Encontrar un verso suelto en la política española, justo ahora, cuando todo el mundo anda encabronado y alineado —algunos, incluso, hasta alienados—, es como dar con una botella de agua fresca en medio del desierto. Poli Suárez Nuez, consejero de Educación, Formación Profesional, Actividad Física y Deportes del Gobierno de Canarias, entra en el catálogo de esas singulares excepciones que se mueven con la libertad de conciencia por las administraciones y las cortes públicas de la patria.
Un ejemplo. Un caso, además, mayestático si tenemos en cuenta que el protagonista se mueve por latitudes conservadoras. En 2016, cuando conciliaba su trabajo como alcalde de Moya con el de senador en Madrid por el Partido Popular (PP) y en varias entrevistas ya se había declarado homosexual, Suárez consideró que el papa Francisco debía “llamar a capítulo” al arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, por unas declaraciones contra el colectivo LGTBI+ y el feminismo. Fue un gesto poco habitual en las filas de su formación. “Perdónalo señor porque no sabe lo que hace”, escribió en su cuenta de Twitter después de una de las habituales pasadas de frenada del prelado.
Admirado en otros partidos
El talante del consejero autonómico de Educación, Formación Profesional, Actividad Física y Deportes no es una leyenda urbana que alimentan sus fieles. Tiene adeptos, incluso, en otras trincheras. Nira Fierro, secretaria de organización del PSOE en Canarias, admitió durante la pasada legislatura que si pudiera fichar a algún político de otro partido ese sería Poli Suárez. En Nueva Canarias, en algunos círculos locales de Gran Canaria, a veces salta —como una molestosa alarma de móvil programada para ejercer de despertador un lunes al amanecer— la misma pregunta que luego se evaporara con pesadumbre en el ambiente: ¿por qué no es de los nuestros si es como los nuestros? La sustantividad de Suárez, sin embargo, no dio opción entre todas las variantes ideológicas que un individuo se puede cruzar en la vida. El PP era, es y será su partido; y es la formación con la que hizo realidad un sueño: ser alcalde de su pueblo, de la Villa de Moya, para intentar mejorar la vida de sus vecinos.
Eso fue, lo de ser elegido regidor de su municipio, en 2011. Pero antes de que el pueblo de Moya hablara, Poli Suárez ejerció de diferentes cosas y muchas de ellas cuajaron fuera de la vida pública. Eso, tal vez, marca la impronta de alguien que tras terminar los estudios de BUP pasó de mero observador —como el que se sienta en un banco de la plaza del pueblo o se esconde detrás de un perfil en redes sociales para protestar por todo— a militante activo por una sola razón: para cambiar y mejorar las cosas. Porque antes de enrolarse en el PP, el consejero regional trabajó en una empresa de la construcción, fue empleado de una compañía dedicada a la importación y venta de plantas y estuvo en nómina de Dania Dévora —organizadora del Womad Canarias durante los últimos 30 años— para su productora DD Company.
Pacto con su padrino político
Con el Partido Popular, apadrinado por Isidro Galván, su primer cargo público fue el de concejal en el Ayuntamiento de Moya. Fue tras las elecciones de 2003, comicios en los que el candidato de la formación conservadora perdió la mayoría absoluta después de más de dos décadas al frente del gobierno en la villa. El Cabildo de Gran Canaria, como consejero —también en la oposición— en la lista encabezada por José Manuel Soria, fue la siguiente parada de Suárez que, tras ocho años en segunda línea, decidió que 2011 sería el momento de su gran oportunidad. Tras tomar el control del partido a nivel local, fue elegido alcalde de su pueblo.
La tarea no fue fácil. De entrada, al no alcanzar la mayoría en el pleno, se vio obligado a pactar. Eligió como compañero de viaje a Coalición Canaria. La aventura duró menos de un año: el tiempo que tardó Suárez en olerse que sus socios cocinaban una moción de censura para desalojarlo de la alcaldía. Ante una traición así, el líder del PP en Moya tiró de Maquiavelo. “La sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y en elegir el mal menor”, escribió el filósofo y diplomático del Renacimiento florentino y Suárez aplicó la enseñanza sin pestañear: pactó con Isidro Galván, su mentor y que pocos años antes había abandonado la formación popular acusando al actual consejero de Educación de trepa y traidor.
El alcalde más votado de España
Ante una encrucijada con dos caminos —puerta grande o enfermería—, Suárez se coronó. No solo fue capaz de solventar los desafíos generados por las bajas pasiones políticas, si no que fue competente para una tarea más elevada: poner en marcha el Ayuntamiento de Moya, un consistorio que sobrevivía como podía entre facturas vencidas, la crisis provocada por el crac de 2008 y la sensación de ser el gran desconocido entre los municipios del norte de Gran Canaria.
Poli Suárez puso en órbita a Moya y los vecinos se lo reconocieron en las urnas: en cuatro años, lo que va de las elecciones de 2007 a las de 2011, pasó de recibir 1.895 votos (35,09 %) y sumar cinco concejales a obtener 3.417 sufragios (67,81 %) y doblar (10) el número de ediles. Fue, porcentualmente, el alcalde más votado de España y, de repente, todo el mundo quería salir en la foto junto a él. El éxito en las urnas, sin embargo, no condicionó su hoja de ruta.
Travesuras por San Antonio
En 2018 anunció que no repetiría como candidato a alcalde de Moya. Fue una decisión marcada por una idea clara: ocho años en el poder son suficientes —ha admitido, públicamente, que ese límite debería estar fijado por ley— para un persona que tiene como reto no convertir la política como modo de vida, pero que ya acumula 20 años en la rueda de lo público —“Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas”, palabra de Maquiavelo—.
Para ser feliz, a Poli Suárez le basta con estar en su pueblo, celebrar junto a su familia —su madre, Mela, a la que de pequeño, cuando todos en el pueblo lo conocían por algunas trastadas célebres, ya le advertía que algún día sería alcalde para poder lucir el bastón de mando en fiestas y procesiones y sus cinco hermanos—, que el calendario alcance un año bisiesto —porque eso significa que ese verano toca Juegos Olímpicos, su cita de ocio preferida—, disfrutar de la Semana Santa y sentarse en la mesa ante un plato —en cualquiera de sus variedades— de arroz.
De eso disfruta Poli Suárez. De todo eso, que no es poco, y del pequeño gustazo que se dio al tañer las campanas de la iglesia de Moya durante unas fiestas de San Antonio. Lo hizo ya como alcalde, pero sirvió para saldar una travesura pendiente de la infancia con los amigos más fieles. Ese día sonaron “más rápido, más alto, más fuerte”, justo como invoca el lema olímpico que Pierre de Coubertin tomó prestado de Henri Didon.