El nuevo curso escolar en Canarias comenzará el próximo 11 de septiembre. Unos 50 días que para muchas familias es una cuenta atrás llena de incertidumbre y frustración. Los padres y madres de personas con diversidad funcional que en menos de dos meses deberán abandonar las aulas de los centros ordinarios por cumplir 21 años no saben qué hacer: “¿Te quedas en casa y no vas a trabajar?”, se pregunta indignada Milagros Lozano, madre de dos gemelos con discapacidad.
Ella tiene algo de margen, aunque cada vez menos. Sus hijos, de 19 años, están en una lista de espera para acceder a un centro específico desde que tienen 17. “Estamos en ascuas, no sabemos lo que va a ocurrir cuando lleguen a los 21”, comenta. “El tiempo pasa y cuando me dé cuenta a lo mejor me ocurrirá como a algunos padres que este ha sido su último curso y no saben cuánto tiempo van a estar esperando. Va a ser desesperante”, reflexiona.
'Y ahora, ¿qué hacemos?'
Lozano no está sola. Este lunes acudió a una reunión en el municipio grancanario de Telde, donde estuvo presente Atlántico Hoy, con otras familias que están en su misma situación. El encuentro fue convocado por la plataforma 'Y ahora, ¿qué hacemos?', una asociación fundada por Ruth Santana, una vecina de Santa Lucía de Tirajana afectada por este tema.
Santana explica que al llegar a la edad límite para poder estar en un aula enclave, adaptada o un centro de educación especial, hay que apuntarse en una lista de espera para entrar en centros específicos que pueden ser ocupacionales, centros de día, motóricos o residenciales. “Cada chico, dependiendo de su grado de discapacidad, va a un centro u otro”, comenta. La encargada de determinarlo es Educación con un informe curricular.
Voluntad política
El caso de su hija fue muy sonado a principios de 2023 después de que Santana difundiera un vídeo por redes sociales contando su situación. Texeida, que así se llama la joven, lleva esperando tres años por una plaza en un centro ocupacional. “Nos damos cuenta de que está triste porque no tiene esa rutina que tenía antes que la hacía sentirse útil”, exclamaba.
“Me llama la atención que no haya nadie en ayuntamiento y cabildo con voluntad para que las listas de espera desaparezcan. Pido ayuda porque es la primera vez que me quedo sin herramientas para ayudarla”, reclamaba.
Uno de los puntos que se trató en la reunión es que desde las instituciones les han pedido 100 días para elaborar un plan después de que se conformaran los nuevos gobiernos. Pero protestan porque dicen que no disponen de ese tiempo, que es el doble de lo que falta para que arranquen las clases.
"Dos años en espera"
Otro de los asistentes, que también es miembro de la plataforma, relata que su hijo lleva dos años en espera, un tiempo que ha pasado en casa. Tiene actividades privadas por las tardes que consiguen pagar “con sacrificios”, aunque no todo el mundo se lo puede permitir “porque una vez sale de educación ya no hay becas, ni ayudas ni nada”.
El hombre admite que tanto su mujer como él se sienten frustrados porque ven retroceso en el desarrollo de su hijo. “Habíamos conseguido que fuera muy sociable y eso lo está perdiendo todo otra vez”, relata. “No podemos ir a un cumpleaños o a una fiesta”, sentencia. Además, protesta porque no consigue que nadie les facilite el dato de cuánto tienen que esperar ni en qué puesto de la lista están.
El futuro
Lili Ramón, junto a su hijo Mateo de 17 años, plantea dos preguntas: “¿En qué situación está tu hijo o hija? ¿Qué futuro quieres?”. Cree que lo que no se puede hacer es plantearse qué hacer cuando cumplan los 21. “Hay que ir preparándolos desde antes para la vida, como a todos”, asevera. En su opinión, la actividad de educación para prepararlos de cara a la vida adulta es mala. “Yo quiero que mi hijo se pueda desarrollar completamente, que tenga una vida como los demás”, sostiene.
“Quiero que tenga una actividad, que salga por la mañana y pueda hacer algo. Que tenga una actividad deportiva, yo quiero que pueda hacer deporte si quiere hacerlo. Que pueda desarrollar su vida en todos los ámbitos como mis otros hijos”, continúa.
Tener una rutina
La desesperación provoca que las familias valoren cualquier opción que sea buena para estos jóvenes. El hijo de Francisca García tiene 20 años y en septiembre se queda fuera del instituto al que ha ido siempre. “Estoy buscando ya alternativas privadas porque me afecta a mí también laboralmente”, indica.
“Ha sido un choque rotundo”, declara, “no encontrar nada”. “Ni un deporte, ni actividades… Cualquier cosa que los mantenga ocupados. Quiero que él tenga una rutina como la que tenía, que se le acaba a él y a mí laboralmente me destroza la vida”, apunta.
"Tengo impotencia"
Alberto Yánez está en una situación similar a García, aunque con un matiz: lleva cuatro años en la lista de espera. “La niña vive con su madre, quien tuvo que renunciar a su plaza en el hospital para poder atenderla”, expresa. “No tengo cabreo, lo que tengo es impotencia”, matiza.
Ambos, al igual que el resto de padres que han querido participar en este reportaje, llevan toda la vida luchando para que sus hijos tengan una vida digna y ahora plantean alguna solución a la clase política para ir ganando tiempo: “Que los reintegren un año como plan de urgencias”.
"Dos alegrías"
Yánez asegura que han pedido las listas “por activa y por pasiva”. La gestión de los centros ocupacionales depende de los ayuntamientos, aunque la tutela está en manos de los cabildos. También considera fundamental que en los gobiernos municipales, insular y regional hay padres de personas con diversidad funcional como asesores porque son, dice, quienes mejor conocen la problemática.
Desde que se fundó ‘Y ahora, ¿qué hacemos?', Ruth Santana cuenta orgullosa que se han llevado “dos alegrías” porque una madre consiguió plaza en un centro ocupacional y otra una temporal. “Son logros de cara a que nos estamos haciendo visibles”, sostiene.