La tragedia de Valencia ha servido para, paralelamente a todo barullo político, mostrar la humanidad de la sociedad española. Desde el primer día, la solidaridad se adueñó de todos los rincones del país y, aunque de bien lejos, muchos voluntarios canarios cogieron un avión para arrimar el hombro y ayudar en lo que se pudiera. Y no solos los imprescindibles servicios de emergencia que se desplazaron.
Una de estas personas ya es un viejo conocido en las ayudas en catástrofes. De hecho, la de Valencia es la quinta a la que ha ido a ayudar a esas personas que lo necesiten. Se trata de Jesús Echedey, que, en su momento, durante la guerra de Ucrania pudo sacar del país a 18 familias en los primeros momentos del conflicto y que se hizo viral por regalar cientos de ambrosías Tirmas.
Esa guerra, terremotos, grandes incendios forestales o el volcán de La Palma son sus ejemplos por los que, además, recientemente solicitó que estas acciones cuenten como méritos en las oposiciones a cuerpos de seguridad.
Al margen, Echedey, ya desde su casa, junto a su pareja y su primer hijo recién nacido, ha atendido a Atlántico Hoy tras cinco días en el epicentro del drama, entre Paiporta y Alfafar.
Pregunta: ¿Cómo te enteras y cuándo tomas la decisión de ir a Valencia?
Respuesta: Mira, al principio cuando pasó la tragedia yo no tuve pensamientos en ir, porque pensaba que iba a ser una DANA como fue el delta de aquí. Algo que pasaba, afectaba, pero seguía de largo. Después, van pasando los días y veo que ya es una catástrofe. Una calamidad. Al tercer día le digo mi pareja que tengo que ir para allá y me dice que, si necesitaba ir para allá, que fuera, y todo esto con un niño pequeño por medio. Yo tengo que ir para allá. Siempre he dicho que hay como un segundo yo en otra dimensión, y te lo digo de verdad, que me empuja a ir a estas catástrofes. Mi cabeza se abunda de pensamientos y yo me veía allí ya. Es algo como romper barreras de dimensiones.
P: ¿Cómo fueron esos primeros momentos tras la toma de decisión?
R: Es la quinta catástrofe a la que voy y cada una ha sido diferente: fuego, tierra, guerra, ahora agua... Nunca había ido por causas del agua. Yo ya tengo la experiencia previa y cuando estuve en Ucrania la organización del operativo me la creé para mí mismo. Así que cojo mi Epi, cojo mi material, investigo que zona le azotó más fuerte, qué es lo que necesita realmente la gente y cómo puedo ayudar, pero diferente. Lo que hice fue preparar el equipo horas antes y ya una vez que tú llegas allí primero debes tener un enlace, un vehículo, para que te lleve hasta allí.
P: Y al llegar…
R: Cuando llego a la zona cero de Paiporta veo que no había organización. Llego, acredito que puedo hacer ciertas cosas, porque cuando sales de las catástrofes te dan como una acreditación de que has estado, y entonces me dicen que vaya caminando por ahí y que, si me necesitan, pues que me ponga por ahí. Yo me apoyo mucho en los bomberos, que, por cierto, no coincidí con ninguno de los canarios. Primero hay que tener una organización de llegada previa y después organizarte, cuántas horas vas a echar allí.
P: ¿Y qué viste? ¿Cuáles fueron tus primeras sensaciones?
R: Al llegar me temblaron hasta a piernas. Una cosa es verlo por la tele y otra verlo en la calle. Perdieron todo. Escuchas que las aseguradoras no se hacen cargo, que la catástrofe no llega al nivel; que, aunque falleciera su padre aquí, el seguro no cubre catástrofe... Y esa gente no perdía una sonrisa. Esa gente arrimaba el hombro unos con otros. Una de las cosas que me impresionó mucho es que todos éramos uno. No había ni raza ni que tú tuvieras una pistola, ni aquel fuera sargento. Uno de los concejales nos estaba repartiendo agua.
P: ¿Cómo era el trato con lo mediático que se había convertido la tragedia?
R: Hay que tener un poco de respeto. Una cosa es que tú hagas un vídeo o una foto, yo cuando lo hacía era muy escondido, pero había influencers en plan “que estoy en la Dana y mira la gente que lo ha perdido todo" y te dices si esto es un circo. Hay gente que gana dinero con las miserias de otro. La televisión sí tenía que estar.
P: ¿Cuál ha sido el mayor impacto que has vivido durante estos días?
R: Una nevera. Estábamos en una casa y la señora estaba en la puerta diciendo que su padre no había contactado con él. Para explicarte un poco, la casa tenía un pasillo hasta el fondo y con compartimentos a los lados. Estaba el agua hasta las cejas, porque allí ya llegó el agua dos o tres metros, casi hasta el techo. Los bomberos achicaron todo el agua y se quedó todo el lodo, que hubo que sacarlo a baldes. No media hora, sino unas tres o cuatro horas pasando baldes en una cadena humana. Pero no aparecía el hombre. Uno de los bomberos se percató de que una nevera no estaba donde tenía que estar y se le preguntó a la señora, porque estaba en otra esquina, lejos de la cocina. Miraron y estaba el hombre debajo.
P: ¿Y cómo se reacciona en ese momento?
R: Lo que me impresionó es que más tarde yo fui de nuevo por allí a sacar más fango. Estaban sus nietos, y los padres de éstos. Estaban todos allí, con un familiar fallecido reciente y estaban tranquilos. Al día siguiente pasé por ahí, echamos una mano para sacar todas las cosas y me preguntaban por la hora. "Es que tenemos que ir a buscar las cenizas de mi padre". Ni una lágrima, me pareció impresionante. Yo creo que sufrían el trauma que de que había que asentarlo todo. No se decía ni una palabra, más allá de que tenían que ir a buscar las cenizas del abuelo o del padre. Tan tranquilos. "hay que sacar la casa de mi abuelo para adelante".
P: Al margen de esta tragedia, ¿cuáles eran tus labores diarias?
R: Mis labores se centraban en achicar agua por todos lados, como todo el mundo. Después, acompañamiento por las noches porque la gente tenía miedo de que se llevaran sus cosas. Es que en una de las zonas no había luz. Después pasear por el lodo hasta las rodillas. Llegaba un momento que tenías que estar con mascarillas del olor que había. Era un desastre y la organización no estaba bien ejecutada porque, sí llegaba mucha gente allí, pero mucha sin EPI, agarrando cosas con la mano en el suelo. Ayudar sí, pero hay que tener una higiene y una protección.
P: ¿Cómo eran los finales de cada jornada de trabajo?
R: Cuando llegué a Alfafar aquello era un cementerio. Yo sé cómo huele... Cuando llegué había tres bomberos contados. La gente diciéndote que los ayudara, porque yo ya había hecho el día y no podía más. Después sonaban sirenas de gente que aparecía, que se había encontrado o falsas alarmas. Yo cuando me fui habían encontrado un niño detrás de un colegio. A nivel general, la impresión no es para todos los públicos. Porque ahí la gente ayuda y, como digo yo, no es consciente cuando se van de allí.
P: ¿Y para pernoctar?
R: Esos días te daban para dormir en una iglesia. Había una mujer que tenía un edificio que te daba para bañarte y siempre estaba lleno. Después había un polideportivo. Tenía zonas para dormir, pero, yo no digo que sea infrahumano no dormir allí, pero me podía permitir dormir en un hotel en Valencia para mi salud mental. Después de estar allí todo el día mi cabeza necesita descansar para el día siguiente. Es un hecho. Una cosa es lo físico, pero necesitas salir de allí y que tu cabeza se quede plana. Me quedé a la otra orilla del río. A unos 20 minutos.
P: ¿Llevaste las ambrosías esta vez?
R: Me las pulieron el primer día. No dio tiempo a nada. 15 paquetes de 12 y después compré dos de 24 y compré alguna más en el aeropuerto.
P: Hablando de comida. Antes explicabas que faltaba organización y se ha comentado en los medios tradicionales y en las redes que se ha tirado comida, ropas…
R: Un desastre. Había mucha comida, la ropa de aquella manera, se podía organizar un poquito mejor, como se hizo con el volcán. Llegó un hombre con un camión con agua, me vio y me pregunto dónde la dejaba. Le dije: "Mira caballero, ¿ves esa agua de ahí? Pues eso está ahí desde que yo llegué. Le ha dado sol, chispa, sol y sigue ahí”. O sea, hay mucha comida, mucha ropa y lo que menos hay son botas, palas, Epis... Todo lo que necesitas para poder limpiar, porque ya en comida la gente se volcó, en cualquier momento que estás ahí te ofrecen agua, alguna toallita para para limpiarte... En general bien, lo único que en organización hay mucha comida que no se ha repartido.
P: Tu trabajo voluntario es solo un granito más de la ayuda que se ha desplazado a Valencia. ¿Qué viviste en ese contexto?
R: No hay palabras para expresar lo que hizo el ser humano. Es impresionante. Yo creo que la involucración de la gente ha sido impresionante, más de lo que es el tema político. Y todavía se necesita gente. Yo llego un momento que me digo que no quiero más. Ya estoy a tope de adrenalina adquirida y, a parte, que tengo un bebé pequeño y una cosa era ver las catástrofes cuando no tenía un niño y una cosa es estar ahí ya siendo padre.
P: ¿Y cómo fue ese regreso a la seguridad del hogar y la familia?
R: Hay una línea de pensamiento que yo siempre la asocio a cuando sales de una catástrofe y esto ha sido aprendido de catástrofe en catástrofe. Además, me lo dijo un psicólogo cuando salí del terremoto. Necesitas tener cuatro horas en las que estés solo. Porque toda la gente que sale de allí, y es como si vamos, ayudamos y volvemos, en ese tránsito de tiempo no se habla del sitio. Es curioso, y es porque no quieres revivir ese momento hasta que tu pensamiento lo acepte. Y son 5 minutos. Yo cuando vuelvo, primero me fui a Madrid y me quedé una noche para poder separar lo que viví allí para, después, saber cómo expresarlo. Cuando volví te das cuenta de la suerte que tenemos, de que no nos ha pasado a nosotros, ni que no nos haya pasado nada en vida. Es decir, estamos vivos, que tenemos aquí un problema con el vecino... y es una gilipollez. Eso es la línea que tu asocias de me lo trago, respiro, suspiro y lo saco. Cuando llegas aquí es un regalo.