En honor de una afición entregada, implacable y comprometida. Miles de corazones isleños que alientan, escuchan el dolor y comparten el sufrimiento, con el mérito incontestable de transmitir ese legado de generación en generación; una polinización arraigada y admirable del fútbol canarión, un lenguaje de sentimientos y fuertes emociones acerca de la historia, los colores y valores del Club.
La preciada grada amarilla, guardianes férreos y leales de la insignia, que dibujan el norte con firmeza y gratitud; educadores involuntarios, emancipados de cualquier temor, que están a las duras y a las maduras, además de persistir estoicos en las flaquezas y pervivir inmutables en las derrotas.
El día del partido; frenesí. Ríos de fieles caminan hacia el coliseo amarillo atrapados por una ilusión y marcados por un estilo de vida. Sin intención ni premeditación, pero sin atisbo de duda, un activo intangible e impagable, con el único deseo de arrimar el hombro y servir de sustento. En definitiva, una afición sobresaliente, componente imprescindible en la ecuación del éxito futbolero grancanario y provista siempre, de una mochila inagotable de pasión, entusiasmo y vítores.
Valentía y sacrificio
El riel amarillo: constancia, integridad y ahínco. El futbolista canarión nace, pero también se hace, con dedicación, esfuerzo, salitre y gofio; sin necesidad de pedigrí o apellido de renombre, pero con una cláusula perpetua de valentía y sacrificio.
Entrega incondicional, perseverancia y respeto: volver victorioso con el escudo o derrotado sobre él, mas con la premisa de haberse dejado la piel en el césped y la virtud de nunca rendirse.
32.392 asientos azules y amarillos, rebosantes de pura serotonina; el Estadio de Gran Canaria, epicentro de momentos mágicos, cuna de deportistas gloriosos y morada de un valeroso equipo de la Primera División de España.