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Sociedad

Los importantes

Las próximas generaciones tendrán tantos puntos cero que no se diferenciarán de las generaciones de las Inteligencias Artificiales que ahora nacen

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Paisajes lunares de Lanzarote. / EFE

Los procesos de documentación son viajes a ese pasado que todos creíamos tan importante, tan trascendente, tan determinante que parecía que el mundo se detendría si dejábamos de empujarlo o de mirarlo, si no estábamos nosotros, si no estaban ellos que ya no están y que son olvido hace mucho tiempo. Llegas a una hemeroteca y pides los periódicos de un año no muy lejano: ni siquiera te suenan muchas de las noticias, y casi todos los que ocupaban las portadas ya no están en el foco de la actualidad, tan proteico y efímero últimamente, tan poco parecido a aquella fijación de los periódicos de papel y de un tiempo que parecía más lento porque no estábamos todo el día acelerándolo en las pantallas.

En las hemerotecas se huele el olvido y amarillea, como escribía el poeta, todo aquel esplendor de cuando los periódicos empezaron a salir en color, porque todavía los que se publicaban en blanco y negro parecían más sutiles, como con más trascendencia y menos peso de la imagen que, poco a poco, le fue quitando espacio a las letras. El juego sigue siendo el mismo: los mediópatas, cuando les ilumina el foco, ya se mueven todo lo que tengan que moverse, hasta llegar a los contoneos más ridículos, siguen igual de obsesivos y de ególatras y no saben volver al anonimato después de haber rozado la supuesta gloria cuando los paraban por la calle o los reconocían en las colas del supermercado. Recuerdo a esos personajes en los días de la redacción. Llamaban para darte cualquier noticia y buscaban donde hubiera que buscar para que tú, a su vez, les buscaras un hueco entre las páginas del diario. No es fácil colgar las botas, o dejar el cargo y el coche oficial, o reconocer que ya no estás para muchos trotes en un concierto de heavy metal. No se van, y la imagen en movimiento les sigue invitando a que se queden, o les ha regalado una cámara con la que abrirse un perfil en una red social y continuar perorando, o saltando, o metiendo goles en partidos de aficionados; pero no era lo mismo que cuando aparecían en los papeles, eso era diferente, porque para varias generaciones lo único que valía era aparecer en los papeles, y también lo único que preocupaba cuando en los papeles no salía lo que querían que se dijera de ellos. Hoy los papeles apenas cuentan, y los que están en las hemerotecas envejecen en la soledad de unas salas a las que solo acuden un par de investigadores, algún estudiante que parece que está haciendo un trabajo del pleistoceno cuando está rebuscando en periódicos de los años noventa, un nostálgico de entonces que viene a reconocerse importante, o los escritores cuando buscamos verdades para luego poder reinventar con fundamento alguna mentira nueva. Es verdad que casi todos los periódicos están digitalizados; pero aun así, viéndolos amarillos en las pantallas, hay algo de papel en el fondo de la mirada: casi se huelen como huelen las hemerotecas cuando pasas cerca de ella y están las ventanas abiertas del pasado a través de las celosías del presente.

Hoy los veo, creyéndose igual de inmortales y de importantes, y nosotros, de vez en cuando, también nos confundimos, y creemos que vamos a dejar algo para las generaciones venideras, que era otra expresión de antaño, cuando ya sabemos que las próximas generaciones tendrán tantos puntos cero que no se diferenciarán de las generaciones de las Inteligencias Artificiales que ahora nacen. Pierden el sueño por unos minutos de gloria, por presidir un partido político que tampoco nadie reconocerá en treinta años o para que no los desbanquen de la supuesta posición privilegiada por la que tanto han luchado. Vanidad de vanidades, que decía el poeta que murió en Colliure viendo claro que solo quedan los azules de la infancia: sic transit gloria mundi, que escribían los sabios cuando ni siquiera existía la imprenta para multiplicar nuestra sombra en la nada.