Cuentan, los que lo conocen bien, que cuando este estribillo suena acompañado de los acordes de Canción a Mayo a Manuel Domínguez se le desbocan las emociones: piel de gallina, lágrimas en los ojos, pulsaciones aceleradas… Es en Los Realejos, motivo principal de esa copla, donde todo tiene sentido para el actual vicepresidente y consejero de Economía del Gobierno de Canarias: el regreso con sus padres al terruño tras años de prosperidad en Venezuela, la infancia, los primeros juegos, el sueño de ser futbolista junto a su hermano, la adolescencia, los primeros amores, las fiestas de las Cruces y los Fuegos, enfocar los estudios hacia la administración empresarial y el marketing —que luego desarrolló en Madrid—, las primeras experiencias laborales en el regreso a Tenerife, la formación de su propia familia y, como no, el salto a la política con vocación de servicio hacia sus vecinos.
Durante 11 años, Domínguez fue el alcalde de Los Realejos. Ejerció como tal dentro de los límites del municipio, donde arrasó cada vez que tocaba pasar por las urnas —hazaña cuanto menos singular en un paraje donde antes el Partido Popular (PP) jamás se había comido un rosco—. En 2011 alcanzó la mayoría absoluta tras obtener 10.517 votos —11 concejales—. Un mandato después, mejoró esos números: 12.567 sufragios y 14 ediles, datos que acabaron triturados en las elecciones locales de 2019, cuando llegó a las 15 actas después de amasar 13.503 papeletas. Durante esos 11 años, Domínguez también fue el alcalde de Los Realejos más allá de los límites de su propio municipio. Parecía que su reinado en el norte de Tenerife no tenía fin. Nada más lejos de la realidad. Entre sus planes siempre ha estado construir Canarias con una manera muy particular —si tenemos en cuenta el momento que vivimos— de hacer política: con cierta alergia a los focos, empeñado en poner siempre en el centro al ciudadano.
Reuniones con los vecinos
Como alcalde, durante esa década —y algo más— de mandato, todas las semanas reservaba un día para recibir a los vecinos de Los Realejos. En su despacho del ayuntamiento, durante todo ese tiempo, escuchó sin necesidad de intermediarios, sin dejarse atrapar en los universos paralelos que algunos medios o redes sociales dibujan, la existencia diaria de miles de canarios. No hay mejor termómetro que ese para conocer la realidad del Archipiélago, ya sean agricultores, autónomos, ganadores, hosteleros o emprendedores los que están enfrente. Sus problemas, sus inquietudes, sus sueños, sus miedos, son los mismos en un pequeño pueblo o en una de las capitales de las Islas.
Sin un sólo borrón judicial en su hoja de servicios —excepción a tener en cuenta dentro de la política municipal canaria tras tantos años al frente de un ayuntamiento—, Domínguez representa la regeneración del PP en Canarias, transformación para la que la formación conservadora ha movido el eje gravitacional para cerrar definitivamente el virreinato de José Manuel Soria: de Gran Canaria ha dado el salto a Tenerife, donde el vicepresidente del Ejecutivo autonómico se ha rodeado de gente leal e intachable cuando le ha tocado gestionar alguna administración pública —Emilio Navarro, alcalde de Santiago del Teide, y Lope Afonso, vicepresidente del Cabildo de Tenerife—.
Hombre familiar
Esa renovación del Partido Popular de las Islas caló en el electorado. En los últimos comicios autonómicos, celebrados el pasado 28 de mayo, la formación conservadora, ya con Manuel Domínguez como candidato a la presidencia del Gobierno de Canarias, fue la que mejoró de manera más evidente sus resultados respecto al paso por las urnas de 2019: pasó de 11 a 15 diputados en el Parlamento regional y en el porcentaje de votos subió en las dos circunscripciones —un 4,2 % en las insulares y un 5,7 % en la autonómica (donde Domínguez incluso tuvo más apoyos que Fernando Clavijo)—. Pero más allá de esos números, la cita electoral permitió al PP volver al Ejecutivo autonómico, terreno que no pisaba desde 2010, con la presencia de Mariano Hernández Zapata, Jessica de León, Poli Suárez, Matilde Asián y el propio Domínguez en el Consejo de Goberino canario.
Comprensible, muy cercano, amigo de sus amigos, los primeros meses como miembro del Gobierno de Canarias le han generado un solo disgusto serio a Domínguez: la insularidad le obliga a pasar hasta tres y cuatro noches a la semana fuera de su hogar, un detalle enrevesado para una persona que se declara muy familiar y que disfruta —por encima de todo— de la compañía de sus tres hijos. Es en su casa donde, si sus compromisos le otorgan una tregua, intenta gozar de pequeños placeres, como seguir la trama de la serie Sucesor Designado (Netflix), la lectura —entre sus libros favoritos destaca El último mohicano—, cocinar arepas —aunque su plato favorito es el pasticho (ambos ligados al paso de sus padres por Venezuela)— o ver algún partido de fútbol.
A bailar
Detrás de su imagen de tipo formal, Domínguez tiene dos debilidades: las galletas de mantequilla danesas —esas que se sirven en cajas que luego acaban convertidas en costureros llenos de agujas, hilos, dedales y demás abalorios— y la música. Aunque el vicepresidente regional siempre confiesa que su canción favorita es Pájaros de barro, de Manolo García, si lo quieren ver moviendo el esqueleto prueben con Carmen, se me perdió la cadenita, la cumbia de Lucho Argaín que en los últimos años se hizo célebre de la mano de Sonora Dinamita, y un clásico de la salsa: Llorarás, de Óscar D’León.