A veces pienso en Balbina, mi madre, y en la paz que habría sentido si supiera lo que yo sé ahora. Me refiero a los más de 50 años que ella sobrevivió a José, mi padre, sin saber si había muerto o seguía vivo, sin saber si se había marchado en aquel barco francés que se inventaron para mortificarla; si estaría bien, si pasaba frío… A veces es peor no saber, aunque la verdad sea tan dura como fue la nuestra, la de mi familia y la de otras que tuvieron la misma suerte. La de tantos demócratas que sufrieron todo tipo de calamidades solo por mantenerse leales a la República. Ya sé que fue hace mucho tiempo, pero imagina que hubiera sido tu padre el que desapareció sin dejar rastro.
Me tocó pertenecer a “los comunistas de Las Chorreras”, según me dijo un día don Francisco Hidalgo, —al que en Arucas llamaban el cura chico— con un tono muy alejado de lo que llaman compasión cristiana. Yo era una niña roja y pobre —esto último me quedó muy claro en el colegio de las monjas donde separaban a las niñas según la clase social de sus familias—, y no tenía padre. Yo me preguntaba y por qué yo no tengo padre.
Con los años fui comprendiendo cosas y haciendo más preguntas. Tardé, pero al fin supe la razón de que mi madre, mi tía Josefa y otras mujeres de Arucas pararan siempre junto al pozo de Montaña Blanca —conocido como Llano de las Brujas—, cuando pasábamos camino de Las Palmas para ir al médico o para hacer cualquier otro recado. Mi madre siempre me hacía esperar unos metros más allá, mientras ella y las otras mujeres se asomaban a la boca del pozo. Una vez vi que tiraban flores y me acerqué.
Esas caminatas a la capital tenían como objetivo llevarnos a la Cruz Roja para que nos miraran por la pantalla porque había mucha tuberculosis. Debieron ocurrir hacia 1942, lo sé porque yo tenía 5 o 6 años. Hasta 2018, varias décadas después, no resolvimos el enigma: la duda que había carcomido a mi familia desde el 19 de marzo de 1937: ¿dónde estaba José?
José Sosa Déniz, latonero y socialista, mi padre, fue uno de los hombres apresados en sus casas por falangistas en Gran Canaria en la madrugada del 19 de marzo de 1937, el Día del padre. Por este motivo elegimos la fecha del 19 de marzo para nuestro homenaje anual junto al pozo del puente de Arucas, que es otro de los lugares que queremos excavar porque hay indicios —fuentes orales— de que también fue utilizado para hacer desaparecer a demócratas, igual que en Llano de Las Brujas y en el de Tenoya, los dos que ya hemos abierto.
La madrugada del Día del Padre de 1937 entraron en nuestra casa y se llevaron a José. No se volvió a saber de él hasta 2018, ¡en el siguiente siglo! Yo tenía 40 días de nacida cuando aquellos hombres entraron en nuestro hogar de malas maneras. Nunca lo conocí, pero siempre lo eché de menos. Siempre me faltó mi padre.
Nos fuimos haciendo mayores. Antonio y yo nos casamos, nacieron nuestros hijos, Tony, Rita y Alejandro, y la vida fue pasando, pero siempre con la pregunta en la cabeza, siempre con la duda, siempre con la amargura de la injusticia, del crimen impune.
La publicación del libro Isleta-Puerto de La Luz. Campos de Concentración de Juan Medina Sanabria en 2002 fue un aldabonazo. Juan publicaba las primeras listas de desaparecidos en Gran Canaria. Aunque mi prima Balbina y yo ya buscábamos desde tiempo antes los pozos —se nos rompió algún zapato de tanto andar por las laderas—, la publicación de este trabajo fue muy importante.
Cuando llegó la democracia me presenté en las listas del PSOE en el Ayuntamiento de Arucas y entré como concejala. Fue una de las primeras corporaciones y todavía quedaba mucho resabio franquista. En 1987 un día me levanté en un pleno y dije que había que abrir los pozos para sacar a los desaparecidos, se hizo un silencio...
En 2003 constituimos la Asociación por la Memoria Histórica de Arucas. Había muchos frentes que tocar: las familias, las instituciones, los medios de comunicación. Ya no estábamos tan solas. Pronto sentimos el apoyo de muchas personas, fue muy importante el de historiadores como Sergio Millares, arqueólogos como Xavi Velasco o Martha Alamón o el del genetista José Pestano. Los técnicos municipales de Arucas Antonio Jiménez y Alicia Hernández fueron piezas clave para nuestra investigación. Siempre la vivieron como propia.
También contamos pronto con el interés de los medios de comunicación. Eso nos permitió llegar a más gente, nuestra obsesión desde el primer momento fue llegar a las familias de los desaparecidos de Gran Canaria. Aunque habían pasado varias décadas y Franco estaba bien muerto, todavía encontrábamos resistencia a nuestro propósito de averigüar la verdad. Había mucho miedo, hoy todavía lo hay, pero entonces había mucho más.
También fue muy importante nuestra relación con otras asociaciones de memoria histórica de otros puntos de España. A Madrid hemos ido muchas veces. En 2006 para presentar la denuncia ante la Audiencia Nacional por las desapariciones de Arucas, como hicieron otras asociaciones. En total se presentaron 22 denuncias, pero aquello no terminó bien. Baltasar Garzón, el juez que quiso investigar las desapariciones, acabó siendo juzgado en el Tribunal Supremo. Y yo, quién me lo iba a decir, acabé testificando a su favor. Una frase que dije en el Supremo se convirtió en el título de una obra de teatro que recreaba el juicio. Yo dije que nos habían quitado el pan y la sal al llevarse a mi padre, y la obra que se representaría en el Teatro Español de Madrid se tituló El pan y la sal. Me invitaron al estreno y claro que fui. El actor Alberto San Juan fue el principal impulsor, pero colaboraron muchos actores y actrices, hasta Nuria Espert.
Cuando miro atrás y repaso los últimos 20 años de mi vida, los que tiene la asociación, me pregunto de dónde sacamos las fuerzas, porque el camino que hemos recorrido es enorme. Cuando empezamos a hacer preguntas y buscando información, muchos nos pusieron la zancadilla. Nos decían que no revolviéramos y yo les contestaba: “No estoy revolviendo, estoy buscando a mi padre”.
No era fácil plantear nuestras reivindicaciones, sufrimos muchos desaires y portazos. Pero también recibimos el apoyo de muchas personas.
El primer político que nos ayudó fue Adán Martín (presidente de Canarias entre 2003 y 2007). Él fue el primero en creer en nosotras, el que nos dio el dinero para abrir el primer pozo, el de Llano de Las Brujas, donde los arqueólogos encontraron los restos de 24 hombres arrancados de sus casas 80 años antes.
La foto del fondo del pozo con los esqueletos en la misma posición en la que cayeron en 1937 dio la vuelta al país. Recuerdo perfectamente aquel día, organizamos una rueda de prensa junto al pozo para informar de los hallazgos y vinieron todos los medios de comunicación. Era la prueba de que no estábamos locas. Teníamos razón.
Después de Llano de Las Brujas, en 2013, esta vez con el apoyo del Cabildo de Gran Canaria, abrimos el pozo de Tenoya, donde encontramos los restos de 14 cuerpos. Uno era el de mi padre.
Si mi madre pudiera verme ahora, no solo sabría que hemos encontrado a José, también que ahora doy charlas en los institutos, y que en uno de ellos, el de San Mateo, han hecho una obra de teatro sobre la historia de mi vida. Fue muy bonita, lloramos mucho todos.
Yo solo quiero que no olvidemos lo que sucedió, recuperar a los demócratas que aún siguen desaparecidos en los pozos y en la sima de Jinámar y que la verdad se estudie en los libros de texto para que no vuelva a pasar.