Aunque durante la mayor parte del siglo XX fue conocida como Petrogrado, y sobre todo como Leningrado, San Petersburgo fue fundada en 1703 por el zar Pedro el Grande con la intención de convertirla en la capital del imperio ruso. Desde su origen fue concebida por el monarca como "ventana del mundo hacia el mundo occidental", justo abierta al mar por el golfo de Finlandia y en la desembocadura del río Neva.
Desde 1990 es reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, así como una de las capitales culturales de Europa en cuanto a legado cultural, con edificios como el Palacio de Invierno, actualmente sede del Museo Hermitage, la Catedral de Kazán, la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada o la Catedral de San Isaac, además de otros muchos ejemplos emblemáticos de arquitectura rusa.
Entre la magnificencia de estas construcciones se conmemora la grandeza de los zares y de quienes ayudaron a materializar el sueño imperial, como el ingeniero canario Agustín de Betancourt y Molina. En su memoria se ubica un busto en el exterior de la Universidad de Vías de Comunicación, además de una columna sobre su tumba en el Cementerio de San Lázaro, donde también descansan personajes al escritor Dostoyevski o el compositor Chaikovski.
De prestigioso ingeniero a desprotegido por la Corona
Nacido en el Puerto de la Cruz en 1758 en el seno de una familia de la nobleza canaria, Agustín de Betancourt pronto entró a formar parte de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, de la que su padre, Agustín de Betancourt y Castro, fue miembro fundador. Junto a él y su hermana, María de Betancourt y Molina, presentó en estas reuniones una máquina para hilar seda que le valió una ayuda para continuar sus estudios en Madrid.
En la capital del reino, sus primeros encargos para el Conde de Floridablanca en 1783 fueron la inspección del Canal Imperial de Aragón y el estudio de las minas de Almadén. Cuando apenas contaba con 25 años Agustín de Betancourt elevó, por primera vez en España, un globo aerostático en la casa de campo del Infante don Gabriel, en presencia del propio rey, infantes, ministros y otras personalidades.
Por logros de este calado, así como sus trabajos sobre las máquinas de vapor o el telégrafo óptico, Agustín de Bethencourt gozaba de gran prestigio como ingeniero e inventor. Pero en 1805 su proyecto para reforestar las márgenes del río Genil, donde el influyente ministro Manuel Godoy poseía tierras que pretendía destinar a uso agrícola, le costó el favor de la Corona.
Obras fluviales e ingeniería civil
Ante su nueva situación, Agustín Betancourt se trasladó unos meses a París y desde allí a Rusia, donde bajo la protección del zar Alejandro I construyó numerosos embarcaderos, muelles, esclusas, muros de contención y máquinas para dragar los canales entre otras obras de carácter fluvial como el puente Kamennoostrovski sobre el rió Neva, la draga del puerto de Kronstadt o los primeros barcos a vapor movidos por paletas para navegar el Volga.
Asimismo el ingeniero canario fue responsable de la modernización de la fábrica de armas de Tula o la de cañones de Kazan así como de los andamiajes de dos emblemas arquitectónicos de San Petersburgo como la Catedral de San Isaac y la Columna de Alejandro I. Fuera de la capital imperial también dejó su huella a través del diseño de imponentes estructuras como el Manège de Moscú o la Feria de Nizhny Novgorod.
Una moneda difícil de falsificar
Por otra parte Betancourt también fue relevante en la estabilización del sistema monetario ruso, mermado por la emisión de billetes falsos a modo de guerra económica por parte de los franceses. Betancourt dirigió la construcción de las dos factorías, diseñó las máquinas de vapor, descubrió un nuevo tipo de papel y propuso los diseños de los nuevos billetes.
Además construyó las máquinas de estampación de la numeración y las firmas de la nueva fábrica de papel moneda, actual Casa de Moneda de la Federación Rusa. Sus prácticas pioneras fueron pronto imitadas, como por ejemplo en la Casa de Moneda de Varsovia, como parte del incalculable legado de este genio que encandiló con su trabajo tanto al Reino de España como el Imperio Ruso, donde falleció hace ahora dos siglos, en 1824.