DESDE LA EUROPA ESCANDALIZADA por la llegada al poder de Donald Trump, se desea creer que el presidente electo de los Estados Unidos tiene abiertos muchos frentes, uno de los cuales se llama Hollywood. Pero, ¿a qué nos referimos cuando utilizamos esa palabra? ¿Es Hollywood una abstracción o un ente tangible? Y, en este caso, ¿quiénes lo forman?
Responder a estas preguntas requeriría un capítulo aparte, pero de momento debemos convenir que, cuando se habla de un “frente común” de Hollywood contra Trump, de lo que se habla en realidad es de una oposición constituida fundamentalmente por sus elementos más visibles, las estrellas y, en menor medida, por los directores y guionistas. Que Trump también tenga en su contra a una mayoría de técnicos y empleados de los estudios no es improbable, pero si dirigimos el foco a las esferas directivas de esos mismos estudios, a los despachos donde se reúnen productores, managers y ejecutivos, las cosas empiezan a no estar tan claras.
Desde hace décadas, Hollywood ya no solo es el cine; es una poderosa multinacional que aglutina a otras muchas industrias relacionadas con el ocio masivo. La más poderosa de ellas es la televisión, un medio que en su día se atrajo a Trump y del que Trump seha servido para publicitarse a gran escala. Valga como prueba el exitoso programa de telerrealidad The Apprentice, del que sigue siendo productor ejecutivo y en el que, como presentador, le ha sucedido el ex gobernador de California, el actor de origen austriaco Arnold Schwarzenegger. Lejos de simpatizar, ambos mantienen un cómico rifirrafe en las redes sociales. Frases hirientes, réplicas mordaces, rivalidades, celos: los elementos tradicionales de la novela barata, del culebrón, pueden rastrearse en el buzón de Twitter.
Trump lleva dentro un entertainer y lo saca a relucir siempre que puede, incluso cuando no debe. En su afán por acaparar todas las pistas del circo mediático, invade el espacio de las estrellas, algo que ni siquiera hizo Ronald Reagan, pese a venir del cine y haber disfrutado de una gloria menor en la época de los grandes estudios.
La razón es doble: él mismo se considera una estrella y, por otro lado, al disputarle la popularidad a los ídolos de masas, da una idea de hasta dónde llegar su poder. No teme irritarlos con sus comentarios soeces ni indignar a sus fans, que se cuentan por millones.En su belicoso fuero, algo debió insinuarle que el bosque de acebo situado al sur de California (pues ese es el ecosistema de Hollywood) podía convertirse en otra “selva de los famosos”, un sitio donde él triunfaría y del que serían desalojados los perdedores, los delicados de estómago y, por supuesto, los liberales. Se dice que Trump, ausente en la noche de los Óscar, gozó de lo lindo cuando supo que a una de las reliquias de ese mundo glamuroso, el demócrata Warren Beatty, le explotaba la carta bomba, y eso que el protagonista de Rojos no ha sido precisamente su detractor más fiero. Eso os pasa –dijo a los organizadores de la gala– por centraros tanto en la política y menos en “lo vuestro”.
Trump ha sido votado por la América invisible, una América alejada de las grandes ciudades y, por supuesto, de Hollywood. Si rehúsa ganarse a las figuras del mundo del espectáculo es porque las sabe hostiles y, sobre todo, porque no las necesita. Ya sabemos que podría pegarle un tiro a alguien en la Quinta Avenida y le seguirían votando. Con la misma lógica brutal ha demostrado que el apoyo de las estrellas a su rival, la pobre Hillary, no basta para vencerle.
Si Trump hace caso omiso de todo, hasta de las advertencias que le llegan de su propio partido, ¿cómo iba a pasar de largo en materia de famoseo? El follón y la pelea forman parte de su idiosincrasia, no en vano se ha sentido siempre más a gusto con el “pressing catch” que con el cine y la música. A las críticas de la venerada Meryl Streep él ha respondido tachándola de “sobrevalorada”, un piropo en comparación con las groserías dedicadas a otros miembros de la comunidad hollywoodense. No contento con pisar tantos charcos, Trump también ha metido la nariz en los asuntos privados, así los amoríos de Katy Perry o la relación de Robert Pattinson con Kristen Stewart, una intromisión que ha llevado a declarar a la joven actriz que el hombre del flequillo está obsesionado con su novio.
No a todos les va mal con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Ahí está el actor Alec Baldwin, que casi con un pie fuera de la profesión y tras haberse dado una vuelta por España para dar la réplica a Torrente (un personaje que le gustaría a Trump), ha relanzado su carrera contra todo pronóstico. A día de hoy, Baldwin es una gran estrella de la pequeña pantalla, y todo gracias a sus brillantes imitaciones del magnate. Qué no hará la televisión por sus hijos.