Mándame una foto. De lo que estás haciendo ahora. Sácame una de los guantes de arena negra y jedionda pero no pasa nada de tus manos, de tu boca rebosada del sandwich de nocilla que te hiciste porque estabas triste y querías que algo te recordara a otros guantes de arena jedionda pero sí pasaba tu madre persiguiéndote no te la vayas a meter en la boca y el sandwich crujiendo como cuando, a escondidas, lo hiciste: pásame una foto de tu escritorio botado, de tus rodillas enrojecidas de apoyar los codos en ellas para pensar mejor en el váter, de tu camino hacia la guagua preferido, el árbol que huele bien, la camisa horrorosa que estás mirando en el Bershka, el enguarramiento que se te quedó en los vaqueros por culpa del eyeliner y a ver cuándo me enseñas a hacérmelo bien y estaba pensando en ti justo en este segundo y mándame una foto de algo que yo, si no me quisieras, no habría visto jamás.
Siento necesidad, a veces, de esto. No es solo una necesidad de saber qué hacen. Dónde andan, qué ven, cacho de bastas. Es querer palpar la experiencia. Jincarle un colmillo y que el goteo sobre la lengua, toda erizada y consciente del erizamiento, sea real: ahora estoy escribiendo esto con el pijama manchado de harina y las personas a las que quiero tienen calor o frío, se rascan o no se rascan la punta de la nariz, huelen o no huelen ambientadores que no puedo entender y que, por ello, imagino; las fotos enviadas por whatsapp me ayudan a volver a sentir ese desbordamiento de cuando descubrí que las personas a las que conozco existen con la misma solidez que yo. Que nunca podré, sin embargo, verlas desde dentro.
Para eso está el lenguaje, me parece: solapar lo insolapable. Grapar, artificiar, construir tongas con legos que, precisamente por ser insuficientes, bastan: yo no puedo estar contigo cuando vuelves del Mercadona con esa tableta de chocolate del de Lacasitos en la mano, pero tú puedes querer mostrármelo. No estoy tú entonces. Pero estoy yo entonces. Y.
Eso me pasa con el BeReal.
Algunas de mis amigas y yo estamos enganchadísimas. BeReal es una red social que suelta, una vez al día y de forma aleatoria, una notificación: desde que hagas clic en ella, tienes dos minutos para sacar una foto a través de las dos cámaras del móvil (tú y lo que te enmarca: estoy yo y estoy tú) y mostrar lo que estás haciendo. No hay likes, solo comentarios, y yo solo tengo agregadas a personas que me caen excepcionalmente bien: unas cuantas amigas, unos cuantos lenguajes tensos para lograr algo que cómo se va a poder.
Algo: convertir uno de nuestros segundos en solitario en una maraña de segundos en solitario que crean un segundo juntas; pasear por lo que hace un momento era solo un uf, qué botada estoy, no quiero salir esta tarde y convertirlo en un hola, qué pasa; reconocer desde dentro las vidas de las personas que nos importan, no vernos forzadas a ser solo un cuerpo que se elabora para darse a conocer sino también un cuerpo que intenta dejarse experimentar.
Si estamos enganchadísimas al BeReal, es porque mirarnos también es cuidarnos. Interesarnos por la lámpara esa que brilla ahí detrás y por cómo te está saliendo el texto y armar día a día una rutina ajena que, solo contada, no se entendería: las fotos enviadas por whatsapp, las fotos del BeReal, son cuidados. De quien se comparte. De quien recibe y genera un circuito. A mí me había parecido siempre que había ciertos momentos de la vida que no existían en realidad, estar asquerosa en mi casa jugando a la play y rascándome el pelo y percibirme como un cuerpo que debe prepararse para el encuentro y que fuera de él no merece ser percibido: los qué haces, manda fotoo <3 unen todas mis partes. Me hacen creer en mi relato. No forzarme a encajar en lo que hay que contar de una sino exprimir mis recursos hasta fabricar la forma de contar lo que debe poderse contar de una.
Prestarnos atención. Supongo. Abrirnos para recibir lo que las otras son y no solo lo que se supone que las otras deben ser. Atesorar la intimidad, comentarla (jajaj muchacha ni qué poco bueno te está quedando el potaje) y ayudarnos a entender nuestras existencias como recorridos completos, el amor como algo que está y no como algo que merecemos, no como algo para lo que debemos estar visibles, no como algo que nace y renace cuando decimos lo correcto: mándame fotito; ya salió el BeReal; estás segura conmigo, tía.