La cultura grecoromana nos ha legado narraciones mitológicas que siguen vigente hoy día para ejemplificar fenómenos de nuestro entorno. Uno de los más populares es relato del ave fénix, un animal capaz de resurgir de sus cenizas en un nuevo renacimiento del que sale fortalecido. Este mito, a menudo aplicado a quienes superan grandes dificultades, también podría ejemplificar la accidentada trayectoria histórica de ciertas localidades de Canarias.
Fundada en el siglo XVI por el banquero genovés Cristóbal de Ponce, la Villa y Puerto de Garachico creció hasta llegar a ser considerada capital comercial de Tenerife gracias al floreciente negocio del la caña de azúcar. Su cultivo y exportación impulsaron el desarrollo de esta localidad norteña, donde comenzaron a proliferar edificios civiles, militares y religiosos hasta que, en el fatídico año de 1706, la tierra comenzó a temblar.
La erupción del volcán Arenas Negras
Solo ocho días de erupción fueron necesarios para que la villa quedara prácticamente destruida por la explosión del volcán de Arenas Negras, debido a que la lava corrió por el casco urbano hasta rellenar gran parte de la bahía y el puerto. Aún hoy, siglos después, los historiadores señalan esta erupción como la más trágica en la historia documentada de Tenerife por la gran cantidad de daños económicos que causó.
Tras la erupción del volcán Arenas Negras -también denominado Trevejos- incluso las construcciones que se mantuvieron en pie, como el Castillo de San Miguel perdieron toda su relevancia, de la misma manera que le ocurrio al puerto que, en apenas una semana, quedó borrado de las rutas comerciales mientras la villa de Garachico se enfrentaba al lento proceso de resurgir de las cenizas del volcán.
Villa de catástrofes
Cuando sucedió la erupción el infortunio llevaba décadas cebándose con esta población que, de tantas desgracias acumuladas, ganó una fama de lugar maldito. Bien por su ubicación geográfica, expuesta a las embestidas del Atlántico y al pie de las montañas, o por el trasiego de viajeros y mercancías, las leyendas populares aconsejaban tener cuidado al acercarse a Garachico.
Desde el fuerte temporal que en 1559 que asoló gravemente la Villa y sobre todo a su puerto, con un gran número de embarcaciones perdidas, hasta el azote de las epidemias a principios del siglo XVII, cuando la peste causó estragos entre los años 1601 y 1606, la población de Garachico parecía condenada a vivir un trauma que marcara a cada generación.
Y así fue que en 1645, una gran riada arrastró gran cantidad de materiales que se desprendieron de los acantilados y barrancos que rodean la villa, originando graves daños y muertes de vecinos en otro episodio dramático de la historia de Garachico. Finalmente todos estos sucesos catastróficos culminaron en 1706 con la destrucción total a consecuencia de la erupción del volcán Arenas Negras.
Tan acostumbrado a reponerse de las tragedias, la villa resurgió del peor capítulo de su convulsa historia y demostró que, si en Canarias hay un pueblo que ejemplifica el relato del ave fénix, sin duda es Garachico.