Cada 13 de noviembre los estudiantes de Canarias tienen una excusa extraoficial para ausentarse de las aulas con motivo de la celebración del Día de San Diego. Aunque la celebración se originó hace más de cien años, cuando los estudiantes acudían en romería hasta la Ermita de San Diego del Monte, en La Laguna, el Día de La Fuga -como se conoce popularmente- mutó a lo largo de la década de los 90 en una pegajosa costumbre que desdibujó el propósito original de la fiesta.
A principios del siglo XX, el profesorado del Instituto Cabrera Pinto de La Laguna ya había asumido que cada 13 de noviembre sus alumnos se ausentarían de clase por la festividad de San Diego. Sin embargo uno de los docentes del centro, de nombre Diego Jiménez de Cisneros y Hervás, llevaba años con el propósito de desafiar la celebración de esta festividad al programar un examen cada año por el día de su onomástica.
Pero en 1919 la paciencia de los estudiantes se colmó y decidieron acudir al director del centro, Adolfo Cabrera Pinto, para alertar sobre esta actitud que les comprometía a decidir entre conmemorar la festividad de San Diego o cumplir con el examen programado por Don Diego. Sin ánimo de desautorizar al profesor ni de romper la tradición estudiantil, el director propuso a todos los alumnos que ese día todos se fugaran de clase. Todos suspensos, es decir, ninguno suspendido.
De contar botones a tirar huevos
Este rito de honrar a San Diego, además, respondía a un propósito académico y comenzaba el día de la víspera, 12 de noviembre, cuando los estudiantes acudían a contar los botones de la estatua de mármol del santo, bajo la creencia que de que les ayudaría a aprobar si acertaban el número total. Esta tradición se instauró como complemento a las calabazas que, a modo de ofrenda para el santo pero también como símbolo del suspenso, portaba hasta la ermita.
En algún momento indeterminado de finales de los 80 o principios de los 90, un grupo de estudiantes tinerfeños, extasiados por la desobediencia, y quizá a modo de represalia contra sus compañeros 'esquiroles', comenzaron a lanzar huevos contra las guaguas escolares. Año tras año, la costumbre ganaba adeptos y pasó del transporte público al municipal, con restos de huevo estampados en las guaguas, hasta derivar en una batalla entre estudiantes.
A lo largo de la Rambla de Santa Cruz, los comerciantes sospechaban de las intenciones de los compradores más jóvenes que incluso se rumoreaba que tenían la habilidad de inyectar tinta u otras sustancias en los huevos mediante una jeringuilla. Sin consentimiento por parte de San Diego, el 13 de noviembre había desvirtuado su significado. Guaguas y estudiantes, e incluso profesores, eran los objetivos preferidos. Pero nadie estaba a salvo en los alrededores de los colegios.
Mejor una chuletada
Al tiempo que el vandalismo del lanzamiento de huevos perdía fuerza entre los escolares por la creciente denuncia pública, los universitarios se decantaron por honrar la fecha celebrando chuletadas que no tardaron en convertirse en eventos multitudinarios de manera que esta fuga se extendía en muchos casos a todos los días de la semana del 13 de noviembre.
A día de hoy continúa esta costumbre entre los universitarios de Canarias, que se ausentan de clase y organizando una fiesta cada año por el día de San Diego. Asimismo, también crece cada año el número de persones que van hacia la Ermita en esta fecha a contar botones, sea por recuperar la tradición, por devoción al santo, o porque temen no haber estudiado lo suficiente.