Amaneció Las Palmas de Gran Canaria este martes con el cielo nublado, sin duda se perfilaba como un día triste o quizás era simplemente el presagio de que una de las mentes políticas más privilegiadas de los últimos años de la historia de Canarias nos iba a decir adiós. A las 9:45 de la mañana, Jerónimo Saavedra le comentó a unos sobrinos que se encontraba mal. “Llamen al médico”, acertó a decir. No estaba solo en su domicilio de la calle Luis Millares, sus familiares siempre fueron y siguen siendo unos incondicionales de su tío Jerónimo. Las ambulancias no tardaron en llegar al barrio de Vegueta, pero nada pudieron hacer por él.
“Así es la vida”, exclamó una de las personas más cercanas al ilustrado y político grancanario que deja una sombra difícil de igualar. “Se fue tranquilo”, resaltó.
Lágrimas
En cuestión de minutos la noticia se hizo viral, demasiado rápido para ser verdad. Sin apenas tiempo para digerirlo empezaron a llegar a la casa más familiares y sobre todo amigos y amigas con lágrimas en los ojos y contrariados, muy contrariados por la muerte de Saavedra.
Cuando apenas pasaban las 11 de la mañana aparecieron los medios de comunicación en la puerta del domicilio del que un día fue presidente del Gobierno de Canarias, ministro, alcalde de Las Palmas de Gran Canaria y diputado del Común, pero este martes nadie quería una foto, ni una imagen fuera de lugar. El respeto por la figura de Jerónimo Saavedra era mayúsculo.
A las doce y veinte llegaba el furgón funerario que se llevaría a Saavedra por última vez de su casa y veinte minutos más tarde, ya en el interior del vehículo, inició ese viaje de no retorno. “Ahora toca recordar los buenos momentos vividos con él”, suspiró uno de sus más leales amigos. “Era muy divertido”, confesó antes de caminar calle abajo.