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Sociedad

Luis Doreste: el algoritmo de un doble campeón olímpico

El regatista grancanario fue el primer deportista español en ganar dos medallas de oro | Ha sido campeón de Europa y Mundial en diferentes categorías | Licenciado en Informática, da clases de Arquitectura de computadoras en la ULPGC

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Luis Doreste por Farruqo.

Un algoritmo aplicado a la informática es una serie de pasos o instrucciones bien definidas y finitas que una computadora sigue para realizar una tarea específica o resolver un problema. Pensemos en él como una receta de cocina: tiene un conjunto de instrucciones que se deben seguir en orden para obtener un resultado deseado. Uno de los más valorados, por cómo ha definido nuestro modo de vida durante las tres últimas décadas, es el PageRank, una técnica desarrollada por Larry Page y Sergey Brin para medir la importancia de las páginas web y que determina, al evaluar la importancia de un sitio de internet a través de sus enlaces, el orden en el que se presentan los resultados en el buscador de Google

El algoritmo funciona así. Todas las páginas empiezan con el mismo valor PageRank. Luego, en cada iteración, cada sitio web distribuye su propio PageRank entre las webs a las que enlaza —un link se considera un voto de confianza, aunque no todos tienen el mismo valor (uno desde una página muy importante pesa más que un otro desde una menos importante)—. Con las actualizaciones, el valor de cada página se calcula sumando las fracciones de PageRank recibidas de las webs que la vinculen —la importancia de una dirección se distribuye entre todas las páginas a las que conecta—. El proceso se repite varias veces hasta que los valores de PageRank convergen. Así es, al evaluar la importancia de una página a través de sus enlaces, como Google posiciona en su buscador un producto —ya sea un hotel, un restaurante, una tienda de ropa o la noticia de un periódico—. 

Campeón de todo

Los que conocen a Luis Doreste Blanco (Las Palmas de Gran Canaria; 7 de marzo de 1961) cuentan que aplica en la vida el pragmatismo de un algoritmo: se fija un objetivo, traza una hoja de ruta —que sigue de manera rigurosa— y se lanza a cobrar la recompensa por el esfuerzo realizado. Por eso a nadie le extraña que sea licenciado en Informática por la Universidad Politécnica de Cataluña, ejerza como profesor de Arquitectura de Computadores en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGG) y figure como campeón de todo lo posible —Europa, Mundo, Juegos Olímpicos— en la vela, un deporte en el que es una leyenda y donde ejecuta el posibilismo matemático para atravesar el mar más rápido que nadie. Todo, explican, está relacionado entre sí.

Luis Doreste y Roberto Molina, en el podio de Los Angeles 84. / EFE

Un suceso inesperado, una eventualidad que desmonta cualquier secuencia matemática que entrelaza un algoritmo, marcó su destino. Hace justo ahora 40 años, Luis Doreste se presentó —junto a Roberto Molina— en Long Beach, 32 kilómetros al sur del centro de Los Ángeles, para competir en los Juegos dentro de la clase 470. Nada más aterrizar en Estados Unidos, la vela de su barco —al que bautizaron con el nombre de Sancocho— se rompió y la precariedad con la que el equipo español se presentó en California a punto estuvo de hacerlos descabalgar de la cita olímpica. Las limitaciones eran tan marcadas entonces que incluso se sopesó la posibilidad de mandarlos de vuelta a casa. Sólo el empeño de su entrenador, que al final compró un nuevo velamen, impidió el disparate. Ese contratiempo provocó que los regatistas canarios apenas pudieran practicar en el campo de regatas, un hecho que al final les benefició: todos sus rivales entrenaron con viento fuerte, condición meteorológica que no se dio en la competición.

Puerto Rico

Doreste y Molina no figuraban entre los favoritos de su categoría —pese a que ese mismo año habían ganado la Semana Olímpica de Roma y habían subido al podio en las de Palma (teceros) y Kiel (segundos)—, ni siquiera eran la gran esperanza del equipo español —Joaquín Blanco Roca, primo de Doreste y que ya había sido campeón del Mundo y de Europa en la clase Finn, era la principal baza para ganar una medalla—, pero no dieron opción al resto de competidores en Los Ángeles 84. En la quinta regata, después de haber firmado un tercer puesto, un primero, un quinto y un segundo, firmaron otro triunfo parcial que les despejó la ruta hacia la medalla de oro. En la penúltima jornada se permitieron el lujo de no arriesgar —cruzaron la última boya en la novena posición— y no les hizo falta salir al Pacífico en la última prueba.

Cuando los dos regatistas canarios se subieron a lo más alto del podio —fueron los primeros del Archipiélago en ganar una presea olímpica—, las Islas dormían. A 9.355 kilómetros de distancia de Long Beach, en Puerto Rico (Gran Canaria), un grupo de niños soñaba con emular las hazañas de Luis Doreste que, como sus hermanos —José Luis ganó la medalla de oro en los Juegos de Seúl 88, Gustavo fue diploma olímpico en Moscú 80 y Noluco participó en Sidney 2000—, quedó atrapado por el encanto de la vela en la escuela que su tío Joaquín Blanco Torrent fundó en esa playa del municipio de Mogán en 1972. Ese lugar, junto al desempeño del Real Club Náutico y la labor de Manolo Pazos como entrenador, es una de las claves de por qué Gran Canaria se convirtió en una cuna de campeones dentro de la vela.

Domingo Manrique y Luis Doreste, oro en los Juegos de Barcelona 92, posan en el nuevo mural de campeones olímpicos del Real Club Náutico de Gran Canaria. / QUIQUE CURBELO-EFE

Juramento olímpico 

La carrera de Doreste en el mar no se quedó ahí. Un año después de Los Ángeles fue campeón de Europa en 470. En 1987 dio el salto a la clase Flying Dutchman, categoría en la que lo ganó todo: el Mundial de Kiel (Alemania) en 1987, el Campeonato de Europa de Palma de Mallorca en 1988 y otro oro en unos Juegos —esta vez con el grancanario Domingo Manrique como compañero— en Barcelona 92, donde se convirtió en el primer deportista español en alcanzar la condición de doble campeón olímpico. Ese logro no frenó su apetito competitivo. Cubierta otra Olimpiada —el ciclo de cuatro años entre una cita olímpica y otra—, en Atlanta 96 afrontó su cuarta y última participación en unos Juegos. Allí, además de participar en la clase Soling junto a Domingo Manrique y David Vera —un año después ganaría el Mundial de la categoría en Kingston (Canadá)—, ejerció como abanderado del equipo español en la Ceremonia de Inauguración. 

Familiar, con un punto zen, capaz de mantener buena parte de su melena superados ya los 60 años, fan declarado e incondicional de la tortilla española, buen lector —en los últimos meses se ha metido de lleno en los libros de Alexis Ravelo—, amante de los perros, la Ceremonia de Inauguración de París 2024 le traerá buenos —y hasta cierto punto angustiosos— recuerdos. Tal vez la siga desde la cubierta de un barco, con alguna canción de U2 o REM de fondo, pero en el momento que uno de los deportistas pronuncie el juramento olímpico, a Luis Doreste se le vendrán a la cabeza 28 palabras que a él, por un instante, se le esfumaron de la cabeza —24 horas después de un ensayo que había salido a la perfección— en el Estadio Olímpico de Montjuïc en Barcelona 92. Una chuleta y un silencio inicial convertido en una paradinha le salvaron: “En nombre de todos los competidores, prometo que participaremos en estos Juegos Olímpicos cumpliendo con sus reglamentos. Por la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos”.