Ciertos insectos y reptiles tienen el superpoder de vivir varias vidas en una sola. Su metamorfosis les permite renacer y desprenderse de las ataduras del pasado y evolucionar para afrontar su futuro. Nosotros los seres humanos también tenemos ese superpoder.
Cambiar de vivienda es como desprenderse de la epidermis. Es desprenderse de nuestra primera barrera de protección frente a los elementos. Y solemos hacerlo más de una vez en nuestras vidas. A veces por motivos de trabajo, en otras ocasiones es para compartir piel o incluso podemos comprar, vender y alquilar una nueva.
Para los seres humanos es un proceso ajetreado, altamente sentimental y que conlleva una pérdida de confort durante el proceso de muda, ya que, al avanzar en nuestra metamorfosis hacia un espacio nuevo que nos envuelve, el olor de la antigua piel aún nos impregna. El proceso de búsqueda es también intenso y difícil. Hay demasiadas personas que buscan encajar en talla y forma y aquí prima la ley del más rápido. ¡Las buenas pieles vuelan!
Previo a mudarnos de piel, podemos probar qué nos cuentan sus rincones, qué tal deja pasar la luz, sus calidades en materiales y obviamente conocer el precio que conlleva mudarse. Podemos imaginar viviendo y customizando sus texturas, colores y añadiendo nuevos tatuajes o complementos para que la nueva piel se sienta más propia. Pero no deja de ser la piel de otro. Pude picar más o menos, ser más o menos calurosa en verano, con sus defectos, marcas de nacimiento, arrugas, incluso enfermedades debido a la incidencia del sol en sus superficies, ruidos en articulaciones y una vez puesta y ya no hay vuelta atrás.
Mudar de piel, algo tan necesario, es cada vez más complicado. En municipios como Adeje, el metro cuadrado se acerca a valores de grandes ciudades como Valencia, Santander, Madrid o Barcelona. En Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, las pieles ya viejas, se venden/alquilan por muy por encima de las calidades que ofrecen. Otras han recibido un "peeling" pretendiendo tener 30 años menos y así atraer nuevos huéspedes. Y funciona, pero por otro motivo, y es que no queda otra opción, y si a esto le añadimos la afluencia del turismo residente o pieles que se destinan al alquiler vacacional, se reducen aún más las oportunidades.
En una escala mayor, las ciudades también mudan de piel. Lo hacen pero a un ritmo más lento. Aún así, han de actualizarse, mejorarse, adaptarse, o de lo contrario, perecen. Es la metástasis propia de otro ser vivo como son las ciudades. La demanda de nueva piel crece por encima de la capacidad de generarla, ya que crear o restaurar nuevos tejidos urbanos lleva tiempo y requiere de una alta inversión. Estas patologías urbanas parecen ser comunes e inevitables a lo largo de la historia y Santa Cruz de Tenerife no es inmune a sus efectos secundarios.
La infraestructura urbana de la capital, colapsada sin remedio por escasa oferta de tejido residencial, hace que ahora nos desplacemos más y más lejos para encontrar pieles adecuadas a nuestras necesidades, repercutiendo en frecuentes trombosis en vías urbanas y arterias interurbanas. Vemos como crecen esos nódulos aledaños, incrementando su valor, expulsando a aquellos inquilinos que sólo podían permitirse una renta baja en el fenómeno que se conoce como gentrificación. Todo ello, algo propio de las grandes urbes, ya está pasando en Canarias.
Pero se vislumbra una tirita para tanto mal en el horizonte. La capital chicharrera se prepara para quirófano en una cirugía urbana sin precedentes en la isla. Con el espacio que por "necesidad" incorporará de La Refinería, nacerá un proyecto urbano de gran escala, dando prioridad a repetir la historia en vez de invertir en reestructurar y mejorar lo ya existente.
Crecer sin mesura es un torniquete, una medida de urgencia cuando hay que detener una hemorragia, pero a la larga produce la misma gangrena. Sería más saludable hacer una estrategia de previsión o proyecto en conjunto. Teniendo en cuenta una valoración a futuro de la ciudad y su acercamiento al mar, de su conexión por la costa hasta San Andrés y las Teresitas, pasando por recuperar la dársena e ir preparando barrios periféricos como Valle Seco, María Jiménez para su inevitable expansión. Una vez planteado esto, crecer de dentro hacia afuera. Pero no, está vez se ha decidido seguir añadiendo trozos al estilo Frankenstein.
Y es que realizar un injerto desde cero es una operación mucho más difícil de controlar. Para funcionar en el conjunto, tendrá que integrarse sin que experimente rechazo, sin que se aprecien las cicatrices que la delimitan, sin que se convierta en una ciudad dentro de una ciudad, fomentando el transporte público y sostenible, que abarque con una escala humana proporcionada, espacios públicos, residenciales, actividades de ocio, áreas deportivas, servicios y un largo etcétera. Así y sólo así podremos sentirla como piel de nuestra piel, dando respuesta a la mayoría ciudadana, células que habitarán ese nuevo tejido y que estaran esperando con los brazos abiertos para lograr, por fin, mudar de piel. (O no.)