La autoestima empieza casi siempre por la presencia, por el cuidado de nosotros mismos, por el esfuerzo de estar más o menos sanos, y, por supuesto, por la limpieza. La de una ciudad también se puede comparar con la de un ser humano. Cuando llegas a un lugar, lo primero que te llama la atención es la suciedad o limpieza de sus calles, el cuidado de sus monumentos o la seguridad. Si nos fijáramos en eso, Las Palmas de Gran Canaria es hoy una ciudad con la autoestima por los suelos, dejada, sucia, a muchas horas insegura por la inexistencia de vigilancia, y con unos ciudadanos que se mueven entre la pena de ver lo que fue un día un reclamo turístico con el que soñaba media Europa y lo que se siente cuando ese espacio que se habita se deteriora sin que nadie haga nada por evitarlo.
No es de hace dos días este desastre. Se viene gestando hace mucho tiempo. También influye la indolencia ciudadana y su comportamiento incívico en muchos lugares, pero todo eso se resumiría en la caída de la educación y de la cultura, y en una crisis económica que nunca termina. También en la limpieza, como en la economía, la caída ha sido constante desde 2008, e incluso desde más atrás. El dinero falta en todos lados, en las casas y en las instituciones, pero cuando llega no se puede malgastar en metroguaguas sin sentido, en carnavales de dos semanas y en voladores en cada calle o cada barrio de la ciudad que celebra alguna fiesta. Nadie ha gobernado pensando en el mañana, y el mañana ya está aquí, lo tenemos en el pegoste que nos llevamos en los zapatos, en el mal olor de calles que no baldean en semanas y en las caras de unos ciudadanos que no merecen, después de un día de trabajo, encontrarse con toda esa cochambre que han de limpiar quienes tienen responsabilidades para ello. Ya luego, cada cual, limpia su casa, y en algunos casos, como llevo viendo en Vegueta, en San José, en San Juan, en San Cristóbal o en Triana, ya la gente está empezando a baldear y a tratar de limpiar, como hace años, su parte de acera, pero por más que se haga no da para limpiar las plazas o las grandes avenidas.
También hay un problema con la drogadicción. No lo queremos ver, pero cada vez hay más gente enganchada pidiendo por las calles. Si te sientas en una terraza lo podrás comprobar en unos minutos. Y hay más pobreza, más personas en los comedores sociales, y los inmigrantes que llegan se van quedando en las playas y en la calle porque fallan los servicios sociales; pero en este caso fallan casi todas las instituciones, fallan ahora, y llevan fallando hace años, y esa descoordinación la paga la gran ciudad en la que no se encuentra una mano amiga o una institución que ayude a quienes se quedan a la intemperie y ven que no hay puerta de salida por ninguna parte.
No es un buen momento para que Las Palmas de Gran Canaria se mire en un espejo, pero lo más que me preocupa es la indolencia, el tancredismo y, sobre todo, la soberbia de quienes tendrían que reconocer su deterioro, tomar medidas urgentes y pedir un consenso político y ciudadano para buscar alguna salida y recuperar la autoestima perdida en todos estos años. A veces solo te queda mirar hacia el mar o mirar al cielo para seguir encontrando la belleza, o confiar en serafines como el de algunas de las casas de la zona de Triana, para que Las Palmas de Gran Canaria no se termine convirtiendo en una ciudad cada vez más inhabitable, sucia e insegura. Barrio a barrio, calle a calle, lo están consiguiendo.