No es fácil contar y cantar estos tiempos que vivimos, pero nunca ha sido fácil y siempre tendremos que reinventarnos con palabras para seguir existiendo. Da lo mismo que nos quieran atontados, desorientados, engañados y quietos, el pensamiento jamás se detiene, y desde que le den un poco de cuerda se pone a andar recordando los pasos que ya fueron dando otros mucho antes. También nosotros, como esos relojes de pulsera que solo reconocen las pulsaciones humanas para seguir funcionando, somos capaces de generar la vida que nos espera si nos empeñamos en no desaprovechar el tiempo que tenemos y el que nos quede por delante.
Quienes cantan siguen un camino que a veces coincide con las modas y les hace llegar un poco más lejos y que, otras veces, parece que los esconde, o que no existen; pero no es así, siempre existen los que cantan y buscan en su alma las respuestas para seguir viviendo y componiendo su existencia. Estos días reaparecen los cantautores, con nuevas y viejas voces que se entrecruzan, y con esa guitarra que al final se convierte en una prolongación de esa alma que nombraba hace un momento. José Artiles es uno de esos cantautores que lleva años creyendo en su propio camino, aprendiendo, creciendo y, sobre todo, tratando de que sus letras tengan un sentido más allá de un estribillo repetido o de dos o tres versos más o menos logrados.
La literatura es música, y cuando un músico lo sabe y la fusiona con las melodías y los instrumentos comienza la magia, y se crea esa alquimia que siempre se parece y que siempre es nueva, la de la canción como estandarte y como asidero en el que refugiarnos, siempre con la emoción como única coartada, con la emoción y con la capacidad que tenga quien cante para regalarnos belleza en medio de la nada. Eso es lo que hace José Artiles, lo que ha logrado, por ejemplo, con su canción de Pozo Izquierdo, porque sus recuerdos costeros de la costa del Sureste es la misma que tenemos otros en el Puerto de Las Nieves, en Famara, en Tazacorte o en la costa de Trieste, de Mallorca o de una isla griega, el mar como testigo de la vida y el tiempo, la vida como un regalo de espumas y de amores eternos que se soñaron en los veranos de la adolescencia.
He tenido la suerte de conocer los escritos de José Artiles, la sutileza de su poesía y la emoción de cada palabra que lleva al papel y que a veces camina en busca de una melodía sonora que la acompañe. José es un hombre que transmite sabiduría y serenidad, alguien que no tiene prisa y que ha aprendido a disfrutar de la existencia, azarosa y sorprendente, que se va encontrando a diario por las calles y las orillas, y que realmente acontece cuando somos nosotros los que la sentimos. Si además la cantamos, y la vamos contando sin prisas, ya entonces crear se convierte en un destino que nadie puede enturbiar porque está a salvo en un canto nuestro. Escuchen a José Artiles, no lo oigan solamente, déjense llevar por ese sigilo oculto de su poesía y viajen todo lo lejos que puedan para engrandecer la magia de la alquimia, para honrar la vida y la palabra.