El ser humano ha inventado la Inteligencia Artificial, como si el ser humano no fuera también artificial, o mortal, que para el caso es casi lo mismo, un cuerpo, una cara, unas piernas y un cerebro que llega desde la nada y se va como mismo viene, igual que si nos estuviera creando alguien en otra dimensión o en una altura que no vemos. Lo más probable es que los artificiales seamos nosotros y, como sucede con los que no quieren verse en su propio espejo, hemos creado una suma de algoritmos y de supuesta inteligencia robótica, quizá para sentirnos los dioses que no somos, para sabernos superiores por lo menos a las máquinas, aunque, al final, dada nuestra vulnerabilidad y nuestra compleja presencia, esas máquinas ya casi dominan nuestra vida diaria sin saber muchas veces quién está detrás del busilis de cada una de ellas.
Escribo de la IA porque estos días no se habla de otra cosa y porque los periódicos, en ese afán de anticiparse a lo que luego casi nunca sucede, dicen que 2024 será el año que lo cambie todo, el éxito de esas creaciones de la IA cada día más sorprendentes. Y están lo que te dicen que los periodistas ya estamos casi listos con ese engendro que escribirá noticias, reportajes y supongo que también anticipos de lo que no sabemos que sucederá mañana. También están los que auguran que escribirá la novela más fetén, que será capaz de mezclar a Cervantes, a Flaubert y a Virginia Woolf como quien infla una sopladera para una fiesta de cumpleaños, y uno querría contestarles que no es eso, que así no funcionan ni el periodismo, ni la literatura, que es justamente la mirada humana, la imperfección humana, lo que hace que todo sea diferente y emocionante, sobre todo en la literatura.
Recuerdo aquel verso de César Vallejo en el que le decía a Dios que él no tenía Marías que se iban, que no había sabido ser hombre para poder ser Dios, que no había sufrido. Algo parecido le sucederá a ese ente que dicen que es capaz de copiarnos, escanearnos y reproducir lo que ni siquiera nosotros sabíamos que podíamos escribir. Escribirá historias, sólo eso, argumentos bien armados, retratos prefijados y todo lo previsible de la mala literatura y del peor periodismo. No habrá IA que escanee nuestra alma, entre otras cosas porque ni siquiera nosotros sabemos llegar a ella muchas veces. La intuimos cuando escribimos, cuando leemos, en silencio frente al mar o cuando amamos. Y la IA no ama y no sufre, y quien no ama y no sufre, no crea ni puede seguir avanzando en el camino del arte, que tiene mucho que ver con el camino de la nada de la que venimos y a la que vamos aunque, de repente, nos inventemos que somos reales y que las artificiales son sólo esas máquinas que amenazan con borrar nuestra presencia.