Las históricas erupciones de Timanfaya acaecidas entre 1730 a 1736, no solo arrasaron pueblos o caseríos obligando a sus habitantes a establecerse en otros puntos de la isla además de cambiar para siempre el aspecto y condiciones de gran parte del paisaje, también sirvieron una vez más para poner a prueba la capacidad de los isleños para reponerse de una catástrofe y de adaptarse a las nuevas circunstancias de su entorno.
La Hoya está situada en la elevación de terreno que bordea de lo que hoy son las Salinas de Janubio, pero en aquella época, ni las salinas existían y ni tan siquiera la Laguna de Janubio como tal
La zona era un extenso campo en el que se cultivaban trigo, maíz, centeno o cebada. La costa cercana, era un golfo en el que había un pequeño puerto al que se acercaban barcos a cargar piedras de cal entre otras, dándose la circunstancia de que debido a la pobreza y escasez de cereales en la isla, su comercio con el resto del archipiélago estaba prohibido, aun así, cargaban sacos de grano de contrabando, pagados a mejor precio en el resto de las islas, hecho que motivó el nombramiento en 1653 de la figura del Guardia Mayor, que vigilase el que no saliese de la isla ningún tipo de fruto, cereal o “bizcocho”.
Sin embargo, las coladas de la erupción ocurrida 77 años más tarde cerraron aquel golfo, arrasaron campos, destruyeron el puerto y crearon la Laguna de Janubio, lugar en el que hasta 159 años más tarde, en 1895, no se empezaron a construir por don Vicente Lleó Benlliure lo que hoy son sus salinas, concluidas aproximadamente en 1945 y que durante muchos años estuvieron vinculadas al sector pesquero, a la salazón de pescado y a la comercialización de salmuera para conservarlo a bordo de las embarcaciones hasta llegar a puerto, ya no solo por las flotas canarias sino los atuneros vascos que recalaban en nuestras costas.
Así los habitantes de la zona, cambiaron de recoger fruta a realizar la “zafra de primavera” o “zafra de la sal”, en la que no solo trabajaban los habitantes de La Hoya, sino gentes venidas prácticamente de media isla, desde Tinajo, Las Casitas o Femés hasta Playa Blanca.
Hoy, con el declive de las salinas debido a la competencia de las sales minerales, la totalidad de su producción se consume en la isla y resto del archipiélago, aunque solo se aprovecha una quinta parte de su capacidad.
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