debidamente aderezado por otras problemáticas transversales como la dificultad en el acceso a la vivienda, uno de los estiletes de este 20A.
La elección del adjetivo transversal no es aleatoria porque si hay algo que tranquiliza a la sociedad canaria es el posicionamiento neutral, lo que hace de estas manifestaciones un balón de oxígeno necesario para ver de nuevo al vecino como al vecino, no como al que piensa distinto. El enemigo común para calmar la crispación, ahora más ferviente que nunca. Lo bueno es que en Canarias siempre es el mismo para evitar sorpresas.
Todos a una
“Aquí estamos personas mayores y más jóvenes (sic) que pensamos distinto en muchas cosas, pero cuando estamos en lo importante venimos todos aquí a decir que esto es nuestro”, voceaba Airam, empleado en un comercio en La Laguna.
Su acompañante añadía: “Aquí estamos gente del PP, gente del PSOE y de todos los partidos. Canarias no se vende y eso lo saben todos, aunque no lo puedan decir porque hay muchos intereses detrás”. Como en Fuenteovejuna, todos a una.
De intereses se conversaba mucho en los corrillos de personas que, sin conocerse, hacían equipo cual carnaval en la Weyler, un emblema de las concentraciones multitudinarias en Santa Cruz.
Algo de fiesta de invierno hubo al ver desfilar dos inmensidades con las caras superpuestas del presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, y de Jorge Marichal, empresario hotelero y presidente del gremio tanto en la provincia tinerfeña como a nivel nacional. “Cuidado, que se le caen los dineros a Marichal”, vacilaba uno de los portadores del original invento. Pese a los intentos de Clavijo de estar en misa y repicando, imágenes como esta eran inevitables.
Lo cierto es que lo descrito anteriormente fue una anécdota, porque no fueron los políticos los destinatarios de las protestas, ni los promotores que encontraron el subterfugio legal adecuado. Qué decir de los hoteleros que hicieron todo conforme a la legalidad o de los bancos que tuvieron a bien prestar el dinero. Nótese la ironía previa, la que sigue es obvia. La protesta se percibía poco menos que contra el universo por habernos regalado unas islas afortunadas de las que todo cristo quiere sacar tajada. Dándole la vuelta a aquel mítico eslógan cervecero: ¡Qué mala suerte vivir aquí!
El cambio de modelo
Las consignas no hacían más que comenzar con un estamos al límite para recorrer todo el espectro del buen hacer reivindicativo, desde un Canarias ya no es un paraíso hasta el Por un cambio de modelo, que venía transitado anteriormente por el Defendamos el futuro de nuestra tierra. Todo muy bonito en la pancarta. Todas juntas y de colores, una maravilla.
El reflejo de lo visto en las calles de las islas también se reconoce en las moquetas. Por lo visto en las últimas semanas, reforzado este sábado, el diagnóstico está cerca de unánime. De la solución ya hablaremos más tarde, seguramente después de un crear un grupo de estudio, un consejo de expertos y una comisión legislativa. Pero oye, “esto es el cambio de modelo que necesita toda Canarias y que pide la colaboración de toda la sociedad como ha pasado tantas otras veces”, decía Pedro, afín a la organización del evento. Un soñador.
Como él, Paula, enfermera, enumeraba esas tantas otras veces: La Tejita, las torres de Vilaflor, los puertos de Granadilla y Fonsalía o Cuna del Alma como los últimos conflictos de calado que han sacado (a veces) a los canarios a la calle. Por contra, Carla, abogada, reclamaba el derecho a una vivienda en alquiler que no se coma más de la mitad de su sueldo. Por eso se manifestaba ella en la Weyler, poco afectada por que la viborina triste se extinga para siempre. Es la transversalidad, nuevamente.
Las consignas no hacían más que comenzar cuando la manifestación hubo acabado, porque parecía que estaban empezando. Como tantas otras veces en las que nos quisimos plantar para reclamar la potestad -sí, aquí no reclamamos el poder sino la facultad de poder tenerlo, es el modo canario de entender la manida escena de La Vida de Brian- de gestionar la tierra en la que vivimos y cambiar nuestro modelo productivo.
Eso sí, como siempre, faltó decir cómo hacer todo esto sin perder lo que nos da de comer para subvertir el orden que nos hemos establecido. Bueno, más que nosotros, aquellos antepasados queridos que nos hablaron de aquella Canarias idílica en la que ellos vivieron y que ahora nos va a tocar a nosotros recuperar.
Las consignas no han hecho más que comenzar. Otra vez.