En los bordes de las carreteras, en los pliegues de las aceras, en los barrancos y en prácticamente cualquier terreno que no está labrado, la planta invasora conocida como rabo de gato (Cenchrus setaceus) impera. La falta de una política efectiva de erradicación ha provocado que esta planta se haya extendido por las islas de Gran Canaria y La Palma, pero especialmente por Tenerife, donde su presencia es constante en las medianías. Las brigadas temporales de los cabildos y los grupos ecologistas son los principales actores que trabajan en su eliminación, aunque a la lucha podría sumarse unos hongos.
La erradicación de esta planta lleva en la agenda política medioambiental décadas. Islas como Fuerteventura y Lanzarote han demostrado que es posible terminar prácticamente con ella y El Hierro controlarla, pero el problema se ha agrandado en el resto de territorio. Las cuadrillas de operarios que ponen en marcha los cabildos actúan en zonas muy concretas y sacan toneladas de restos, sin embargo, la presencia de esta planta invasora es constante.
Nuevos métodos
La incapacidad para hacer frente al problema con los métodos tradicionales ha llevado a la búsqueda de nuevas formas de erradicación a través de agentes biológicos. Recientemente ha finalizado un estudio de cuatro años encargado por la Consejería de Transición Ecológica a la Universidad de La Laguna centrado en encontrar nuevas formas para su erradicación. Fue la observación de la población de rabo de gato que está más deteriorada la que dio con una línea de trabajo que ha conseguido dar resultados positivos.
Raimundo Cabrera es uno de los investigadores de este estudio del Departamento de Botánica de la ULL. Tal y como señala, en general las plantas suelen estar acompañadas por la presencia de hongos, por lo que centraron su investigación en descubrir si existía algún hongo que afectara al rabo de gato, especialmente que fuera facultativo, es decir, que actúa cuando la planta está débil.
Ataque
Se analizaron 200 cepas de hongos de Tenerife, La Palma y Gran Canaria en el laboratorio para ver si ocasionaban algún daño a la planta y solo se encontraron dos hongos en Gran Canaria y uno en Tenerife que causaban cierta afección, aunque solo cuando ya esta estaba debilitada. De esta forma, comenzaron a potenciar el debilitamiento de las plantas a través de un secante para inocularles el hongo. “Hemos visto que el deterioro se acelera y la viabilidad de que se formen las semillas es mucho menor", explica el investigador.
A través de la investigación descubrieron cómo unos hongos que ya están presentes en las islas consiguen reducir la producción de semilla de las plantas, además, sin afectar a las parcelas colindantes, garantiza el investigador. "Muchas de las flores de las plantas tratadas están afectadas, esto puede ser una ayuda para introducirlo en una estrategia de control de la planta”, explica el investigador. “Esto es interesante para cuando tenemos esas grandes poblaciones y arrancarla es complicado, o en zonas donde el acceso es difícil”, apunta Cabrera.
Proyecto parado
Encontrar un agente biológico para atacar esta planta no ha sido fácil, ya que señala Cabrera que no se conocen a nivel mundial patógenos del rabo de gato, ya que es una planta muy fuerte y sin enemigos naturales en las islas. Pese a ello tuvieron que recurrir a lo que ya había en el propio campo para encontrar el hongo que atacara de alguna forma a la planta.
Pese a que los resultados son positivos el proyecto está paralizado desde diciembre, que fue cuando entregaron las conclusiones a la consejería. Esta deberá ahora decidir si sigue recurriendo a la investigación para encontrar una vía para erradicar esta planta, aunque tal y como señala Cabrera el problema es que la investigación da resultado a medio y largo plazo, de hecho esta investigación duró cuatro años. Sin embargo, el investigador señala que ahora sería interesante probar su investigación en una parcela aún mayor, algo que también llevará sus años.
La plaga no es un milagro
Pese a que los resultados han sido positivos y han encontrado una forma para reducir la dispersión, Cabrera apunta que con las plagas no hay milagros y señala que lo más probable es que se tengan que hacer uso de distintas herramientas para la extinción. Apunta que si, por ejemplo, por la imagen de satélite se detectan focos, lo ideal es arrancarlas y no esperar a que se produzcan las semillas y se dispersen.
Más allá de las investigaciones, la realidad es que la forma en la que se ha estado abordando este problema es a través de grupos de operarios por parte de los cabildos. El año pasado, por ejemplo, operarios del Cabildo de Tenerife retiraron seis toneladas de esta planta solo en Taganana. También grupos ecologistas organizan quedadas para su extracción como las asociaciones Abeque o Desaplatánate.
¿Con los restos?
El constante extraer de esta planta y su posterior eliminación llevó a otros investigadores, en este caso de Diseño de la ULL, a encontrar una vía para darle utilidad a los restos de la poda de rabo de gato. A través del programa de ecodiseño Proceder encontraron que los residuos que anualmente se enterraban podían usarse para crear soportes de cartón y aislantes de sonido que eran efectivos.
“Nosotros en aquel momento proponíamos, asesorados por personas expertas, aprovechar la biomasa de las plantas”, señala Carlos Jiménez, investigador de Diseño de la ULL. De esta forma una vez se había quitado el plumero con las semillas, que es lo que tiene el riesgo de expansión, se planteaba que el resto era una biomasa aprovechable, “en una isla donde los productos derivados de la celulosa se estaban derivando de fuera cuando los que teníamos en casa se estaban tirando”, apunta.
Viable pero no
“Se han hecho evidencias de laboratorio, prototipos que son viables y con un comportamiento muy consistente, comparable con los que están en el mercado con la particularidad de que también el diseño contribuye a fomentar el debate”, señala al respecto del hecho de que se desechaban los restos de esta planta.
Sin embargo, Jiménez pone el asterisco con esta propuesta porque hubo colectivos ecologistas, que pusieron “el grito en el cielo” con este tipo de experimento porque creían que esto podría fomentar el evento llamada. “No es eso, difícilmente me cabe en la cabeza que alguien se pusiera a plantar rabo de gato para sacar una rentabilidad”, apunta. Hay que tener en cuenta que está prohibido comercializar con productos elaborados con plantas catalogadas como invasoras.
Su proyecto, que tuvo resultados más que positivos, se quedó entonces en solo una idea, la de encontrar una segunda vida a una planta que se iba a desechar igualmente. “Es una manera de evidenciar que hay elementos que tienen un potencial y que se han estado eliminando de una manera que ha ido evolucionando”, apunta en relación a que ahora los restos de la biomasa se está dejando en el suelo, eso también ha mejorado el ciclo ya que ahora no es necesario este tipo de propuestas.