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Las Palmas

Los solares del olvido

La ciudad es un ser vivo que cambia todo el tiempo

2 minutos

Los solares del olvido. / ATLÁNTICO HOY

Hay vidas trazadas en los colores de los solares abandonados. Dibujos de escaleras, ecos de voces y una novela que alguien tiene que escribir donde ya no queda casi nada, sólo un hueco de sombras en medio de la calle.

El solar que cuento está en la calle Matías Padrón de Las Palmas de Gran Canaria e imagino que en un par de meses será un nuevo edificio que no tendrá nada que ver con las casas terreras que cada día van desapareciendo ante la especulación, siempre interminable, de un suelo que cada día tiene más viviendas vacacionales que casas en las que se escriba la vida de la gente que no está de paso. 

Todo es azar en un trazado urbano que nadie planteó desde el comienzo. Las casas se fueron sembrando en cualquier parte y, poco a poco, nacieron barrios, calles y pocos parques y pocas plazas, porque los parques y las plazas no se venden, ni se rentabilizan como un aparcamiento o como los pisos en los que nos hipotecan encajonándonos casi sin que nos demos cuenta.

Nada se salva de la caída y del olvido, y cada dos por tres encontramos un solar, una casa que se viene abajo, todas esas historias anónimas de los que se fueron y de los que aún no saben que terminarán viviendo en ese espacio que ya no es más que un tránsito entre paredes que nacen y desaparecen como estaciones de paso.

Uno imagina a niños que hoy serán ancianos correteando entre los pasillos de ese solar cuando no era solar sino un espacio con habitaciones amuebladas, cocinas que olían a potaje y azoteas con palomares que buscarían horizontes más allá de alguna de las playas que ya no están entre Las Alcaravaneras y San Telmo. Las ciudades no son ciudades hasta que no llegan los humanos, y en ese azar se escribe luego la vida de la gente que va llegando y partiendo. Cualquiera de las plazas o de las esquinas pudo ser el comienzo de un amor inolvidable, el cruce de miradas de quienes iban y venían sin saber lo que les estaba esperando. Nosotros, casi siempre, pasamos de largo y, si acaso, nos vamos deteniendo donde vivimos un día o donde ya sabemos que vamos a vivir mañana. Cuando viajas lejos y regresas, a veces no están esos espacios que fueron nuestros y que ya sólo habitan en nuestra memoria. Y, a medida que sumas años, hay más ciudades habitadas en el recuerdo que en los recorridos diarios por aceras en las que cada vez reconocemos menos fachadas y menos semblantes. 

La ciudad es un ser vivo que cambia todo el tiempo, y uno, cuando camina por ella, va reconociendo lo que nace y también las cicatrices y las heridas abiertas de lo que ya no existe, y un solar es siempre una herida abierta en una calle habitada. No tarda en cicatrizar, casi siempre sin atender a la belleza de quienes sí fueron construyendo sus casas con un sentido más estético o más cercano, con maceteros y flores en las ventanas o con la viveza de esos colores que todavía reconocemos en muchas construcciones de los años cuarenta o cincuenta del siglo pasado en La Isleta, Guanarteme o Arenales. Este solar será el espacio de nuevas biografías que seguirán escribiendo la vida de la ciudad y de este tiempo. Nosotros también tenemos un poco de calle bifronte por donde quiera que vamos pasando. Miramos hacia atrás y hacia delante, hacia el pasado que ya transitamos y hacia ese futuro que seguirá levantando casas y horizontes nuevos en las ciudades que recorremos a diario. Nos construimos por dentro y por fuera, y así caminamos, urbanitas y soñadores de paraísos de andar por casa.

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