El 80% de los niños abandonados en Tenerife en los siglos XVIII y XIX murió en su primer año de vida, una mortalidad altísima que se equiparaba, e incluso superaba, a la registrada en las inclusas de ciudades europeas y que revela las precarias condiciones de la Casa Cuna insular.
Son datos recopilados por la historiadora Paula Barbero, doctorada por la Universidad de Santiago de Compostela, quien ha analizado en un estudio pionero la mortalidad de los niños expósitos en Tenerife en ambos siglos a partir de la información contenida en los Libros de asiento de la Casa Cuna de La Laguna de 1752-1794 y 1844-1846.
En busca de los supervivientes
En una entrevista con Efe la investigadora detalla que también utilizó los registros procedentes de la Casa de Maternidad y Expósitos de Santa Cruz de Tenerife de 1875-1889 para analizar distintos aspectos de la mortalidad de los niños abandonados en la isla de Tenerife entre finales del siglo XVIII e inicio del XIX.
La historiadora subraya además la necesidad de captar financiación para proseguir esta investigación con el objetivo de rastrear los datos de los niños y las niñas que lograron sobrevivir, y que están disponibles en fuentes históricas, como los padrones de habitantes o los libros parroquiales.
La metodología seguida en la investigación le ha permitido estudiar los diferentes elementos que incidieron en la mortalidad de los expósitos, tales como la edad en la que fallecían, la estacionalidad de sus muertes y el sistema asistencial de la institución, llegando incluso a desentrañar las causas que estimularon este fenómeno.
Casa Cuna de La Laguna
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII la Casa Cuna de La Laguna comenzó a ocuparse del cuidado de los recién nacidos que habían sido abandonados en la isla y para ello se dotó de un sistema de recepción y expedición de niños expósitos apoyado en las parroquias.
En la segunda mitad del siglo XIX se traslada a Santa Cruz de Tenerife con la denominación de Casa Provincial de Maternidad y Expósitos, desde donde seguía ocupándose de la recogida de los niños expósitos abandonados en Tenerife y, ahora además en las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro.
Cuando finalizaba el período de crianza de los pequeños, y si nadie les prohijaba, permanecían hasta los 15 años en la Casa de Huérfanos y Desamparados de Santa Cruz, fundada en 1849 para dar asilo a los niños que mendigaban por la ciudad.
De hecho, solo uno de cada diez pequeños llegó a ser adoptado en el primer año de vida, pues lo habitual era que comenzasen a serlo a partir de ese primer año.
Marcados por las familias
El grueso de los abandonos se producía en la confianza de que, tras pasar por el torno de la Casa Cuna, se podría salvaguardar a la vida de la criatura hasta que cambiase el signo de los tiempos y los padres pudiesen volver a hacerse cargo de ellas.
"Así nos lo indica el interés y las molestias que muchas familias y madres se tomaron para marcarlos, para dejarles unas señales, que facilitasen luego su posterior reconocimiento", precisa Barbero, y para ello se recurría a notas, explicaciones sobre las causas del abandono, consejos sobre los cuidados que se debían proporcionar a la criatura, promesas de una hipotética recuperación, enumeración del ajuar que acompañaba al expósito en el momento de su ingreso al centro, condición religiosa del pequeño...
La precariedad material que sufría la sociedad empujó a las madres y a las familias en dificultades a acudir a la exposición infantil como una manera de remediar y enfrentarse a los problemas que vivían "pero hoy sabemos que era un recurso que la mayoría de las veces acababa con la muerte de las criaturas entregadas a la institución".
Bajos índices de adopciones
Entre 1752 y 1794 se registraron en la Casa Cuna de La Laguna un total de 5.644 ingresos de recién nacidos abandonados y solo un 7,1% de ellos fueron dados en adopción o recuperados por sus familias.
La elevada mortalidad de los menores registrada en el primer año de vida en la Casa Cuna de La Laguna se debía, sin duda, tanto a las malas condiciones físicas en las que llegaban a la institución como a la fragilidad y continuas estrecheces económicas por las que ésta atravesaba, que determinaron la ausencia de amas de leche y ello para los pequeños suponía la espera de uno o varios días hasta que eran entregados a las amas nutricias externas.
Además la entrega en el torno era acompañada por duras condiciones, en la mayor parte de las ocasiones a la intemperie de la noche, heridas intencionales infringidas en sus cuerpos con el objetivo de poder ser identificados en el futuro; falta de cuidados apropiados durante el viaje, la mala asistencia y la carencia de higiene, de controles médicos apropiados y de un suministro de alimentos adecuado, todo lo cual perjudicaba una salud ya mermada de por sí.
Condenados
Cuando los bebés llegaban en malas condiciones físicas, las cuales permitían intuir que solo serían capaces de vivir unos pocos días, la administración del centro no las remitía a una nodriza externa, sino que las relegaba al interior de la casa cuna hasta que se producía su muerte. Un destino parecido conocían las criaturas que ingresaban enfermas, con lesiones o con alguna discapacidad.
Y dejando al margen a todos aquellos que ingresaron bajo la denominación genérica de “enfermos” o “muertos en el camino”, el 70% del total de casos conocidos, el 30% restante da cuenta de los malos tratos y del descuido con el que los niños eran transportados al centro, visto que entre ellos era habitual las deformidades y las lesiones o “desmembramientos” ocurridos por “accidentes”.
Alta mortalidad
La mortalidad de los niños expósitos registrada en La Laguna entre 1752-1794 y 1811- 1846 llega a triplicar e incluso, en algunos períodos, casi a cuadriplicar a la mortalidad infantil acontecida en la misma ciudad en 1750-1854, la cual por entonces no superaba el 25,5%.
"Gracias a la calidad de la información que poseen las partidas de registro de los años 1752, 1756, 1760, 1768, 1776 y 1780, sabemos que el 90,3% de los niños ingresados fallecía antes de alcanzar los 5 años, un porcentaje muy elevado, más alto que el encontrado en las casas cunas peninsulares y europeas en la misma franja de edad", señala Paula Barbero.
Con todo, la mortalidad de los expósitos tendió a perder fuerza a medida que avanzaba el siglo XIX y en ello fue determinante la estabilidad y mejora que conocieron las condiciones de vida de las familias isleñas y los cambios que se introdujeron en el funcionamiento interno de las casas cunas europeas a partir de 1850-1860.