Carmen Peña

Opinión

La pija y el kinki

Portavoz de Drago Tenerife

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Dos cosas me han pasado en las últimas semanas que hacen que mantenga intacta la fe en el pueblo canario ante la crisis migratoria. Hay otro montón más de ejemplos, como las vecinas de El Hierro, que demostrando una profunda comprensión y ternura ante el  fenómeno migratorio, se organizaron por WhatsApp para ir a los entierros de los fallecidos en los naufragios. Esta es la Canarias digna y solidaria que resiste, mi país. 

De verdad, me gustaría escribir de otras cosas, pero es tal la bajeza moral y política que están demostrando la mayoría de representantes públicos, medios de comunicación y medios de desinformación, y el contraste con la realidad es tan abrumador, que se me hace muy diíficil pasar de largo. Y no es porque yo crea que “la inmigración sea uno de mis principales problemas”, como dicen las encuestas de CIS; pero bueno, es lo que tiene haberse dedicado a engañar e intoxicar a la opinión pública para eludir los verdaderos problemas de Canarias. Nadie se hará responsable, pero ya te digo yo que los hay.  

Al lío, cuento lo que me pasó. Me monté en el Binter camino a la Península y, sin mucho prejuicio, pero para entendernos todos sociológicamente, la chica que iba sentada conmigo era bastante pija, una cayetana: pulserita de España, pendientes de perla, bolso de marca, miradita de arriba a abajo —y sigue tecleando su tablet—. Pija de manual. 

Cuando despegamos, me fijo que en su tablet que está viendo La ley del mar, una serie cuyo punto de partida es un barco pesquero del Mediterráneo que se encuentra con una patera y los tripulantes tienen que decidir si rescatan a los migrantes que están naufragando —aquí me paro; no hago más spoiler—. Según va pasando la serie, la chica se empieza a poner más incómoda, se revuelve un poco, va poniendo caras, se va tensando. Cuando la cosa se pone bien dramática, allí estaba la pobre acurrucada, encogida en ese asiento que ya es chico, sorbiendo los mocos con la mayor dignidad con la que alguien puede sorber los mocos en medio de un avión. La emoción la tenía cogida por el pecho y es obvio que, aunque fuera una ficción, le estaba doliendo el sufrimiento que estaban pasando esas personas migrantes intentando sobrevivir a su tránsito por el océano en condiciones muy precarias

Claro que sí mi niña, es normal que empatices, eso es lo humano. A nadie le gustaría verse en esa situación, es miserable tener que morir ahogado por culpa de las políticas en las fronteras. Toma un pañuelo y una sonrisa tímida. Claro que sí, en verdad tú sabes que no son monstruos que vienen a acabar con la civilización, ni van a acabar con el país, ni ninguna mentira de esas que cuentan todos los días, porque son exactamente eso, mentiras. El vídeo de WhatsApp de la pelea en nosedónde, la reyerta de nosequé, las ayudas de nosecuanto, son mentiras para manipular a la gente y buscar guerra entre los que son misma clase, clase obrera, el último contra el penúltimo. Esto, al poder, se le da de locos. Lo que no se nos está dando tanto es la resistencia colectiva al engaño —por eso está la ultraderecha en las instituciones—, y sí, es un problema de Canarias el avance del racismo. El problema no es la inmigración, son los racistas. 

La segunda. Vuelvo del Binter de la Península reventada. Cero ganas tenía de salir de casa y muchas de volver. Qué suerte la mía, poder hacerlo en avión sin tener que arriesgar mi vida, ¿no? Me plancho en el sillón esperando quedarme tiesa con la tele de fondo y empiezo a escuchar jaleo en el barrio. Me acerco a la ventana a juronear, —no me vayan a decir nada; acechar lo que pasa fuera desde el postigo es cultural—, y la escena que vi y escuché era para grabarla.

Supongo que algunos racistas peligrosos —porque están organizados— habían venido a molestar a la iglesia, porque en la parta alta hay un piso donde viven un par de pibes migrantes. Pero un vecino, sociológicamente bastante kinki por los tatuajes y el lenguaje verbal, estaba dignificando el barrio echándolos a grito pelado desde la ventana. Veinte minutos estuvo diciéndoles de todo, icónico. 

“Son ustedes los vienen aquí a buscar problemas, porque estos niños no dan problema alguno, hacen su trabajo, tienen valores, ¿sabes quién no tiene valores? Tú jodí* cobarde (inserta aquí todos los insultos que quieras) [...] panda de [...] no saben lo que es la calle, un barrio de verdad y si vienen a buscar problemas aquí los van a tener conmigo y un par más que llamo ahora, qué estás diciendo tú [...] ¿estos pibes? estos pibes son nuestros hermanos, hermanos marroquí, hermano saharaui, tú no sabes nada, nada de Canarias, aquí la gente sufre y lucha, los problemas que hay aquí están aquí de siempre, no los traen ellos, lo que pasa es que mucho honor, mucha valentía y vienen aquí a la iglesia a pegar a niños, verguenza tienen sus madres de ustedes, ustedes no son hombres sino [...] como baje los voy a [...] se van a enterar, aquí no vamos a permitir  a [...] arranquen ya pa'l carajo, coño, que me voy a terminar calentando y voy a bajar a sacarlos a palos de aquí, que aquí se respeta a todo el mundo, se respeta, esa es la ley a ver si aprendes, tú que estás diciendo [...] de qué a ver si me lo dices a la cara [...], eso eso, tira p'abajo, que yo me los vea irse basura que son, corre cobarde, salpica que me tienen hasta [...]” 

Se quedó a gusto él y el resto que lo escuchamos y aplaudimos cuando los racistas subiditos se montaron en su Polo tocado de motor y se fueron pal’ carajo. Claro que sí mi niño, elegiste hablar el idioma de la verdad, el de quien sabe que ni la inmigración ni los inmigrantes son el verdadero problema de Canarias. 

La pija y el kinki, en las antípodas de sus tribus sociales, me demostraron que Canarias sigue siendo el pueblo solidario y de acogida que ha sido siempre, que nuestra identidad está profundamente atravesada por las migraciones y que la gente lo sabe, lo entiende, no le son ajenas, no suponen una amenaza, ni hay peligros por ahí. Que tenemos suficiente altura de miras para no perder nuestra humanidad por el camino de esta crisis. La ultraderecha, su odio y su racismo, no tienen cabida en nuestra sociedad ni en nuestro Archipiélago, y hay que echarlos como agua sucia, de las instituciones primero. Esto lo tengo clarísimo. No se dejen engañar, confronten a los racistas, humanicen a las personas migrantes, no las criminalicen, cuiden su comunidad. Canarias va a salir adelante y va a salir con su pueblo siendo un ejemplo. Así lo demuestra día a día gracias a toda la gente digna.