El expresidente de Cruz Roja en Canarias Gerardo Mesa Noda, de 89 años, guarda en su memoria la secuencia completa de las tres décadas trascurridas desde que llegó la primera patera a las islas y se lamenta de que "no se ha avanzado mucho en la acogida, cuando ya era para tener infraestructura y saber lo que se nos venía encima”.
El 28 de agosto de 1994, dos saharauis abrieron la puerta de Canarias a África por mar tras arribar en un barco de pesca en la playa de Las Salinas, en Fuerteventura. El febrero siguiente, cinco compatriotas desembarcaban en el puerto de Caleta de Fuste.
El Cabildo, el Ayuntamiento de Antigua y la Policía no sabían qué hacer con los jóvenes y decidieron contactar con Gerardo Mesa, por aquel entonces presidente de la delegación en Fuerteventura de la Asociación Canaria Amigos del Pueblo Saharaui, para que echara una mano.
"En aquel momento no había nada, se estaba construyendo la nueva terminal del aeropuerto y las pensiones estaban ocupadas. Tuvimos mucha dificultad para alojarlos", explica en una entrevista con EFE.
Este histórico dirigente de Cruz Roja en Canarias recuerda cómo los jóvenes le contaban las presiones y el maltrato que recibían de Marruecos en los territorios ocupados y cómo el hartazgo les llevó a subirse en un barco y seguir la luz del faro de La Entallada, unos destellos que, posiblemente, veían cuando salían a faenar de noche.
"De Fuerteventura a Berbería, se va y vuelve en un día"
Un dicho popular en la isla dice que "De Fuerteventura a Berbería se va y se viene en un día" y eso debieron pensar los jóvenes que empezaron meses después a subirse en pateras rumbo a la isla. Entre 1994 y 1997 llegaron unas 40 pateras a Canarias, sobre todo, con saharauis que huían de la represión marroquí por simpatizar con la causa independentista.
Fuerteventura estaba en pañales en materia de acogida y Gerardo Mesa y otros voluntarios se vieron de un día para otro buscando casas vacías donde alojarlos y pendientes de si algún hotel o residencia cambiaba los colchones para ir a recoger los usados.
Sin muchas opciones, un día habló con el comisario de la Policía para ver si se podían quedar a dormir en comisaría y "se les permitió porque no había otros sitios donde quedarse hasta que, en una ocasión, apareció uno de ellos muerto y dejaron de acogerlos. Ahí se complicó más la cosa", detalla Mesa.
Una noche llegó una patera con once personas, no había donde acostarlos y Gerardo se los llevó a la Plaza de La Paz, en el centro de Puerto del Rosario, la capital de la isla, dispuesto a quedarse con ellos durmiendo en los bancos hasta que "vino un saharaui de El Matorral y se llevó a la casa".
Las reticencias del Frente Polisario
La actitud de Gerardo y otros miembros de la Asociación de Amigos Saharauis empezó a despertar malestar en el delegado del Frente Polisario en Canarias. "Tuvo una reunión con la asociación y nos dijo que no nos inmiscuyéramos en el tema porque a bordo también venían marroquíes, que eran enemigos de los saharauis, y nosotros éramos amigos del pueblo saharaui", cuenta.
Gerardo les contestó que iba a seguir ayudando. "Si venía alguien tras haber viajado en una patera y sin qué comer, a mí no me importaban si eran saharauis, marroquíes o de dónde fuera porque yo los seguiría atendiendo", dice a los pies del faro de La Entallada.
Tras una votación, los miembros de la asociación decidieron dejar de prestar ayuda a las pateras. Gerardo terminó dándose de baja.
Por aquel entonces, Cruz Roja empezaba a hacer sus pinitos en la acogida en medio de un panorama de desconcierto e inexperiencia, alojando a los recién llegafos en colchones en el garaje de la entidad y haciéndoles ellos mismos la comida en paelleras.
En el 2000, Gerardo se estrenó en la entidad como voluntario. Al poco tiempo, se le nombró primer vicepresidente y tras la renuncia del anterior presidente, Juan Manuel de León, lo nombraron delegado hasta que hubo elecciones y fue elegido presidente.
Patrulleras que trataban de "sorprender" a las pateras
Sintetiza aquellos tiempos con la palabra "inexperiencia" y recuerda cómo las patrulleras de rescate "iban a sorprenderlos para que no se les escaparan, lo mismo que hacían cuando se trataba de traficantes de droga; llegaban con las luces apagadas y cuando estaban cerca las encendían para sorprenderlos. Ellos se soliviantaban y se movían. Entumecidos, después de días de navegación, caían al mar", rememora.
Tres décadas después de que arribara la primera patera al archipiélago, Mesa lamenta que no se haya avanzado demasiado en la acogida y apunta cómo "el primero, el segundo o el quinto año podía ser, pero hace tiempo que ya sabemos lo que va a pasar y deberíamos tener los medios para atenderlos legalmente y cumplir con los compromisos y las normas internacionales".
Gerardo también vivió en sus carnes la época en la que los inmigrantes eran depositados en la antigua terminal del aeropuerto, donde llegaron a alojarse 800 inmigrantes en 900 metros cuadrados, con dos policías al cuidado y en medio de un ambiente insalubre y de hacinamiento que la prensa y las organizaciones humanitarias bautizaron como Guantánamo 2.
Cruz Roja puso un médico y una enfermera para atenderlos. "Muchos les decían que no estaban enfermos, pero les llevaban un papelito con el número de teléfono de su madre para que la llamaran y le dijeran que estaban vivos", añade.
"Pensaban que habían llegado a la gloria..."
El expresidente de Cruz Roja en Canarias sostiene que lo más duro de la inmigración lo sufren aquellos que tienen que salir de sus casas, abandonar a su familia y someterse a un viaje.
"Llegaba gente a Cruz Roja; me abrazaban pensando que habían llegado a la gloria, mientras yo pensaba: no saben lo que les queda", cuenta. "A los 60 días los devolvían a su tierra después de haber arriesgado su vida en el trayecto, muchas veces los expulsaban a otras naciones porque el Gobierno español subvencionaba a otros estados para que los acogiera porque algunos países de origen no tenían convenios con España".
La caja de los recuerdos de Gerardo se vuelve a abrir para fijarse en el día en que llegó una patera a Puerto del Rosario, uno de los tripulantes se sentó en el muelle y dijo Tina. "Me acordé de que teníamos en el centro una mujer que se llamaba Tina con un niño pequeño; avisé a un voluntario para que la llamara".
Al poco tiempo, apareció Tina con el carrito en el muelle. "Salió corriendo y se abrazaron él, la niña y Tina, todo el mundo tuvo que virar la espalda y limpiarse las lágrimas porque fue muy emocionante", dice Gerardo aún conmovido.
De aquellos primeros años, también recuerda cómo los habitantes de Fuerteventura echaban una mano y mostraban empatía con los que décadas atrás habían sido sus vecinos en El Aaiún, cuando era provincia española y los de la isla emigraban al Sáhara en busca de oportunidades de futuro.
"Casi todo el mundo nos ayudaba, las tiendas nos daban donativos", comenta, aunque también había unos cuantos en contra. Un día su casa amaneció con pintadas en las que se le acusaba de estar dirigiendo las pateras hacia Fuerteventura.
Gerardo mira con preocupación cómo el odio hacia la inmigración recorre Europa con la ultraderecha como compañera de viaje. "Instintivamente, lo primero es rechazar al otro, pero cuando se ven las circunstancias se tiene que pensar que, a lo mejor, tú o tu familia se pueden encontrar en la misma situación, los humanos tenemos que pensar y no rechazar", defiende.