La sequía y la desertificación producidas por el cambio climático avanzan imparables en todas las regiones de España. En Canarias, según un estudio de la revista npj Climate and Atmospheric Science, las sequías serán considerablemente más largas y severas a finales de este siglo.
Los estudios apuntan en la misma dirección en la Península, que será una de las regiones más afectadas de Europa por sequías extremas. Los efectos en el territorio peninsular llevan tiempo notándose y han saltado a la esfera pública en los últimos meses, con imágenes satelitales de pantanos vacíos en Cataluña, la crisis que se cierne sobre el Parque Nacional de Doñana en Andalucía -un gigantesco humedal que corre el riesgo de secarse- o los más de 135 días que lleva sin llover en algunas zonas de la provincia de Ciudad Real, en el corazón de Castilla-La Mancha.
Mirando al mar para encontrar agua
En estos últimos días de abril, los embalses peninsulares están a la mitad de su capacidad. Al 50,1% de media, para ser más exactos, según el boletín hidrológico del Ministerio para la Transición Ecológica. Unos datos que vienen arrastrándose desde 2022 pero que son muy preocupantes con respecto a los de las últimas décadas. Con cada vez menos agua para el consumo humano y el regadío, las brújulas empiezan a apuntar al mar para encontrar la solución.
Una vasta masa de agua que podría solucionar los problemas hídricos de España y en la que Canarias, especialmente las islas orientales -en Fuerteventura y Lanzarote más del 80% del agua de consumo proviene del mar-, ya se fijó hace décadas como modelo por el que apostar definitivamente. Pero tiene un problema: desalar es muy costoso.
Un proceso muy costoso
En 2014, durante la celebración del III Congreso Internacional de Gestión Hídrica y Planificación Estratégica del Territorio los expertos ya apuntaron que el metro cúbico de agua desalada costaba hasta seis veces más de producirse que mediante otros métodos de obtención de agua para el consumo. En 2023, la desalación continúa siendo muy cara -ahora mismo, en una planta mediana en Canarias para producir un metro cúbico de agua se necesitan entre 2 y 2,2 kilovatios/hora-, pero el tiempo se agota.
"Es un proceso muy costoso por los filtros que requiere, ya sea por ósmosis o ultrafiltración. Suele hacerse en casos de sequía importante", explica Guillermo Cornejo a Atlántico Hoy, ingeniero y técnico medioambiental consultado. El espacio físico que necesita una planta desaladora y sus requerimientos legales también condicionan la construcción de las mismas.
Problemas de espacio y de vertidos
Las desaladoras son muy grandes y suelen situarse junto con depuradoras para optimizar el espacio. El problema es que también tienen vertidos y hay que controlar cómo vuelven al mar. Cornejo explica a este medio que, tras el proceso de desalación, el agua resultante queda en dos caudales: uno dulce -el que sería para consumo- y otro con un exceso de sal conocido como "salmuera".
Este caudal de salmuera es el que no puede verterse al mar a la ligera. Para no contaminar la costa, debe verterse en un pozo a cientos de metros al interior o salir por una tubería pero filtrado por un difusor. Por ejemplo, la desaladora del Llobregat, en Barcelona, la más grande de Cataluña y que abastece a aproximadamente dos millones de usuarios equivalentes, vierte su salmuera a tres kilómetros de la costa y a 60 metros de profundidad.
España refuerza su apuesta por las desaladoras
"Desalar agua es una alternativa a evitar, tanto porque es muy costoso como porque hay que tratar la salmuera para cumplir la legislación", zanja Cornejo. Pero desde hace años se sabe que no queda otra opción. El año pasado se previó una inversión de más de 300 millones de euros para aumentar la capacidad de desalación en el levante español, además de haber planes de ampliación de desaladoras en otros territorios.
España, de por sí, es el país de la Unión Europea que más agua desala a día de hoy, siempre con Canarias como avanzadilla. No es casualidad que la primera desaladora del país se construyese en Lanzarote en la década de los 60, ni que el consumo de agua desalada de las islas orientales del Archipiélago sea considerablemente superior a la media española.
Entre lo malo y lo peor: se produce a pérdidas
Entre la espada y la pared están las administraciones españolas con el agua porque, a día de hoy, la alternativa de desalar se hace a pérdidas casi inevitablemente. El ejemplo claro es Santa Cruz de Tenerife, donde en 2021 se produjeron 9.853 millones de litros de agua con la desaladora -2.000 millones de litros de agua anuales más que en 2019, suponiendo el 62% del agua potable producida en la ciudad-, pero se registraron pérdidas económicas de 3,3 millones de euros por parte de Emmasa -la empresa pública de aguas- entre 2018 y 2021 porque gastó más en todos los procesos de depuración que lo que obtuvo vendiendo el agua para el consumo.
El ingeniero ambiental Guillermo Cornejo explica a Atlántico Hoy que pasa lo mismo que con otros procesos caros de obtención de recursos por desabastecimiento, como el fraking, técnica de extracción de petróleo y gas natural que resulta mucho más costosa que otras, pero que se ha extendido por estar agotándose los recursos fósiles.
No obstante, este ingeniero apunta a un fenómeno que suele ocurrir cuando la necesidad se vuelve virtud, y es que a lo largo de la historia humana, procesos que originalmente eran muy costosos se han logrado abaratar y maximizar su utilidad gracias a la inversión en investigación, propiciada exactamente por esa necesidad. Esa es la alternativa que necesita España para capear la sequía y la desertificación.