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Opinión

Ya lo dijo Rodin

3 minutos

Las críticas del sector cultural han provocado que los responsables del Museo Rodin de París —una institución pública, recordemos— hayan optado por irse a la francesa de Santa Cruz de Tenerife. Se van sin decir adiós antes incluso de llegar. Duró tanto como un nanosegundo en el metaverso. Un comunicado del ayuntamiento de la capital tinerfeña, emitido a primera hora de la tarde de este martes, ha servido como epílogo de un vodevil por el que, durante los últimos meses y al son que marcaban casi 30 millones de euros —16 millones por las réplicas del escultor francés y 12,5 por la rehabilitación del edificio del Parque Viera y Clavijo—, se han asomado cargos públicos, políticos, profesionales de las artes y de la cultura, intermediarios, tasadores y demás fauna habitual en este tipo de negocios cuando los gastos se cubren con dinero público.

El asunto Rodin, entre tanto ruido amplificado por las elecciones locales que hay a la vuelta de la esquina, deja un solo magullado, solo uno, pero de consideración: la ciudad de Santa Cruz de Tenerife que, de repente, se ha visto salpicada de mierda hasta arriba a nivel nacional por un problema ajeno a la mayoría de sus vecinos y que, al final, después de tanto alboroto, se ha quedado sin ese proyecto. La foto fija que deja el caso es desoladora: la oferta cultural no está acorde con la capacidad y ni con el potencial de una capital como Santa Cruz —y todo el área metropolitana sobre la que tiene un impacto directo—.

Sería ejemplar que un capítulo tan grotesco como el asunto Rodin sirviera para que el gobierno del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife —y el resto de políticos que pululan por estas tierras ¿les suena Dreamland en Fuerteventura?)— aprendiese la lección: a estas alturas del partido, con tanto acceso a la información y a diferentes medios —más allá de la acorazada mediática particular—, no se puede aspirar a manejar una administración pública como si fuese un pequeño reino de taifa. Apostar por el Museo Rodin —artista genial, pero sin vinculación con la ciudad— era difícil de sostener, pero insistir a partir de una tasación del proyecto que genera más dudas que certezas, una tramitación del expediente cargada de claroscuros y un informe sobre el impacto económico con más encaje en el género de la ciencia ficción que en la escrupulosidad que debe imperar en un proceso público es hacerse trampas jugando al solitario.  

Al Museo Rodin también le faltó consenso. Es cierto que el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife lo convirtió por imperativo en la bandera de un ambicioso proyecto que va más allá del Parque Viera Clavijo —y que da forma a una red museística que incluye el Templo Masónico, el Palacio de Carta y el Círculo de Bellas Artes—. Eso, guste o no, con réplicas o sin réplicas de la obra Rodin en el horizonte o con un alcalde de Coalición Canaria o una alcaldesa del PSOE, es una apuesta firme por la cultura. 

Silencio general

Frente a este plan de ciudad, la respuesta del mundo de la cultura también se movió en márgenes categóricos. Cerca de 3.000 profesionales firmaron en su contra. Desconozco cuantas de estas posturas tan concluyentes se basan en principios ideológicos —insisto, las elecciones locales están a la vuelta de la esquina— o en intereses de pesebreros —las subvenciones públicas muchas veces marcan el camino—, pero repaso hemerotecas en busca de quejas previas sobre la oferta cultural de Santa Cruz de Tenerife y sólo encuentro silencio. Debe ser que la dan por buena y aumentar el número de museos y galerías, con todo lo que eso podría generar para artistas locales, se debe considerar un exceso entre los entendidos.

La Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna, además, tambien se plantó en una posición de rechazo frontal. Me resulta chocante esa postura después de tragarse años y años en los que Santa Cruz de Tenerife volcó buena parte de sus esfuerzos en convertirse en una capital diseñada por y para el consumismo, con referentes de la escena cultural cada vez más escuálidos y donde un centro comercial y unos grandes almacenes vecinos ejercen como tractor principal para las horas de ocio de la ciudad. Alguien, tal vez, debería repensar si repartir diplomas universitarios como quien despacha cabezas de ganado sirve para algo. 

A José Manuel Bermúdez, alcalde de Santa Cruz de Tenerife y precursor del proyecto personal, ya sólo le queda una posibilidad con el Museo Rodin: imaginar lo que pudo ser. Porque “nada es tan bello como las ruinas de una cosa bella”. Ya lo dijo Auguste Rodin