Me he quedado sin palabras, cristalizado como un insecto que se vuelve ciego, atacado por una luz intensa y paralizante. Los decibelios emocionales en la cumbre más alta, porque la literatura de Ariana Harwicz es una manifestación superlativa, extraña y bella de la oscuridad humana. No hay tabú. Se escribe y se penetra. El bisturí quirúrgico de Ariana es literatura y salvación.
Me convierto en un lector perturbado porque una feliz tempestad literaria hurga en mi sensibilidad, la explora, saca todo su material dormido y olvidado. Amo el asombro porque a la vida le falta siempre asombro: ojos que no terminan de ver la amplitud del mundo y de repente, ojos que leen y aman la amplia verdad del mundo, que jamás es única y absoluta.
Amo las páginas de La débil mental (Mardulce, 2015). Amo a la débil mental por haberme destruido y elevado hasta la dignificación total del oficio de lector. La escritura de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), es el poder eléctrico de las palabras. Todo lo que se lee despacio y te deja quieto en una misma página, anclado de forma prolongada y libre, debe ser celebrado con efusividad. Permanecer quieto, absorto en una página de narrativa apabullante, como si no importara el tiempo.
En esta nueva propuesta narrativa de la joven escritora argentina, se da una especie de rara travesía hacia lo subconsciente, hacia las pulsiones sucias, sepultadas por un gigantesco sistema que, con la aceptación de sus normas modeladoras, pasamos a formar parte de una comunidad de seres adaptados.
La débil mental es un grandioso soliloquio, construido desde la base de una caudalosa y admirable habilidad para crear secuencias interminables y sin descanso.
Dos mujeres, madre e hija, viven en una casa en el campo, desarrollando sus vidas en la claustrofobia permanente de una relación de dependencia y aislamiento, bajo un clima emocional de violencia invasiva. La débil mental no es la hija y tampoco es la madre. No hay disociación, ya que la débil mental es la entidad enferma y existencial que representan ellas dos y que parece ser una sola cosa, queriéndose con un amor filial degradado. No hay espacio íntimo para la soledad, no hay ecuación de norma social porque no existe la realidad común y ordinaria. Todo entre ellas es de un lirismo terrorífico y desquiciado. El sexo mostrado como un deseo desesperado. El deseo mutuo por un mismo hombre. El sexo al descubierto entre ellas, rompiendo los códigos que instrumentalizan la convivencia, para procurar una relación entre humanos dentro de un contexto soportable.
La débil mental y la herida incurable, el viejo y hondísimo hueco. Algo que viene de lejos, de antiguo, de los primeros días del mundo y de la vida, y que termina por establecer la lógica de la destrucción en los vínculos familiares.
Portada de "La débil mental" | AH