El verano de 2001, cuando España era una fiesta —y nadie veía (o quería) ver venir la explosión de la burbuja financiera—, Alejandro Amenábar y Nicole Kidman nos hicieron pasar miedo en las salas de cine. Fue con la película Los Otros. Lo hicieron de manera sutil, con más contención que con escenas explícitas, jugando con el escalofrío sin tener que tirar de aspavientos gore llenos de sangre y vísceras. Siempre al límite de lo visible, con el trampantojo como recurso para engañar al espectador.
La revelación final de Los Otros —ojo, se viene spoiler— es doble: el personaje de Kidman recuerda que mató a sus hijos (interpretados por James Bentley y Alakina Mann) y que acabó suicidándose.
Hundimiento
La historia de Los Otros me ha asaltado esta semana al ver la actitud de Podemos, que ha roto con Sumar para pasarse al Grupo Mixto, un movimiento que añade más incertidumbre a la legislatura política que acaba de comenzar. El acto, un ejercicio de transfuguismo de manual, es la penúltima pataleta de una cúpula dirigente que, a lo largo de los últimos años, ha expulsado del partido a todo aquel que discrepara con el amado líder y que por el camino ha perdido buena parte del apoyo popular que agrupó tras el 15M —en las generales de 2016 obtuvo 71 escaños; en las últimas logró cinco dentro de la coalición Sumar—.
Especial atención merece Podemos en Canarias —¿alguien sabe algo de su secretaria general, Laura Fuentes?—. Noemí Santana forma parte del grupo de diputados que ha pasado al Grupo Mixto para romper con el mandato que le dieron en las urnas 53.992 personas que eligieron como opción a Sumar —no a ella—.
El problema de los últimos de Podemos, sospecho, es que son como la familia de Los Otros: están muertos políticamente y no lo saben.