Alguien investiga mi propia muerte, alguien escribe las razones de la desmesurada autolesión que hizo inevitable la realidad de un mundo aniquilado: un cabreo infinito que duró décadas, una rebeldía que escribió libros caminando por el filo de la navaja del alcoholismo. A Bukowski, leer a Kafka le calmaba las invitaciones silenciosas y sibilinas que, de vez en cuando, y en no pocos seres humanos, cursa el fantasma liberador del suicidio. Charles Bukowski es la acción, un movimiento telúrico de fuerza terrenal, un brillante narrador que desprecia la cosmética y el material profiláctico. Fiel a la crudeza sin adornos, salta por encima de cualquier tabú socialmente aceptado. No es un filósofo, no es un intelectual, es un escritor sin teoría y con el olfato de la bestia que huele la esencia de su instinto animal. Es un yonqui de la escritura, un excelente comunicador, un destripador de “lo sucio” y de toda esa sordidez del corazón humano como elemento más de la vida. Bukowski es un hombre tiernamente enfadado, un icono de la inmortalidad y, sobre todo, de la libertad.Escribe, como si perpetrara un explosivo literario, La enfermedad de escribir (Anagrama, Panorama de narrativas, 2020). Este ejemplar es un genuino testimonio de un temperamento hoy, en estado de extinción, y que destaca, de forma sobresaliente, por la independencia radical de su autor, que ha bebido del poderoso combustible de una insatisfacción moldeada por un ácido y creativo resentimiento de corte existencial.Bukowski es un escritor maldito, y los escritores malditos sufren históricamente, la presión del entorno que crea unas aureolas místicas promovidas por la tendencia a la industrialización y mercantilización de cualquier movimiento o estética que reacciona, contestatariamente, ante “lo establecido”. Bukowski era un escritor maldito diferente, una especie de excéntrico libertino alérgico a las etiquetas que no dudó en criticar a la sobrevalorada Generación Beat de la que abiertamente renegaba.Parece imposible no poder estar de acuerdo con Bukowski cuando uno lee La enfermedad de escribir, un recopilatorio elaborado por Abel Debritto, estudioso de su obra y que compila la correspondencia inédita del escritor californiano, en la que están presentes sus reflexiones sobre la escritura, los escritores y el panorama de la vanidad humana con su característico olor a aceite de fritanga. Reflexiones en modo epistolar que dirige a editores, revistas, amigos y también a algunos de sus autores de culto como John Fante o Henry Miller.Charles Bukowski es un combatiente de la palabra que cuando escribe respira, transpira y no enloquece. Escritor prolífico, supo vivir dentro del caos rescatando dos de sus grandes placeres en un solo acto; darle a las teclas de la máquina de escribir en compañía de sus inaplazables tragos de vino tinto. Se reinventó a sí mismo, dejó el trabajo de cartero a sus 49 años, apostó a una sola carta para ganarse la vida escribiendo. Nunca tuvo miedo porque lo dio todo, absolutamente todo, por perdido, reivindicando, casi sin quererlo, el éxito de la voz inquietante del fatalismo irreversible, cuando escribir se convierte en una enfermedad.
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