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Sociedad

Gallos de pelea

Aquí el que no pelea no sale en la foto

2 minutos

Gallos en la carretera que une San Roque con La Matula. en Las Palmas de Gran Canaria.

Aquí el que no pelea no sale en la foto. Eso es lo que deben repetir los jefes de campaña a sus políticos, cuando están en campaña y cuando no lo están; aunque yo creo que ahora mismo hay una clase política que vive en campaña permanente y, por tanto, en un despiste permanente con la realidad que tienen delante: no la ven, no la conocen, ingresan un buen parné cada fin de mes y tienen todos sus gastos pagados, por eso se dedican a pelear en vez de dedicarse a buscar soluciones, a consensuar salidas en este laberinto cotidiano o a dejar de responder al gallito o a la gallita de turno que entiende la vida como una contienda interminable. La otra contienda, la de la pelea diaria por la subsistencia, no la quieren ver y se pierden, llevan años perdidos, entre Feisbus, Tictocses, Instagrameses y ahora también X, o sea en la incógnita de lo que no sirve absolutamente para nada, de lo huero, de lo vacío, donde solo vale el número de megustas o de bravuconadas que vayan solas por esas redes como van los detritus de las cloacas por las tuberías que no vemos y que en lugar de terminar en el mar, que es el morir como decía el poeta, terminan en cualquiera de nuestras pantallas, salpicando esa saliva virtual, viperina y pegajosa, que nos aleja cada vez más de ellos.

Cuando corro por las mañanas, a veces me encuentro a gallinas y gallos que viven en los límites de las carreteras y que, cuando no pasan coches, se asoman a ver el mundo nuestro y a comprobar, desde sus quiquiriquíes jacarandosos, que esos humanos que pasan a toda velocidad subidos en sus coches, o caminando ensimismados mirando sus teléfonos, ya ni les ven, y en muchos casos ni siquiera saben que son esas gallinas las que ponen los huevos para que ellos puedan seguir cenando tortillas francesas. En esos encuentros matinales, sí tengo claro que las gallinas están antes que los huevos, y que seguirán cacareando, como cantaban los pájaros juanramonianos, cuando nosotros hayamos conseguido el objetivo de cargarnos el planeta en cualquiera de las guerras que vamos improvisando para seguir desmintiendo que somos cualquier cosa menos unos seres civilizados.

Hace unos días, dos gallos de esa tropa hippy del barranco, se empezaron a pelear como mismo había escuchado unos minutos antes que lo hacían en la Carrera de San Jerónimo, aunque solo con cacareos desde las bancadas, o como los del Parlamento italiano, a piña limpia, o como nos aparece ahora en todos esas redes sociales que, de repente, se han llenado de piñas, de patadas y de insultos en todos los idiomas, porque lo que importa es la violencia, y eso se entiende igual en suajili que en bable, como mismo se entendían las estridencias de los gallos cuando se tiraban el uno contra el otro al borde del asfalto. Por cierto, si miran la foto, verán lo desgastado que está el asfalto, y si miran con más detenimiento, comprobarán que está todo lleno de basura, y que en las laderas no hay más cemento porque no queda espacio donde mantener estable un andamio. Por ahí no pasan los que gritan, y si pasan estarán mirando sus pantallas para comprobar la repercusión de sus últimas estridencias. Al día siguiente, vi que los gallos habían hecho las paces y que esos grupos hippies de Phasianidaes comían hierbajos y que, de vez cuando, volaban unos metros como para comprobar que todavía mantienen las alas que les salven. Nosotros desaparecemos sin alas. En la evolución de nuestra especie, al paso que vamos, no creo que levantemos nunca los pies de la Tierra que estamos destrozando.