La humana contradicción de la supervivencia

Estamos asomados al precipicio y creemos que no pasa nada, que es otra virtualidad o que sucede siempre lejos

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Imagen de la llegada al puerto de la Restinga de uno de los dos cayucos rescatados por Salvamento Marítimo con 316 migrantes a bordo. EFE/Gelmert Finol
Imagen de la llegada al puerto de la Restinga de uno de los dos cayucos rescatados por Salvamento Marítimo con 316 migrantes a bordo. EFE/Gelmert Finol

El ser humano se empeña una y otra vez en contradecir el sentido de la existencia. Se sueña eterno, poderoso y dogmático. También superior a otros seres humanos. Así se ha comportado siempre, desde antes de ser un homínido, quizá desde mucho antes de imaginarse con este cuerpo que no es más grandioso que otros cuerpos de otras especies que fueron mutando pacientemente en millones de años. El tiempo es otra de sus grandes incomprensiones, como si al multiverso le importara el sentido de los relojes o de los números que parpadean en todas esas pantallas en las que los humanos se desorientan. Antes, por lo menos, miraban un poco a las estrellas. Estos días estamos asistiendo a la guerra de siempre en muchas partes, pero esta vez ese enfrentamiento fratricida puede llevarnos al desastre definitivo que llevamos tentando hace varias décadas. Estamos asomados al precipicio y creemos que no pasa nada, que es otra virtualidad o que sucede siempre lejos, cuando sabemos que ya no hay distancias.

Los palestinos han sufrido una de las peores persecuciones de la humanidad, las mismas que otros pueblos que se vieron obligados a dejar sus casas y sus recuerdos, las que también sufrieron los judíos al abandonar la Península Ibérica o cuando el nazismo se iba extendiendo como una de esas manchas que tampoco se ha borrado de Europa en todo este tiempo. No se van a entender porque hay mucha rabia y mucho rencor en ambos bandos. Lo que era una causa defendible está ahora en manos de fundamentalistas peligrosos y retrógrados que ya campan a sus anchas por varios países cercanos al espacio de esta nueva guerra. En Israel, por su parte, hace tiempo que perdieron los moderados, los mismos que también sufrieron la derrota interna en Palestina. Son ultras sin corazón y sin cabeza, incendiarios de sus propias hogueras. China y Rusia miran de lejos la caída de Occidente y de sus valores democráticos, y lo sabe Irán, que cuenta con ellos para ese giro involucionista de la humanidad. Ninguno de esos países respeta los Derechos Humanos, y a Rusia, además, esta guerra le sirve para distraer la atención en Ucrania y debilitar aún más a la Europa que viene de la Revolución Francesa y que logró rehacerse democráticamente tras la Segunda Guerra Mundial. 

Pero todo ese apocalipsis que estamos barruntando, ya lo comprobamos con  el cambio climático, los calores de estos días y las lluvias torrenciales y los vientos huracanados que serán cada vez más habituales. En esa destrucción sí que participamos todos, ahí el ser humano sí ha consensuado su propio desastre. Y también lo han hecho desde los dos bandos, o los tres, si incluimos a China, en todo el proceso migratorio. Han expoliado los recursos naturales de los países de los que ahora salen quienes no tienen más remedio que jugarse la vida para seguir viviendo. Tampoco ese flujo migratorio se logrará parar por mucho que quieran blindar océanos,  levantar muros o disparar al que trata de salvarse. Pero mientras todo eso sucede, casi todos seguimos viviendo como si no pasara nada. Y es verdad que no ha sucedido nada en miles de años de guerras parecidas y de injusticias similares. Esta vez, sin embargo, hay por medio armamento nuclear en manos de muchos fanáticos dispuestos a inmolarse en su egoísmo. Las crisis económicas se suceden y el agua escasea cada vez más en el planeta. Sin agua no hay vida, pero el ser humano, en lugar de unirse para salvar lo poco que le queda, sigue alentando sus instintos incendiarios y suicidas. Claro que confío en el futuro. Si hemos llegado hasta aquí seguiremos avanzando con otras formas y con nuevas circunstancias, pero uno ve cercano el precipicio, y además con mucha gente empujando para que nos caigamos al vacío. Me quedo con el dolor de los que sufren. No quiero perder nunca la condición fraterna que me une a todas las otras vidas humanas.