Caos circulatorio, colapso en La Isleta, improvisación continua, resbalones en el escenario, reventa para espectáculos gratuitos, vecinos molestos, murgas enfadadas, vandalismo, poca gente en la calle, bomberos que no pueden atender incendios por estar atrapados en un plan de emergencias absurdo y encabronamiento general. Así se podría resumir el Carnaval de 2024 en Las Palmas de Gran Canaria, una fiesta que el ayuntamiento ha intentado impulsar con cuatro millones de presupuesto y a la que, visto lo visto, ha tirado un par de paladas más de tierra encima para acabar de enterrarla.
Cierto es que el problema no es nuevo, que se arrastra desde varios lustros por la soberbia de muchos políticos. Pero ni este gobierno municipal —ni los anteriores— han dado con la tecla para resucitar una fiesta que nació como celebración popular y ha mutado en disparate municipal. La concejala Inmaculada Medina (PSOE) debería meditar en los próximos días si está capacitada para sacar esto adelante. A la espera de su decisión —o de la alcaldesa Carolina Darias—, sólo quedan dos opciones: quedarse en casa viendo una serie o darse un salto hasta Santa Cruz de Tenerife para disfrutar de un Carnaval en la calle de verdad.