España, como el resto del mundo,
estrenó 2020 sorda a los ecos que una misteriosa neumonía empezó a dejar en el centro de China, incapaz de prever que en muy poco tiempo iban a retumbar en los cimientos del que se consideraba uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo y, más aún, en las raíces mismas de su idiosincrasia como sociedad.
Porque la crisis del coronavirus ha traído consigo un vuelco en nuestro modo de relacionarnos, de movernos, de divertirnos y de aburrirnos, de tocarnos, de decirnos, de saludarnos y de despedirnos, de emocionarnos y de entristecernos. También de alegrarnos.
El 31 de diciembre de 2019, la Comisión Municipal de Salud y Sanidad de la ciudad china de Wuhan informó de un agrupamiento de 27 casos de una neumonía desconocida que habían iniciado síntomas el día 8; como denominador común, el mercado mayorista de marisco, pescado y animales vivos de Wuhan, que fue cerrado el 1 de enero.Seis días después, las autoridades chinas identificaron como agente causante del brote un nuevo tipo de virus de la familia
Coronaviridae: el SARS-CoV-2.
ENERO: PRIMER CASO EN LA GOMERA
En los primeros días, el riesgo de introducción en España era, según Sanidad, "muy bajo" y, en cualquier caso, estaríamos "preparados para actuar ante cualquier eventualidad", en palabras del ministro, Salvador Illa; de la misma opinión eran las principales sociedades médicas y expertos en enfermedades infecciosas.Según iba avanzando, enero iba salpicándose de un goteo de casos sospechosos pero descartados. Hasta el 31, en el que un turista alemán dio positivo en la isla canaria de La Gomera, el mismo día en que la veintena de españoles residentes en Wuhan fueron repatriados.
FEBRERO: LLAMAMIENTOS A LA CALMA
La inquietud parecía cundir solo en los ciudadanos chinos instalados en nuestro país, que dispararon las ventas de mascarillas, y en los organizadores del Mobile World Congress en Barcelona, que lo anularon. Pero la comunidad médicocientífica insistía en el llamamiento a la calma y a no dejarse vencer por el alarmismo.España mantuvo un escenario de medidas de contención que no iban mucho más allá de las recomendaciones de higiene y de no viajar a zonas de riesgo. A finales de mes, cuando los casos rondaban el medio centenar, empezó a mirar de reojo a Italia, que superaba ya los 1.000.
MARZO: EL CONFINAMIENTO
Las noticias que llegaban del país transalpino no alteraron demasiado el rumbo en los primeros días de marzo, pese a que se conocieron las primeras víctimas mortales por covid-19; hasta el 8M se celebró, no sin polémica.De repente, ocurrió: la propagación vertiginosa del coronavirus obligó a varias comunidades en la semana del 9 de marzo -cuando se superaron el millar de casos y las 28 muertes-, a improvisar el cierre de colegios, parques o comercios que anticiparon Vitoria, Madrid y La Rioja.Todo quedó eclipsado el día 14: ese sábado, el Gobierno central declaró el estado de alarma, el segundo de la democracia.Confinados en sus casas, apenas aliviados con unas pocas escapadas al súper y la farmacia, los españoles convirtieron el homenaje diario a los sanitarios en una de las pocas formas de interacción social, limitada ya a ventanas, balcones y pantallas.
ABRIL: EL PICO AL FIN
Los fallecidos diarios se contaban por cientos, los positivos por miles, la sobrecarga de las ucis superaban el 50 por ciento... Las cifras, más allá de la guerra por su exactitud -que no había hecho más que empezar-, espeluznaban. Aparcamientos convertidos en morgues. Recintos feriales y hoteles en hospitales. Y las residencias... Ni el Ejército frenó la sangría.El pico del que cada día hablaba el responsable de las alertas sanitarias, Fernando Simón, convertido en uno más en todos los hogares españoles con una rueda de prensa diaria que ha mantenido durante meses, parecía no llegar nunca.Pero lo hizo: el cerrojazo a toda actividad no esencial de finales de marzo doblegó la curva, lo que permitió las primeras salidas a la calle a los niños -corría la tercera prórroga del estado de alarma- y empezar a pensar en la desescalada, no sin advertencias: "Ojo a posibles rebrotes", avisaba el ministro Illa.
MAYO: EL SPRINT DE LA DESESCALADA
Nada podía devolver el mes de abril, pero la concesión a los paseos -por franjas horarias y grupos de edad- cayó como agua de mayo apenas empezado el susodicho: los ciudadanos sufrían con júbilo -y mascarilla- las agujetas por la recién recuperada actividad física tras casi 50 días de confinamiento.Concesiones que fueron ampliándose progresivamente en la desescalada, que arrancó a distintas velocidades el día 4, ensanchando a su camino las grietas abiertas ya entre los responsables políticos por la gestión de la pandemia.El proceso hacia la nueva normalidad augurada para finales de junio lanzó a las comunidades a una carrera sin que muchas hubieran salido a calentar. Los estragos de la nula inversión en rastreadores o en reforzar la atención primaria no esperarían ni a otoño para dejarse notar.Aún no se sabía, ya que el INE lo aclararía a finales de año, pero por estas fechas habían muerto 45.648 personas en la primera ola, 32.652 con coronavirus y 13.032 con altas sospechas de haberlo tenido.
JUNIO: LA REAPERTURA
La sexta y última prórroga del estado de alarma salió adelante en medio de un bronco debate parlamentario que ejemplificaba los ánimos cada vez más caldeados en el entorno político; pero en la calle ya olía a verano y la gente esperaba impaciente a que su zona de salud, su provincia o su comunidad pasara de fase para recuperar algo de lo que eran sus vidas solo unos meses antes.El 21 de junio, toda España recobró la plena libertad de movimientos tras 98 días en alarma y abrió sus fronteras a Europa; ya se habían manifestado los primeros brotes, pero apenas se registraban una veintena de fallecidos a la semana y había jornadas que los positivos diarios no llegaban al medio centenar.
JULIO: LOS BROTES
La actividad se acrecentaba en bares y restaurantes, playas, cines y teatros; incluso abrieron las discotecas y se celebraron los comicios en País Vasco y Galicia: la vida se desarrollaba al mismo ritmo que los brotes -con sus correspondientes confinamientos locales- iban desperdigándose por todo el mapa, los más preocupantes en un principio los asociados a temporeros en Aragón y Lleida.Recién despojado de las competencias que recuperaron las comunidades, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, consideraba que, sin bajar la guardia, los ciudadanos "no podemos dejarnos atenazar por el miedo" porque el sistema sanitario está mucho más preparado. Julio cerró con más de 1.500 casos diarios.
AGOSTO: DEL CAMPO AL OCIO NOCTURNO
El mes estival por excelencia inició con más de medio millar de brotes, la mayoría vinculados a la noche, pero también volvieron a las residencias. Mientras unas comunidades controlaban los suyos, otras veían como se esparcían focos por sus territorios.Con millares de casos al día otra vez, en Sanidad rehúsan hablar de una segunda ola, si bien a mediados de mes acuerda con las comunidades cerrar discotecas y bares de copas, limitar horarios de restaurantes y prohibir fumar en la calle cuando no se pueda respetar la distancia mínima, entre otras.
SEPTIEMBRE: LA SEGUNDA OLA
Miles de alumnos regresaron a las aulas tras meses de confinamiento bajo la incertidumbre de unas medidas apuradas hasta casi el último minuto y en medio de un repunte lento, pero constante, de la transmisión. Sin embargo, pronto se vio que ese aumento no parecía tener origen en las clases.Paralelamente, Madrid empezó a acaparar ella sola el tercio de los contagios. El auge de la pandemia dio pie a una refriega sin cuartel entre la administración regional y la central, que eleva cada vez más la severidad de sus llamamientos al ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso para endurecer las restricciones.El virus también cogía carrerilla en otros lugares. La segunda ola ya estaba aquí.
OCTUBRE: SEGUNDO Y TERCER ESTADO DE ALARMA
El mazazo del Tribunal Superior de Justicia de Madrid al plan de Sanidad para Madrid aprieta el pulso entre ambos que acaba con el segundo estado de alarma en siete meses, de 15 días.Aún estaba por venir un tercero: diez meses después del estallido de la crisis, España superaba holgadamente el millón de casos y la situación, descontrolada, puso en una situación delicada otra vez al sistema de salud, aunque no tan cruda como en primavera.La cascada de restricciones autonómicas anticipan el tercer estado de alarma, que llega finalmente el día 25 para poder dar cobertura a vetos comunes en todas las comunidades como el de poder salir por la noche.A diferencia de los otros, las autoridades delegadas son los responsables autonómicos y se extenderá como máximo hasta el 9 de mayo de 2021. La fatiga pandémica se traslada a las calles en forma de disturbios contra las nuevas prohibiciones mientras las comunidades se blindan en el puente de Todos los Santos.
NOVIEMBRE: OTRO PICO QUE SE SUPERA
Durante la primera quincena sigue planeando la sombra del confinamiento domiciliario al que aspiran varias autonomías, asustadas por el recrudecimiento de la presión hospitalaria, pero Sanidad cree que aún hay margen.Un estabilización a la baja de los contagios empieza a vislumbrarse a mitad de mes, y a partir de ahí la incidencia -no todavía la carga asistencial ni los fallecidos- emprende un encadenamiento de descensos durante semanas mientras en el resto de Europa corren la suerte contraria.
DICIEMBRE: NAVIDADES CON UNA VACUNA EN EL HORIZONTE
Es así como, doblegada la segunda curva, aunque con incidencias rondando los 200 casos -muy alejada del objetivo de 25-, el foco se centra en preparar las navidades, pendientes del impacto que haya podido tener el puente de la Constitución. De momento, la tendencia a la baja se ha roto en estos dos últimos días.2020 llega a su fin, pero no la pandemia: mientras repican cada vez más fuerte las campanas de una vacuna segura y eficaz -previsiblemente la primera que se empezará a administrar en pocas semanas a los grupos prioritarios será la de Pfizer-, el reto está ahora en minimizar las secuelas de un tercera ola que ya casi nadie se atreve a negar.Adaya González