Agoney Melián, presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Tenerife.

Opinión

A pleno pulmón

Presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Canarias

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La vida nos pone a prueba, y tanto que lo hace. Los últimos meses han sido desafiantes, y a pesar de haber estado firme en mis convicciones, cuando tienes tantos frentes abiertos, y casi sin darte cuenta, te vas quedando sin aire.

Tú, que no te achicas ante las adversidades, no haces mucho caso a la carne viva que te dejan las circunstancias complejas de la vida; y tiras de recursos interiorizados, como la autoayuda y la disciplina, para seguir “palante” haciendo lo imposible porque no se te noten las heridas.

No importa si es el trabajo, la pérdida de un ser querido, los vaivenes amorosos, o la angustia de que no salgan las cosas como uno espera. Seguro que, al leerme, te has sentido identificado con alguna adversidad, y así pasan los días con una nebulosa que te va despistando de la realidad. Pierdes el foco, y aunque pones tu mejor sonrisa, cada paso que das duele en el alma, porque no paraste a llorar lo suficiente, a abrazar lo suficiente, a sanar.

Un día te levantas y, frente al espejo, ves a un completo desconocido, que ha pillado unos kilos, producto de la comida basura que cada noche ha servido como dosis de dopamina para calmar el cortisol. Ves a alguien que no sonríe demasiado y que tiene el ceño fruncido de tanto enfado. Dejaste de cantar en la ducha porque estabas pensando en alguna de tus mierdas, pero sobre todo porque estás tan exhausto que solo te queda … un hilito de voz.

El sillón

Y te levantas cada mañana, y le das a la vida todo lo que puedes, pero mientras te engulle la agenda entre reuniones y actos. Tú no dejas de pensar en que sea el momento de irte a casa, no has hecho ni la mitad de las cosas que estás acostumbrado hacer, pero ya estás agotado. No has hecho la compra, por eso pides comida por ahí con la excusa de que no tienes nada, pero en el fondo, sabes que es mentira, que llegará mañana y que volverás a repetir el bucle.

Tu actitud es depresiva, y aunque mires a otro lado, lo sabes. Quieres mandarlo todo a la mierda, mudarte a una isla en medio del desierto y que nadie te hable. Sabes que no es la solución a nada, pero es lo que te apetece. Solo hay una cosa que te da la paz suficiente, que se convierte en el protagonista de tu vida y a quien miras con ojitos de deseo.

Solo hay un lugar favorito, donde nada ni nadie te puede hacer nada, ese lugar es … el sillón.

El mal menor

Y es que, como diría un amigo, he decidido vivir mi existencia en modo difícil, y cuando haces esto, te das cuenta de que la vida es una elección, de eso, que no te quepa duda.

¿Sabes cuando dices, de esta agua no beberé? Pues siguiendo el refranero español, si no quieres caldo, toma dos tazas. En los últimos tiempos he aprendido algo que quiero compartir con ustedes. Lo quiero compartir porque todo el mundo sabe lo que es bueno o es malo para ti o, mejor dicho, cree saberlo. Todo el mundo opina sin tener los pormenores, y a veces, te enfrentas a situaciones donde debes elegir haciendo un balance, cuál empresa, de ganancias y pérdidas.

Elegir cómo quieres vivir, a veces te rompe el corazón, te lo hace cachitos, y te deja noqueado. Entender que aquello que te hace la persona más feliz del mundo, te puede llevar a un agujero oscuro lleno de miedos e inseguridades, es afrontar los retos con raciocinio. Y seguro que algún gurú vendrá a decirme que la elección es fácil, pero en estos meses, he tenido que tomar decisiones que no son ni blanco ni negro, son grises claros y a veces, profundamente oscuros, llenos de atronadoras pesadillas y llantos mudos.

Lo que te quiero decir con esto, es que a veces tu felicidad lleva tormentas, y que no pasa nada. Que elegir es más complicado de lo que creemos y que no está mal si, después de madurarlo eliges que, para ser feliz, a veces es necesario… el mal menor.

Un toque de atención

Pero después de todo esto, después de meses de agravios, un domingo, en el silencio de mi casa, mi mente cabrona, empezó a susurrarme malas ideas. Empezó a contarme lo mal que hacía todo y lo poco que podría solucionar. Yo soy de mente fuerte, así que este diálogo ruidoso, que llegó a hacerme dudar, me dio miedo.

El silencio estaba lleno de gritos estridentes que no me dejaban ver con claridad, sentí tan poco control sobre lo que pasaba que entendí que las cosas no estaban bien. Ese domingo mi mente me dio, un toque de atención.

Bailando y cantando

Hace unas semanas, me di cuenta, preparando una de mis charlas, “La soledad del líder”, que estaba muy cansado. Que la ilusión que siempre había aflorado en mí estaba bajo mínimos, y decidí hacer un análisis de todo lo que
había vivido.

La muerte de mi padre, grandes cambios en las empresas, y mucha energía en construir mis relaciones personales, me habían dejado tocado, sin ánimos, con una desgana generalizada que no me estaba haciendo bien.

Me había puesto el casco de espartano, sin embargo, nada de lo que estaba haciendo, me estaba funcionando, ¿Cómo puede ser? A pesar de enfrentarme a cada día con optimismo, un enfado generalizado me invadía todo mi cuerpo. Y no lo digo en sentido figurado, el cortisol me había secuestrado la amígdala, me sentía hinchado, y la gente se apartaba cuando yo pasaba. Yo siempre he ido sonriendo por la calle, saludando, incluso a los desconocidos, así que… me saltaron todas las alarmas.

Después de dar mi charla, que compartiré con ustedes en forma de artículo, decidí que me tomaría unos días de descanso para cuidarme un poco, hablarme bien, y reenfocar. Era absolutamente necesario. Un paseo por el Teide con mis mejores amigas, conversaciones a corazón abierto con la gente que te da la mano en el camino, y un poco de descanso mental real, aplicando una gran dosis de compasión, me han venido muy bien para, poco a poco, querer volver engancharme a la vida.

Me sentía tan vacío, que me había supuesto un esfuerzo, incluso escribir estos artículos que tanto me gusta compartir contigo que me lees. No lo sabía, pero estaba faltándome el respeto por no cuidarme adecuadamente. Mientras escribo estas letras, sonrío. Sé que parar, ha sido lo correcto para empezar con tranquilidad a seguir haciendo de mi vida algo extraordinario.

Y sí, no voy de máquina, sé que todo en la vida es un proceso, y que tengo que volver poco a poco. Cómo siempre digo a mi gente, un día a la vez. Hace poco, escuchaba a una chica cantar una de sus canciones favoritas. Me sorprendió porque le brillaban los ojos, guardé aquella imagen en mi retina porque pensé, ¿no debería ser esto la vida? A partir de mañana, seguiré adelante y lo haré bailando, me da igual que sea bajo la lluvia. Saldré de mi casa sonriendo, buscando la mirada cómplice de la gente para decirle ¡Hola!

Mañana, saldré de mi casa con la lección aprendida, con la idea de que cuando te falta el aire, no pasa nada por parar y recuperarte. No pasa por pedir ayuda y llorar desconsoladamente, dándote mimo cuando las circunstancias se convierten en el mal menor.

Yo, Agoney Melián, a partir de mañana elijo volver a la vida, y hacerlo con el pecho lleno de amor y de ilusión, cantando… como aquella chica de ojos alegres… a pleno pulmón.