Agoney Melián, presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Tenerife.

Opinión

La magia de los momentos rotos

Presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Canarias

Guardar

1. Hola, mi gente de colores

Hoy no puedo hablarles desde otro lugar que no sea el dolor. No puedo fingir que todo está bien cuando la vida te arranca a tirones las piezas que te sostienen. Este artículo no es solo un mensaje, es un grito desesperado, un llanto desde lo más profundo de mi alma. Sé lo que es sentir que el mundo te pisa con tanta fuerza que pierdes la fe en ti mismo, que miras tus manos vacías y no encuentras un solo motivo para seguir. Yo he estado ahí, atrapado en la oscuridad, roto en mil pedazos, creyendo que nunca más volvería a encontrar la luz. Pero quiero que me escuches, porque en esa misma oscuridad, cuando todo parecía perdido, encontré algo. No fue fácil. Me desnudé frente al espejo de mi alma, enfrenté mis miedos, mis errores, mis cicatrices, y en ese proceso, descubrí que no estaba solo. Hoy quiero que sepas que, aunque sientas que te has perdido, hay magia en ti, una magia que puede surgir incluso de los momentos más desgarradores.

2. La tormenta que arrasa con todo

A lo largo de los últimos años, la vida me ha puesto frente a una tormenta tras otra, sin darme tregua, sin permitirme respirar. He sentido como si todo aquello en lo que había creído se desmoronara a mi alrededor, sin poder hacer nada por evitarlo. Las relaciones que pensé que durarían para siempre, se disolvieron en el viento. Los sueños que había alimentado durante tanto tiempo, se desvanecieron en la nada. Y en ese torbellino de caos, me quedé solo, enfrentándome a una versión de mí mismo que no reconocía. Pero en medio de esa tormenta, hubo un momento, un instante, en el que decidí dejar de luchar contra el viento. Me dejé llevar, permití que todo se derrumbara. Y fue ahí, en el ojo de la huracán, donde comencé a entender que no todo estaba perdido. Lo que no sabía en ese momento es que a veces es necesario dejar que la vida arrase con todo para que algo nuevo pueda surgir de las cenizas. Dejarse romper es, a veces, la única manera de reconstruirse.

3. El arte de reconstruirse

Reconstruirse es un acto de valentía. No es un camino fácil ni rápido, es una batalla diaria contra la desesperanza. Hay días en los que te levantas con fuerza, decidido a seguir adelante, y otros en los que te cuesta encontrar una razón para continuar. Pero es en esos días oscuros donde más aprendes sobre ti mismo. En mi proceso de reconstrucción, entendí que no se trata de volver a ser lo que eras antes, sino de crear una versión nueva, una que haya aprendido de cada golpe, de cada caída. Como el arte japonés del kintsugi, donde los jarrones rotos se reparan con oro, convirtiendo sus cicatrices en su mayor belleza. Así somos nosotros. Cada cicatriz, cada herida que cargamos, es un recordatorio de que hemos sobrevivido. No escondas tus cicatrices, porque ellas son testigos de tu fortaleza, de tu capacidad para reconstruirte una y otra vez, más fuerte, más sabio, más humano.

4. Lecciones de vida para momentos rotos

A lo largo de este viaje, he aprendido que el dolor puede ser un maestro cruel, pero también uno de los más poderosos. Aquí te dejo algunas lecciones que me han permitido seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros:

    •    Acepta tu vulnerabilidad: No eres débil por sentirte roto. La verdadera fortaleza está en aceptar que no siempre tienes que ser fuerte.
    •    Rodéate de personas que te sumen: Busca a quienes te apoyan incondicionalmente, aquellos que te levantan cuando caes y te recuerdan quién eres.
    •    No huyas del dolor: Enfréntalo. Solo cuando lo enfrentas puedes comenzar a sanarlo. No tapes las heridas, deja que respiren y sanen por sí mismas.
    •    Cree en el proceso: La reconstrucción es lenta, pero cada pequeño paso es una victoria. No te desanimes si el camino parece interminable.

5. La magia que solo el tiempo revela

Con el tiempo, aprendí que el dolor no desaparece por completo. No es algo que puedas simplemente borrar. Pero lo que sí puedes hacer es comprometerte contigo mismo, comprometerte con tu bienestar. No se trata de esperar que el tiempo lo cure todo, porque no lo hará. Se trata de trabajar cada día en ti, de decidir que mereces ser feliz, que mereces estar bien. El tiempo, por sí solo, no es suficiente. Pero cuando te comprometes a sanar, a cuidar de ti mismo, algo mágico ocurre. El dolor deja de ser una carga insoportable y se convierte en parte de tu historia, una historia que te ha hecho más fuerte, más sabio, más completo. Y un día, sin que te des cuenta, te miras al espejo y ya no ves a alguien roto. Ves a alguien que ha aprendido a vivir con sus cicatrices, que ha encontrado la belleza en su propia imperfección.

6. La promesa del guerrero

Hoy quiero hacerte una promesa sincera. No te voy a decir que el dolor desaparecerá, ni que será fácil, porque ya me conoces, y no me gusta mentir. Pero te prometo que, si decides comprometerte contigo, si eliges seguir adelante a pesar de todo, descubrirás algo increíble: la magia que nace de los momentos difíciles. Esa magia está en cada cicatriz, en cada caída, en cada vez que te levantaste a pesar de no tener fuerzas. Y cuando llegue el momento en que te mires al espejo y veas a un guerrero o a una guerrera, alguien que ha sobrevivido a todo lo que la vida le ha lanzado, sabrás que ha valido la pena. Porque la verdadera gracia no está en evitar el dolor, sino en aprender a convertirlo en algo hermoso.

7. La lección final: aprender a ser humano

Y aquí estamos, frente al espejo del alma del que te hablé al principio, enfrentando nuestra humanidad. No está en nuestra naturaleza ser perfectos, y es de necios pretender, que todo lo que nos rompe desaparezca sin más. Pero, ser humano significa aprender a levantarse, significa hacer las paces con nuestras magulladuras, con nuestras sombras. Es aceptar que la vida no siempre será justa, que a veces seremos destrozados y, aun así, cada fragmento que recogemos tiene el poder de hacernos mejores. Porque la vida, aunque cruel, es el más grande de los maestros. Nos muestra que no somos frágiles por rompernos y que lo bonito está en aprender a reconstruirnos. Y en cada cicatriz que llevamos, en cada caída que hemos superado, se esconde algo único, algo poderoso, algo que nos recuerda que, al final, la verdadera magia de la vida no está en evitar las heridas, sino en la magia de los momentos rotos.