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Sociedad

Así es el pequeño pueblo de Canarias que ha sido elegido como uno de los más bonitos de España

Esta idílica localidad de La Gomera es uno de los cinco pueblo canarios que figuran en el listado de los más bonitos de España

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Agulo es una de las cinco localidades canarias que han recibido el reconocimiento de la Asociación de pueblos más bonito de España. / REDES.

La mayor parte de los 8.132 municipios que tiene España son pueblos. Entre todos ellos, la Asociación de Pueblos más bonitos de España ha destacado un total de 116 a nivel nacional para confeccionar su célebre listado. Aunque a buen seguro muchos pueblos canarios merecerían también este reconocimiento, tan solo cinco localidades del archipiélago han recibido el sello que otorga esta organización.

Para conceder su distintivo, la Asociación de Pueblos más bonitos de España tiene en cuenta una serie de requisitos principales. En primer lugar solo consideran entidades como una población menor de 15.000 habitantes y, a partir de ahí, contar con un patrimonio arquitectónico o natural certificado, además de una óptima de conservación de espacios, fachadas y zonas verdes cuidadas en amplias zonas peatonales con circulación de vehículos controlada.

Teguise en Lanzarote, Betancuria en Fuerteventura, Tejeda en Gran Canaria y Garachico en Tenerife son cuatro de los pueblos canarios que han recibido el sello que les sitúa entre los más bonitos del país. Pero el listado quedaría incompleto si no incluyéramos este municipio gomero, al que se le ha atribuido un mote goloso por su indudable encanto. Seis localidades conforman la isla colombina, pero Agulo solo hay uno.

Agulo, el bombón de La Gomera

Los vivos colores en sus fachadas y las calles empedradas dan la bienvenida al visitante de este pueblo que, por su encanto rural e impresionante paisaje, es conocido como 'el bombón de La Gomera'. En el norte de la isla y a poco más de media hora en coche de la capital aparece este pueblo que podemos visitar callejeando pero también apreciar desde su famoso mirador, suspendido a más de 600 metros de alto, con vistas también a la vecina Tenerife. 

Aunque su población ha disminuido y actualmente cuenta con poco más de mil habitantes, su casco antiguo es uno de los mejores conservados de todo el archipiélago y es una de las localidades con más historia de La Gomera desde que fue fundada en 1607 por colonos procedentes de Tenerife. En el siglo XVIII se constituyó el ayuntamiento pero fue a principios del XX cuando la población creció de la mano del auge del cultivo del plátano, aunque desde 1960 volvió a caer en picado.

Entre las paredes de basalto del valle y a los pies del océano Atlántico, Agulo es un rincón rural cuidado al detalle que nos traslada a épocas pasadas a través de sus calles y edificios por los que, sin embargo, no parece haber pasado el tiempo. Restauradas con mimo y esmero, las sencillas construcciones se alzan en calzadas de piedra hasta componer una postal idílica en el lecho del valle, con fachadas coloridas sobre un mar al fondo donde asoma El Teide.   

Patrimonio, arte y vértigo

Pasear por Agulo sin rumbo es probablemente la mejor forma de conocer este pueblo, consultando las recomendaciones de los panales informativos repartidos por el casco urbano. Con todo, algunos monumentos son imprescindibles, como  la hermosa iglesia de San Marcos con sus blancas cúpulas, en contraste con el resto de construcciones. El templo actual data de comienzos del siglo XX y se erigió en el mismo lugar que ocupaba la ermita primitiva de Agulo.

También es recomendable rendir homenaje a uno de los vecinos más ilustres de  Agulo visitando su casa. En ella se recoge una pequeña colección de obras del pintor muralista José Aguiar que, aunque nació en Cuba, pasó toda su infancia entre la Isla Colombina y Tenerife, hasta que marchó a formarse a Madrid y posteriormente Florencia.  

Pero con toda seguridad la atracción más impresionante de Agulo es el mirador de Abrante, una pasarela de cristal que pondrá a prueba nuestro vértigo, pues se encuentra suspendido a 625 metros de alto. Si la emoción te da hambre, después de contemplar las vistas puedes comer en el restaurante y seguir disfrutando del paisaje.

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