Son las 15:00 de la tarde y Dipa Niagate espera una guagua en el intercambiador de Santa Cruz para ir al polígono de La Campana, en Radazul. Dipa tiene 18 años y es de Diguitala, una minúscula población al norte de la región maliense de Kayes. Cuenta su historia a Atlántico Hoy, aunque prefiere que no se muestre su imagen.
Cuando tenía 16 años, Dipa se escapó en plena noche de su casa para intentar llegar a Canarias como pudiese, tratando de encontrar suerte. Dos años después, tras muchos esfuerzos, parece que la fortuna comienza a sonreírle. Desde junio, trabaja a jornada completa y con contrato indefinido en una lavandería del polígono industrial. Vive alquilado en Santa Cruz y gana suficiente como para mandarle remesas a su familia en Malí.
Una infancia pobre
En Diguitala, Dipa creció junto con su hermana pequeña y sus padres en el seno de una familia muy pobre. Desde los nueve años ayudó a su padre a labrar la tierra mientras su madre se ocupaba del hogar y de su hermana. "[En Diguitala] no hay agua natural para beber, bebíamos agua del pozo. Tampoco hay para cultivar. Antes, cuando llovía mucho, cultivábamos con el agua de la lluvia, pero en los últimos años ya no queda", cuenta a Atlántico Hoy mientras espera a la guagua.
"Si no hay agua para cultivar, es muy difícil tener algo para comer. Tampoco tengo estudios. Esos son los motivos principales que me han empujado a salir [de Malí], junto con la guerra. Quise venir aquí para buscar un futuro y ayudar a mi familia", prosigue.
Huyó de noche
Dipa se escapó de noche de casa. Su padre no hubiese permitido que se fuese, así que salió con las luces de la luna y se echó al camino. Después de una noche entera caminando, llegó a una pequeña ciudad llamada Diema, a 50 kilómetros de su aldea. Allí se subió a un coche por 5.000 francos CFA (moneda utilizada en Malí y en otros siete países de su entorno, equivalente a 7,8 euros) que le llevó hasta Kayes, capital de la región.
En Kayes las cosas comenzaron a encarecerse. Malí no tiene salida al mar, por lo que el viaje precisaba de cruzar fronteras, hacer miles de kilómetros y gastar mucho dinero. De allí se subió en otro coche con cuatro desconocidos y destino Dougou Gal (Senegal), el puerto de partida, viaje que le costó 15.000 francos CFA (unos 22 euros) y tres días de viaje.
Un mes trabajando en Senegal para costear la patera
Pero antes de subirse a la patera había que comprarla. Durante un mes, Dipa estuvo trabajando en un centro comercial de la ciudad senegalesa para poder costearse su parte del cayuco. Él puso 50.000 francos CFA (75 euros). Junto a Dipa, viajaron 51 personas más. Entre todos, compraron la patera, comida, agua, gasolina, impermeables y demás útiles para sobrevivir en el mar.
De nuevo, Dipa tuvo que actuar con nocturnidad. "Tuvimos que salir por la noche porque si la policía nos veía nos detendría y acabaríamos en la cárcel", cuenta a Atlántico Hoy. La fecha elegida para zarpar fue el 16 de diciembre de 2020. "Salimos aquella noche para empezar el viaje y los primeros tres días estuve muy cansado porque no estaba acostumbrado a navegar en una patera. Vomitaba mucho, pero pasados esos tres días me encontré mejor", explica.
A la deriva
A los 11 días de salir de Senegal, la embarcación se quedó sin gasolina. Era 26 de diciembre. La patera se quedó a la deriva hasta el día 29. Durante esos tres días y medio se acabaron la comida y el agua. "Nuestra última comida la cocinamos con agua del mar. Algunos no querían comerla porque estaba muy salada, pero no tenían elección: solo comerla para no morir de hambre", explica Dipa.
"Yo mismo no tenía ganas de vivir más, pensaba que iba a morir en el mar", añade.
Rescatados por salvamento marítimo
El 29 diciembre a las 11:00 de la mañana, los ocupantes de la patera vieron un helicóptero de salvamento volando hacia donde estaban. Una vez que llegó, se quedó volando a su alrededor casi cuatro horas, hasta que apareció un barco de salvamento marítimo que les lanzó dos cuerdas para atar la patera al casco. Una vez subieron todos a la nave, dejaron la patera en el mar y pusieron rumbo a Las Palmas de Gran Canaria.
En la capital grancanaria estuvo nueve meses hasta que le trasladaron a Tenerife, donde comenzó a jugar en el Club de Rugby Universidad de La Laguna. Al cabo de un tiempo de llegar a la isla, consiguió plaza en un albergue gestionado por el Gobierno de Canarias para una estancia de seis meses prorrogables a un año.
Dos meses para encontrar casa
Las condiciones del albergue determinaban que, cuando encontrase trabajo indefinido, Dipa debía buscar otro alojamiento en un plazo máximo de dos meses. En junio de este año, consiguió el empleo en la lavandería de La Campana.
Inmediatamente, Dipa comenzó a buscar un apartamento que alquilar, pero se dio de bruces con los recelos racistas de muchos caseros, que le confirmaban la disponibilidad del piso cuando contactaba con ellos por WhatsApp pero le cancelaban después de la visita presencial.
"Me decían que sí y luego, de la noche a la mañana, llamaban otra vez para decir que la casa ya estaba alquilada. Otras veces decían que, como tenía tres meses de prueba en el trabajo, no sabían si al acabar ese periodo iba a seguir en el puesto. Una vez fui con el jefe de la empresa, que le dijo al casero que estaba contratado y no pensaba despedirme tras los tres meses de prueba. Aceptó, pero al día siguiente me dijo que la casa ya estaba alquilada", narra Dipa.
Alojamiento en el último momento
Cuando el tiempo para dejar el albergue estaba a punto de cumplirse, Dipa pidió ayuda a sus compañeros del equipo de rugby. Le bastaba una habitación. Uno de ellos tenía la planta baja de su casa disponible para alquilar y Dipa pudo mudarse en el último momento.
Ahora, Dipa respira aliviado. Lleva dos meses en su nueva casa y continúa trabajando, con dinero suficiente para pagar el alquiler, hacer la compra y mandar ayudas a sus padres y su hermana en Diguitala.