Querida gente de colores, no se me asusten. Mi artículo de hoy no habla sobre el mundo eclesiástico, ni mucho menos. Hace unos días mantuve una conversación con un buen amigo, donde me decía que, al ver mis redes sociales se agotaba. Se refería a mi frenética actividad diaria. Me decía, en tono divertido, que él pensaba que yo no era de este planeta, que era un dios. Si él supiera.
Me preguntaba cómo lo hacía para estar siempre activo, y justo estas últimas semanas, que han sido tremendamente complicadas, decidí escribir este artículo para confesarme. Para compartir los pequeños gestos mundanos que me permiten hacer todas las cosas que hago para, si es que te sirve, aproveches algunos. Hoy te escribe mi parte más humana sin intención de sentar cátedra sobre ningún asunto. Solo voy a dejar que mi alma juguetee a través de mis dedos para que juntos podamos abrir un portal a ese universo supuestamente divino. Voy a darte mis llaves en forma de trucos, por si me quieres acompañar en el día a día, pues sin duda, mi mayor penitencia como hipotético dios, suele ser la soledad; y no porque no tenga gente que me quiera, de eso tengo a millares; hablo de la soledad en la comprensión, quizás una de las más difíciles de cubrir.
¿Dónde estás?
Imagina que vives todo el rato en tu cabeza, que se te corta la respiración con aquellas cosas que aún no han pasado porque es humano instalarse en la peor versión de los hechos. Esta era mi vida de antes, vivía de lleno atrapado en lo que tenía que hacer después, imaginando escenarios catastróficos que nunca llegarían y es que, en el momento de la historia en la que nos encontramos, no paro de ver a la gente viviendo simplemente con prisa.
Recuerdo perfectamente estas pasadas navidades, como las calles se llenaban de personas que iban sin rumbo y con cara de zombi, sin pararse a pensar un instante en lo que estaban haciendo y, sobre todo, sin darse cuenta de que ese momento vivido era único e irrepetible. Iban a toda leche porque estaban viviendo una vida posible y no una vida presente.
Supongo que lo habrás leído en mil libros, o quizás escuchado en un podcast, también puede que yo ya lo haya nombrado en alguno de mis artículos, pero cada mañana al despertar, cuando miras tu agenda inacabable, el cortisol te invade, te roba la sonrisa y te convierte en un ser menos productivo y audaz, sin contar que, el exceso de estrés, da lugar una enorme cantidad de enfermedades.
Qué fácil de decir, qué difícil de ejecutar. Uno de mis grandes secretos es degustar los momentos de cada día entendiendo que son una delicia, dejándome sorprender por cada persona, cada charla. No importa si se trata de trabajo o de mi vida personal, elijo estar ahí y poner de mi parte para disfrutarlo como un sibarita que le exige a la vida muchos momentos para recordar. De este modo, cada cita, cada hueco dentro de mi calendario, los colecciono como experiencias únicas.
Si algún día siento agobio y me pierdo en mis pensamientos, uso una pregunta para volver al lugar presente: Ago, ¿Dónde estás?
Los valores
Imagina que vives haciendo lo contrario a lo que piensas. Que te faltas todo el rato el respeto porque impostas una vida, que es la que consideras correcta sin reflexionar cuáles son tus valores. Puede que muchas veces nos sumerjamos en esta situación, y es normal. Nos han educado para obedecer sin pensar demasiado, y nuestra naturaleza, que nos lleva a intentar ser aceptados constantemente, hace que adquiramos comportamientos más propios del servilismo social que de un ser único, especial e independiente.
Los valores no son otra cosa que la coherencia entre lo que piensas, lo que dices y lo que haces, y esto, que a priori no debería de costarnos mucho hacer, se vuelve complejo ya que, actuar de la manera que consideras oportuna, puede penalizarte.
Les pongo un ejemplo, a mí me fascina ser una persona auténtica, mostrarme en mis redes libre, tal y como soy; escribir artículos, a corazón abierto, pensando en lo que creo que te puede venir mejor, aprovechando mi experiencia de vida. Esta elección puede que no a todo el mundo le parezca bien, e incluso, que en ocasiones me penalice, o no me haga ser tan aceptado como desearía. Sin embargo, no mostrarme así sería una traición a los años de esfuerzo y luchas internas y externas. Sería renunciar a mi valor sobre la autenticidad y vivir un poquito menos en paz por las noches, algo que no me puedo permitir.
Otro de mis grandes trucos es ser coherente, no faltarme el respeto y vivir con valores.
Vivir emocionado
Estaba sentando en aquel pequeño banco de Notting Hill, escuchando la historia de como los caribeños que llegaron a este. pintoresco barrio de Londres, quisieron expresar su cultura como medio para integrarse en la sociedad, enseñar sus costumbres y así mostrar su parte más humana.
Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos migrantes fueron a la capital de Gran Bretaña con el objetivo de encontrar un futuro mejor para sus hijos. Sin embargo, la búsqueda de un sueño, a veces se torna en una profunda pesadilla. No hay más que ver lo que está pasando en nuestras Islas.
La historia de como comenzó el Carnaval de Notting Hill me arrancó una lágrima, porque me gusta sumergirme en cada historia, cada lugar y cada momento con toda mi alma y mi corazón.
Cada mañana me despierto sonriendo, porque me gusta ver el amanecer, me recuerda que tengo suerte y que estoy vivo. Me gusta disfrutar de mi momento de deporte, de las risas desternillantes de mi gente del gimnasio y por supuesto, después de una ducha al ritmo de la música jazz, salgo a la aventura de mi agenda donde siempre encuentro a alguien maravilloso que me recarga con un abrazo.
Soy de los que le cuenta sus secretos a una taza de café, y busca conversación con cualquier extraño por el simple hecho de socializar.
Mucha gente puede pensar que estoy loco, y seguro que algún grado de locura tengo, pero si te sirve de algo, yo prefiero pensar que tengo la enorme suerte de vivir emocionado.
Palabra de un humano
Cuando mi amigo me dijo que pensaba que era de otro planeta, empecé a reflexionar sobre lo humano que soy y lo difícil que me resulta serlo.
Hace poco fui a una cena increíble llena de reflexiones profundas sobre la vida y las emociones. Todo era perfecto, la tertulia, la compañía, la liturgia del conocer. Un vino Godello bien frío, era testigo de la magia de aquel momento, único, intrépido e irrepetible.
Todo marchaba bien hasta que la conversación afloró una inmensa cantidad de miedos e inseguridades acumuladas en mi ser. No puede ser, pensé en aquel gélido instante, me sentí vacío en medio de un abismo, gritando en el más absoluto silencio pidiendo al universo, sin mucho éxito, que me rescatase de aquel momento triste.
Les cuento esto porque a veces siento que la gente no ve esa parte imperfecta de mí, la humana, esa llena de verdad, a veces alegre y muchas veces tristemente desoladora. Les cuento esto porque creo que es necesario que puedan permitirse no siempre estar bien y que nada pase por ello.
Cuando algo de esto me pasa, me retiro a una enorme torre de cristal que sobrepasa las nubes donde solo hay luz y calidez. Allí me gusta encontrarme conmigo mismo. Imagino el sonido de un pequeño y relajante hilo de agua cayendo por la fuente de un precioso patio, mientras dejo que las lágrimas rocen suavemente mis mejillas. La situación es graciosa porque pareciera que yo mismo me quisiera abrazar, sabiendo que el interior está en ruinas.
Supongo que ser verdad es una de las cosas que me ayudan a seguir en mi día a día, y aunque a veces me cueste verlo y serlo, esta preciosa fragilidad me ayuda a entender a los demás, me ayuda ser mejor persona.
Palabra de un dios
En una sociedad egoísta donde el yoísmo ha pasado a derrocar el concepto de lo común, se me hace más necesario que nunca acabar mis letras haciendo un llamamiento a la responsabilidad afectiva, al desarrollo de la escucha activa y a la empatía.
Recuerda que tus acciones tienen consecuencia, que la gente tiene su historia de vida, que la desconoces y que una inocente decisión, una palabra desafortunada, un gesto inapropiado, puede perforar, cual espada flamígera de Azrael, incluso, el alma de un dios.
El otro día, mientras mi amigo me hacía esta comparación, empecé a darle vueltas a la cabeza para poder compartir contigo mi secreto mejor guardado. Si algo me hace poder afrontar mi día a día con entusiasmo, es las ganas desmedidas que tengo de mejorar mi vida y la de los demás. Ojo, siempre desde la humildad y, como les decía al principio, sin intentar sentar cátedra sobre nada.
Me gusta tratar a los demás como les gusta que les traten. Me gustar mitigar sus miedos y ayudarles a cumplir sus sueños e ilusiones.
No hay nada tan satisfactorio como compartir tus ratitos con gente que vive feliz, por eso te pido que te portes bonito, porque seguro que esto te va a hacer sentir mejor.
Me despido, porque como ya saben mi agenda es apretada y seguro que ya llego tarde a algún sitio, pero no me quiero despedir sin darte las gracias por acompañarme en cada artículo.
Me despido, recordándote lo maravilloso que será encontrarte en ese equipo de los buenos. Disfruta de la vida abrazando y saca a los demás lo mejor de ellos mismos sin hacerles daño, y si lo haces recuerda, con pedir perdón no basta.
Hazme caso en esto que te digo jejeje, porque según mi amigo Juan este consejo es … la palabra de un dios.