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Sociedad

La escala china

Es verdad que esta visita venía de Oriente, pero iba a Perú, que es donde harán los negocios. Esto solo era una escala para descansar un rato

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Paso de los vehículos de la comitiva del presidente chino por las calles de Vegueta el pasado miércoles 13 de noviembre

Sigue siendo de las películas que veo de vez en cuando. Lo hago para tratar de entender a España, a los vendemotos, a los ilusos, a los que creen en los milagros, a los que sueñan, a los hidalgos, a los que no tienen nada y, por supuesto, a los que creemos que siempre vienen con muchos panes debajo del brazo. Berlanga contó este país saltando censuras con inteligencia y con mucho humor, con la vena cáustica de Quevedo; pero también con la mirada compasiva de Cervantes. Bienvenido Míster Marshall nos hubiera contado a los grancanarios esta última semana. Ahora el poderoso viene de China, no de Estados Unidos, y como en la película hay que preparar las carreteras, las calles, la seguridad y la estancia. Solos nos faltó disfrazarnos.

Espero que la visita de Xi Jinping deje algo por Gran Canaria, unas cuantas inversiones o el que los productos canarios puedan comercializarse en su país, no sé, que el gofio sea declarado desayuno oficial en China, o que el presidente se ponga dentro de unos días una camiseta de la Unión Deportiva Las Palmas, o que busquen un sitio para instalar allí, que es mucho más grande que esto, el escenario del carnaval, para que así podamos salvar a los árboles, a los niños que quieren dormir para ir al colegio, y a todos los que están temblando por si les toca la escandalera cerca de su casa.

La verdad es que Vegueta está teniendo suerte estas últimas semanas. Llevamos tres limpiezas a conciencia, y la tienen como los chorros del oro, con lo que cuando yo limpiaba en Inglaterra en los años ochenta llamábamos sprint cleaning, que era cuando alguien dejaba un apartamento y había que dejarlo como nuevo para que lo alquilaran sobre la marcha. Primero lo limpiaron porque vino el Rey a la Catedral. De repente, después de meses de abandono y olores de orines acumulados, nos despertamos una mañana como si aquello fuera un balneario de los zares rusos de finales del siglo diecinueve. Unas semanas más tarde, cuando la suciedad amenazaba de nuevo con aposentarse en los pocos adoquines que van quedando en la ciudad fundacional, vino Quevedo (el nuestro) a grabar un vídeo al lado de los perros de Santa Ana en los que se subiría cuando era niño y, zas, otra vez, baldearon Vegueta de arriba abajo y le pasaron el cepillo hasta a las patas del Faycán de Víctor Doreste. Pero nada que ver con lo de ahora, yo no sé si los asesores chinos que vinieron unos días antes les dieron consignas a los que organizan la limpieza de la capital, pero las zonas aledañas a la Casa de Colón y a la Catedral, incluyendo la plaza de Santa Ana, brillaban como cuando nuestras abuelas no nos dejaban entrar a sus casas porque habían echado gasoil en la madera o fregasuelos en los que nosotros casi podíamos reconocernos como si nos miráramos en un espejo.

Eso sí, la limpieza sirvió de poco, porque lo que pasó por la calle del Reloj, en dirección contraria, como mandan los cánones de lo que tiene que ser diferente, fue una sucesión de coches, cochazos, guaguas pequeñas, guaguas más grandes, ambulancias, cuatros por cuatros, cincos por cincos, porque de verdad que eran más grandes que los que vemos por aquí, cuerpos de seguridad con sus coches con sirenas, en fin, que yo que pasaba en ese momento delante de los perros de Santa Ana, no había visto nada igual en mi vida, porque ni cuando estaban en Madrid todos los mandatarios internacionales a principios de los noventa, recuerdo algo parecido, ni tampoco cuando venía el Papa, o en Inglaterra cuando pasaba la reina o la princesa de Gales.

Lo del presidente chino, cortando hasta la autopista del Sur, para que entrara y saliera, no tiene parangón en mi memoria periodística; pero sí en la cinéfila: todo ese tránsito de coches que vi pasar ante mis ojos era igual a la escena de los americanos pasando de largo por Guadalix de la Sierra en la película de Berlanga. No hemos cambiado nada aunque creamos que hemos cambiado tanto. Somos los mismos provincianos que creemos que vendrán los imperios a rescatarnos como si fueran Reyes Magos. Es verdad que esta visita venía de Oriente, pero iba a Perú, que es donde harán los negocios. Esto solo era una escala para descansar un rato.