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El inicio de la travesía por el desierto

Luis Padilla nos recuerda este jueves la travesía del CD Tenerife por la Segunda División B que se inició en el curso 78-79

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Luis Padilla nos recuerda, en el periódico digital Atlántico Hoy, la travesía del CD Tenerife por la Segunda División B que se inició en el curso 78-79.

El fútbol español se inventó a finales de los años setenta la Segunda División B. Creada con el argumento oficial de minimizar el salto que suponía pasar de la Tercera División –entonces con cuatro grupos– al grupo único de Segunda División, el objetivo real era dar cabida en un fútbol semiprofesional a cuarenta equipos más, repartidos en los dos grupos que componían la categoría recién creada, mientras que también crecía en dos grupos la 'nueva' Tercera División a la que accederían, por ejemplo, el Toscal y el San Andrés, entonces 'inquilinos' del Heliodoro.

El Tenerife miró con desdén el invento... pero tardó un año en conocer un fútbol en el que competían equipos notables y del que era –y aún es– muy difícil salir. Cinco años tardarían los blanquiazules en poner fin a aquella interminable travesía por el desierto que se inició en el curso 78-79 en un ambiente de continuidad. En un club acostumbrado a cambiar de presidente cada año y de entrenador cada menos, el descenso a Segunda División B no provocó alteraciones: José López Gómez siguió al frente de la entidad y renovó la confianza en Manuel Sanchís. 

Fichajes no hubo muchos, aunque se reforzó el ataque con jugadores peninsulares que dieron buen rendimiento como Belmonte, Larrañaga y, con el curso iniciado, Martín Abad (Espanyol). Más éxito tendría la apuesta por la cantera con gente como el lateral Mini y el delantero Víctor, que con 18 años ya era figura en el San Andrés y que con el tiempo sería vital en el acceso del Tenerife a la élite del fútbol nacional. Además, se consolidaron elementos de la tierra como el portero Domínguez, los centrocampistas Paco, Alberto o Román, el delantero Lolín... 

Con el cartel de favorito que se otorga a los recién descendidos, el Tenerife tuvo un discreto inicio de curso. Y tras ocho jornadas y una derrota en Lugo (3-1), López Gómez optó por prescindir de Sanchís y dejar en el banquillo a su ayudante, Olimpio Romero. Con el cartel de 'provisional' y en espera de encontrar “un profesional de prestigio”, el 'técnico de la casa' empezó a ganar partidos. Primero en el Heliodoro y luego hasta de visitante a rivales como Real Unión (1-2) y Zamora (0-2). Y al inicio de la segunda vuelta, el equipo se puso segundo. 

Con el Tenerife en zona de ascenso, al subir dos equipos por grupo, Pepe López dejó de buscar sustituto y dio continuidad a Olimpio Romero en un equipo que tuvo algún altibajo, pero que, a ocho jornadas del final y tras ganar en el campo del Pegaso (0-2), se puso tercero a un punto del líder y con la opción, al siguiente fin de semana, de volver a la 'zona de ascenso' y descabalgar al Oviedo de la pelea. Entonces, el Heliodoro volvió a llenarse como en sus mejores días... y el cuadro asturiano se impuso (1-2) en una cita marcada por el árbitro Villanueva Nieto.

Alineación del Tenerife que empató ante el Mirandés en enero de 1979

El colegiado no sancionó un claro penalti a favor del Tenerife, concedió el segundo gol del Oviedo en fuera de juego... y el Tenerife se 'fue' de la competición mientras se enredaba en una pelea contra el mundo. Y volvieron los argumentos 'conspiranoicos': “los equipos de Segunda no quieren venir a Canarias”, “no subimos porque Pepe López es el vocal de la Federación para la Segunda B y si ascendemos tiene que dejar el puesto”... La realidad era más prosaica: la plantilla tenía sus limitaciones... y la entidad no tenía un duro. 

La Junta General celebrada en aquel verano de 1979 nos acerca a la verdad: el club cerró el ejercicio con 21.695.108 pesetas de déficit y presentó un presupuesto para el curso 79-80 de 54 millones de pesetas... que ya preveía unas pérdidas de más de 14 'kilos'. Con una deuda desbocada y que crecía cada año no quedó más remedio que, entre protestas, subir la cuota de los socios un 25% y declarar cuatro 'días del club' en los que los abonados también debían pasar por taquilla. Sin jugadores a los que vender, sobrevivir era un milagro.